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The Guardian en español

Necesitamos hablar del papel que han desempeñado los medios en la radicalización de la extrema derecha

Recuerdan a las 50 víctimas del atentado de extrema derecha en Christchurch, Nueva Zelanda.

Owen Jones

Cuando se trata de la amenaza del terrorismo islamista, todos estamos de acuerdo en afirmar que la radicalización ha jugado un papel clave. Internet, algunas personas que fomentan el odio como Anjem Choudary y Abu Hamza, y Arabia Saudí, un país exportador de extremismo y armado por Occidente; todos han sido piezas del engranaje que ha facilitado la radicalización de personas fácilmente influenciables.

En cambio, cuando debatimos sobre los factores que propician la radicalización de la extrema derecha, este consenso brilla por su ausencia. El motivo resulta evidente pero no por ello es menos escalofriante: los que difunden mensajes de odio, los sargentos de reclutamiento y los idiotas que tan útiles son para la extrema derecha forman parte de la misma esencia de las castas de Reino Unido, Europa y de Estados Unidos. Son miembros de la elite política y mediática.

Hace menos de dos semanas, decenas de musulmanes perdieron la vida en un atentado supremacista en la ciudad de Christchurch, Nueva Zelanda. Parece ser que antes de la masacre, el autor del atentado inscribió el mensaje “para Rotherham” en una de sus armas, en referencia a la ciudad de Reino Unido que ha protagonizado un escándalo por abusos sexuales a menores.

Reino Unido también se ha visto sacudido por atentados de extrema derecha, con terroristas como David Copeland, que hizo explotar una bomba con clavos en un bar gay del barrio del Soho en 1999 tras oír durante décadas mensajes alarmantes en algunos medios de comunicación contra la comunidad LGTB, o el asesino de la política laborista Jo Cox, cuyo crimen fue aplaudido por más de 25.000 usuarios de la Red. También podríamos mencionar a Darren Osborne, que estrelló su camioneta contra algunas personas que se encontraban frente a una mezquita a la que habían acudido para orar. En declaraciones a ITV News, el experto en radicalización, Abdul-Azim Ahmed, del Centro para el Estudio del Islam en el Reino Unido de la Universidad de Cardiff, explicó que el extremismo de Osborne “también provenía de los principales medios de comunicación y de políticos de partidos mayoritarios del Reino Unido y de otros países”.

Unos días antes de la atrocidad de Christchurch, entrevisté a Tore Bekkedal, un joven socialista noruego. En 2011 sobrevivió a la masacre [en la isla de Utoya] en la que perdieron la vida algunos de sus amigos. Consiguió esquivar al terrorista Anders Breivik escondiéndose en un baño. Durante hora y media, pudo oír los disparos y los gritos de las víctimas. “Lo llamo el huracán Breivik”, me explicó, “porque la gente se siente más cómoda hablando de ello como si se tratara de un desastre natural”.

Señala que el partido Progresista anti-inmigración (Fremskrittspartiet) es ahora un socio menor en el gobierno de coalición de Noruega. Como indicaron en su momento periódicos como The Telegraph, Breivik justificó sus actos indicando que quería construir “una Europa a salvo de la tiranía del marxismo cultural y del islam”.

Esta semana, la exministra del Brexit, la conservadora Suella Braverman, declaró que “estamos en una guerra contra el marxismo cultural”. Cuando mi colega Dawn Foster la criticó por sus palabras y le recordó que esta afirmación evoca a alguna otra de la extrema derecha, entre ellas la pronunciada por Breivik, Braverman se mantuvo en sus trece. Como señaló la Junta directiva de los judíos británicos, “el término 'marxista cultural' se ha utilizado a lo largo de la historia como tropo antisemita”. Efectivamente es así pero Braverman ya no tuvo que esconderse en los rincones más secretos de Internet para pronunciar la frase.

“El marxismo cultural está proliferando”, escribió el editor de Sunday Telegraph Allister Heath el año pasado. Sherelle Jacobs, editora adjunta de opinión del Daily Telegraph se ha pronunciado en el mismo sentido. El periódico publicó las declaraciones de un funcionario público anónimo que afirmó que “en la función pública encontramos una fuerte corriente de anglofobia, combinada con marxismo cultural”.

O pensemos en el Times, supuestamente un periódico de referencia, que ha publicado declaraciones de Tim Montgomerie lamentando el auge del “marxismo cultural”. O Rod Liddle del Sunday Times, que señaló que los “delirios del marxismo cultural” han lavado el cerebro de los jóvenes británicos. No está claro si estos periodistas eran conscientes de todo lo que implica utilizar esta expresión; seguramente deberían haber sido más comedidos con sus palabras, pero sin duda para muchos lectores esta expresión se convierte sutilmente en un mensaje cargado de contenido.

Como dijo el responsable de la lucha antiterrorista británica la semana pasada, los principales periódicos están contribuyendo a radicalizar la extrema derecha con reportajes irresponsables. Esto debería ser evidente, pero a veces decir lo obvio es un acto revolucionario. Gran parte de la prensa británica incita al odio contra las minorías. No en mezquitas marginales o en las esquinas de las calles, sino contra millones de personas. “Los musulmanes le dicen a los británicos: idos al infierno” afirmaba una portada del Daily Express. O reflexionen sobre una portada de The Sun, que declaraba que “uno de cada cinco musulmanes británicos” simpatizaba con los yihadistas, acompañada de una foto de “John el yahidista” blandiendo un cuchillo. Meses más tarde, la Organización Independiente de Estándares de Prensa obligó al diario a publicar una declaración en la que reconociese que sus afirmaciones conducían a engaño.

De vuelta en el Times: publicó un artículo de Melanie Phillips declarando que “la islamofobia es una invención que quiere acabar con el debate” del que tuvo que publicar una corrección después de afirmar que un “niño cristiano blanco” había sido forzado a vivir en un hogar de acogida con una familia musulmana. Una vez más, como dijo el Consejo Musulmán, la corrección era “demasiado escueta” y llegaba “demasiado tarde”. El Spectator defendió a los neofascistas griegos y publicó artículos en los que afirmaba que las personas de raza negra tienen un cociente intelectual más bajo que las de raza blanca, así como un artículo en el que se decía que “no hay suficiente islamofobia en el seno del partido conservador”.

Con todos estos ejemplos no estoy diciendo que en Reino Unido no hay buenos periodistas. Sin embargo, lo cierto es que muchos de los que trabajan para la prensa británica se comportan como agitadores que juegan con fuego y luego se rasgan las vestiduras cuando las llamas se descontrolan. Cadenas como la BBC han dado cobertura a matones de extrema derecha como Tommy Robinson. En un contexto en el que la ultraderecha gana terreno a lo largo y ancho del mundo, de Italia a Brasil, es importante revisar el rol de los medios de comunicación. Los medios de comunicación de masas y los políticos están contribuyendo al ascenso de la extrema derecha. El silencio en torno a esta situación debe terminar, y a ser posible antes de que mueran más personas.

Traducido por Emma Reverter

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