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“Para cambiar nuestros sueños necesitamos urgentemente ideas”

Portada de "Yo soy el Poema de la Tierra", de Walt Whitman

José Daniel Espejo

Walt Whitman cumple 200 años y cada vez más gente se apunta a celebrar su cumple. Nuevas traducciones, lecturas y antologías renuevan para la ocasión la monumental obra del poeta total de West Hill. Una de las más cuidadas y originales es “Yo soy el Poema de la Tierra”, selección de la poesía sobre naturaleza de Whitman. La recopilación, espléndidamente traducida por Eduardo Moga, incluye una introducción a cargo del propio Moga y un emotivo prólogo -“W.W., el poeta piel roja”- de Manuel Rivas. Charlamos con el editor y director de la Fundación EQUO, Raúl Gómez, de cara a las presentaciones de este viernes y sábado en la Región (en Murcia, viernes a las 19h., en Libros Traperos; en Cartagena, sábado, a las 12:00h., en La Montaña Mágica), que se plantean más bien como celebraciones de cumpleaños en las que intervendrán numerosas personalidades de la literatura murciana: Vicente Cervera, Cristina Morano, Alberto Chessa, Antonio Marín Albalate, Juan de Dios García o Annie Costello, entre muchos otros.

¿Por qué volver a Whitman y qué tiene eso que ver con el planeta?

Whitman es un gigante de la literatura universal. A autores como Whitman, y pasa con muy pocos, realmente no se vuelve porque nunca los hemos dejado o, al menos, no del todo. Y en el mundo hispanohablante menos aún. Fíjate que la edición que pudiéramos considerar definitiva en español de Hojas de hierba, la obra de toda una vida de Whitman, que es la que Eduardo Moga preparó para Galaxia Gutenberg, es de 2014, y su influencia ha sido enorme desde José Martí o Rubén Darío hasta nuestros contemporáneos pasando por León Felipe, Lorca, Borges...

Lo que hemos pretendido con esta antología, con Yo soy el Poema de la Tierra, no es tanto volver a Whitman como poner el foco en uno de los aspectos que menos se ha destacado hasta ahora, la importancia de la naturaleza en su obra y la importancia de su obra en la percepción de la naturaleza a partir de Hojas de hierba. Hasta donde nosotros sabemos, el amplio estudio introductorio de Eduardo Moga, «Cada hoja es un milagro: la naturaleza en Whitman», es el primer ensayo serio sobre esta materia que se hace en nuestra lengua. Y estamos hablando de un autor que llevamos leyendo más de 150 años.

Pero es que, además, tenemos una asignatura pendiente como civilización y es que para combatir a la ideología imperante, al invisible neoliberalismo que nos idiotiza, que agudiza las injusticias sociales y que destruye el planeta a un ritmo de vértigo, es necesario que volvamos a transitar ciertos caminos y recorrerlos con una mirada nueva. Tenemos que volver a los grandes autores y decir: «oye, ¿hemos pasado por aquí, hemos leído estas obras y no nos hemos dado cuenta de lo que nos estaban diciendo en cuanto a nuestra relación con el mundo?». Eso en el caso, por ejemplo, de Whitman, pero también en el de Thoreau. El activismo social de Thoreau fue reconocido de inmediato y su Desobediencia civil inspiró a personajes fundamentales como Gandhi o Martin Luther King, pero ha tenido que llegar el cambio de milenio para que se dé importancia al Thoreau naturalista.

Has editado a clásicos como John Muir, Emerson, Thoreau, el propio Whitman… ¿y ahora? ¿Tiene la ecología espacio en la literatura contemporánea?

Claro que tiene espacio. Es más, goza de una salud excelente. Pero creo necesario hacer una puntualización respecto a los términos ecología y ecologismo. La ecología es una ciencia que estudia la interrelación de los seres entre sí y con el medio. Es una ciencia fundamental en un momento en el que estamos desbordando los límites físicos del planeta y alterando los procesos naturales a gran escala. No solo el cambio climático, la desaparición de los insectos, por ejemplo, debería aterrarnos y es la ecología la encargada de analizar sus causas y consecuencias. El ecologismo, en cambio, es una actitud vital, un impulso de defensa de la naturaleza. Un ecólogo es un científico y un ecologista es un activista. Lo que suele suceder es que ambas van de la mano. Pasó con el geógrafo prusiano Alexander von Humboldt, que está en el origen de ambos; pasó con Aldo Leopold y su “ética de la tierra” o con Rachel Carson, y sigue pasando. Parece difícil que cuando se atisba cómo funcionan los ecosistemas del planeta no nazca el impulso de defender las bases de la vida.

Pero, volviendo a la pregunta, la cantidad de editoriales y títulos que han empezado a publicar literatura de naturaleza, ha crecido exponencialmente en los últimos años y el reciente resurgir de Thoreau, al que yo considero padre de la sensibilidad ecologista, es otro claro indicador de que estos temas están bullendo ahora mismo en el panorama cultural. El número de ensayistas y filósofos que están reflexionando en torno a estas cuestiones es elevado y hay casos de grandísima altura. Donde quizás hay todavía mucho margen es en los poetas y los novelistas; en que coloquen la preocupación por el medio o nuestra irracional ansia de destrucción en el centro de algunas de sus obras.

¿Realmente es posible cambiar las cosas desde el mundo de la cultura y los libros?

¿De dónde van a salir las ideas si no? Claro que es posible, de hecho es imprescindible. Hace unos años, un grupo de escritores británicos, con el más que recomendable Paul Kingsnorth a la cabeza, pusieron en marcha un proyecto llamado Dark Mountain. El principio motor de este grupo, varios miembros del cual procedían del activismo ecologista “clásico” del “Salvemos las ballenas”, era que el problema de nuestra civilización es un problema de narrativa, de relato. Creían, y aún creen, claro, que no podemos cambiar la sociedad hacia una más sensata, porque lo único que se necesita es sentido común, si no cambiamos las historias que nos contamos y que nos creemos. Aún están trabajando en intentar encontrar esas historias que nos hagan cambiar nuestra forma de mirar el mundo y relacionarnos con él. No puedo estar más de acuerdo con ellos.

Pero con una diferencia. Yo soy más optimista que ellos respecto a nuestro destino colectivo, y lo soy por dos razones, una por la capacidad de regeneración de la naturaleza. En septiembre de 2017 caminaba por la orilla del río Segura en Murcia y vi una pareja de martines pescadores pescando… Cuando yo me fui de Murcia, en 2002, creía que ese río estaba muerto para siempre. Todavía dista mucho de ser un río de verdad, pero que en apenas una década haya pasado de ser una cloaca maloliente a tener martines pescadores es un indicativo de la capacidad de recuperación de la naturaleza. El otro día apareció una nutria en la ciudad, ¿no? Y la segunda razón por la que soy optimista, que es la que hace al caso, es que creo que la humanidad como especie es capaz de cumplir sus sueños. Pero, claro, tenemos que cambiar nuestros sueños. Ese es el gran esfuerzo que tenemos que hacer y no es nada fácil.

Para cambiar nuestros sueños, para cambiar la narrativa de nuestra civilización, las historias que nos creemos, para cambiar nuestra forma de mirar el mundo y de relacionarnos con él necesitamos urgentemente ideas y ahí la cultura, la filosofía, los libros son absolutamente imprescindibles. Si cedemos la responsabilidad de generar las ideas a lo que aparece en los medios de comunicación, a los youtubers (que son quienes están educando a nuestros hijos) o a las películas de la Marvel… no llegaremos a tiempo para evitar el colapso civilizatorio. Es tarea de todos los intelectuales corregir el rumbo. No se me ocurre otra manera.

Los que sí están en ello son muchos sociólogos y filósofos, que se están preguntando sobre nuestro lugar en el mundo, como siempre, e inevitablemente acaban reflexionando sobre la hybris estructural de nuestra sociedad. Por poner un ejemplo murciano, los últimos libros de Antonio Campillo deberían ser de lectura obligada para cualquiera que quiera analizar cuestiones ambientales. Y, por cierto, los filólogos también son necesarios. Uno de los problemas del “sistema”, por decirlo rápido, es que se adueña del lenguaje y lo pervierte. Hace que las palabras lleguen a tener significados radicalmente distintos a lo que realmente quieren decir y ahí los filólogos pueden y tienen que hacer mucho.

Ojalá el impacto que las ideas de los sociólogos, filósofos y filólogos fuera mucho mayor y no que, como sucede, solo leyéramos a aquellos cuyas ideas ya sabemos que encajan con “nuestro” modelo de sociedad. Y también de ellos deben beber los poetas y los novelistas.

Entre el fantástico prólogo de Manuel Rivas y la excelente introducción de Eduardo Moga, cuando uno llega a los poemas ya se ha empapado de un fervor whitmaniano casi religioso… ¿ya no quedan poetas así?

No soy el mejor para opinar de la poesía contemporánea, pero yo diría que no. Y tampoco es necesario que haya otro Whitman. Ya hemos tenido uno. Lo que necesitamos es que los poetas de hoy, que, en mi opinión, repito, no demasiado informada, no consiguen despegar su ombligo de los temas principales de sus versos, hagan el mismo ejercicio que Whitman, que se planten frente a su imperfecta sociedad y digan: Formo parte de todo y todo forma parte de mí; yo soy libre y la libertad es un bien supremo que debemos hacer accesible a todos; yo sueño y os animo a soñar; mis versos traspasan la naturaleza porque yo me he dejado traspasar por ella… y todo ello en una sociedad que se dirige al colapso con una sonrisa consumista en la cara. La espiritualidad trascendentalista que hay en Whitman es algo que también creo que habría que recuperar, pero hablar de espiritualidad en estos tiempos es complicado, hay que hacerlo casi con la boca pequeña. Los que se someten a dogmas ciegos se creen con la exclusividad de lo espiritual y los que se sienten muy progres, o muy rojos, o muy alternativos la ven como algo que hay que alejar. En mi opinión eso es un grave error y Whitman y el trascendentalismo norteamericano tienen ahí mucho que enseñarnos. La espiritualidad salva, pero tenemos que ser libres para explorar ese campo que la intelectualidad ha abandonado y que Whitman, en cierto sentido, nos puede ayudar a traer de vuelta.

La colección que diriges, llamada (muy whitmanianamente) “Hojas en la hierba”, pretende traer al aquí y el ahora los textos que dieron origen al ecologismo moderno, ¿nos puedes adelantar el próximo paso?

Llevamos ya tres libros, aprovecho para decir que impresos en papel reciclado, de autores norteamericanos y aún saldrá otro más, pero después vamos a dar, por fin, el salto a Europa. Lo que seguramente hagamos más adelante sea ampliar el espectro y, además de que publiquemos algunos autores más de los que están en el origen del ecologismo, publiquemos libros de nueva redacción sobre los orígenes del ecologismo. Se están publicando ahora mismo tantos textos que empezamos a pisarnos unas editoriales a otras y empieza a haber el riesgo de que por seguir tendencias se baje el nivel e importancia de los títulos elegidos. Con este giro esperamos aportar elementos de interés al más que necesario debate sobre lo necesario de un cambio de modelo de vida y de sociedad. La comodidad individual y la destrucción colectiva van de la mano, las nuevas historias deben abrirnos los ojos y para encontrar esas historias consideramos necesario volver a las ideas que están en el origen de nuestras preocupaciones con una mirada contemporánea.

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