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Isabel Lavella reflexiona sobre la fragilidad del tiempo en 'Sustratos de un baile'

'Sustratos de un baile' de Isabel Lavella | en Clave de Foto

José Antonio Fuentes

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'Sustratos de un baile', obra de Isabel Lavella iniciada meses antes del fatídico marzo de 2020, se ha montado desescalada a desescalada y está inevitablemente marcada por “cómo ha cambiado el mundo. Hay un antes y un después que afecta a la hora de crear y de manera profunda al cuerpo”, afirma Lavella horas antes de subirse a las tablas del auditorio. El pasado viernes 11 de febrero pudo verse en el auditorio municipal de Algezares dentro de la la IV edición del Festival Enclave Mujer organizado por el ayuntamiento de Murcia. La pandemia, en curso, no impidió la presencia de numeroso público gracias a la ampliación de aforos en los teatros de la Región.

Isabel Lavella nombra a Martha Graham durante la función, la suma al elenco. La mujer número once. Bailarina y coreógrafa estadounidense, persona central en el desarrollo de la danza contemporánea que a mediados de los años 30 ya bailó a la depresión y el aislamiento provocados por el desplome de Wall Street, La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Casi 100 años después, nos encontramos frente a diez referentes de la danza contemporánea en la Región de Murcia, todas formadoras y maestras de jóvenes generaciones de bailarinas. Encontramos profesoras del Conservatorio de Danza; Maite Piqueras, María Dolores Marín e Isabel Lavella y formadoras de las principales escuelas de danza y movimiento en la Región; Encarna Rubio, Sonia Cayuela, Tania Herrero, Cristina Groetsch, Enriqueta Miñano y Margarita Amante así como la violonchelista, Laura Jiménez. Todas con edades comprendidas entre los 45 y 65 años y la mayoría sin subir a escena desde hace más de veinte años.

Asegura Isabel Lavella que el discurso escénico, texto y movimiento, se sostiene “por la confrontación de las mujeres con su edad, su cuerpo y su biografía. Es un trabajo reflexivo, performático, donde aflora la fragilidad del tiempo”. Durante el espectáculo, el tiempo toma forma de piedra que oprime, arrastra al suelo, voltea y aleja. Además, el tiempo es sombra, ancestros, miedos de los que se quiere huir y una no puede más que abrazarlos, dar las gracias y seguir. El tiempo es una caja de zapatos olvidada con el eco de un taconeo que aún resuena con fuerza. La fragilidad del tiempo es un cuerpo de baile con la cadera, la rodilla y la columna envejecida que no renuncia al juego teatral y, sobre todo, a la gratitud de estar vivas. Afectadas, dolientes y radiantes, como todos y cada uno de los espectadores, jóvenes y boomers, atravesados por la oscuridad del presente.

En 'Sustratos de un baile' hay un ejercicio de contención físico y emocional extremo. Tanto impacta lo que se muestra como lo que no. Lavella, obsesionada en sus creaciones por no ser “voz de un manifiesto plano. Siempre hay un nivel sutil desde donde nombro y me coloco”, recuerda al filósofo francés Didi-Huberman quien asegura que para saber hay que tomar posición. No es un gesto sencillo, asegura Huberman. “Por ejemplo, se trata de afrontar algo; pero también debemos contar con todo aquello de lo que nos apartamos, el fuera-de-campo que existe detrás de nosotros, que quizá negamos pero que, en gran parte, condiciona nuestro movimiento, por lo tanto nuestra posición. Se trata igualmente de situarse en el tiempo”.

Las mujeres en escena se presentan, una a una, tras una ventana que fija el marco por el que ver el patio de butacas y viceversa. Da la impresión de que han elegido cuidadosamente la materialización de su sombra, el cuadro de su espectador-mundo. Las vemos jugar con las ventanas, bailar con ellas, cantarles, atravesarlas, alejarse para volver imantadas.

La belleza de la pieza de danza-teatro aflora por entre las contraventanas, en lo oculto, en lo que se intuye roto, en el perfecto y maravilloso cuerpo de baile. Pasado el ecuador de la función, las diez más una, juntas al fin, sin música ni efectos sonoros, muestran el sonido de sus pasos, su respiración, el cuerpo a cuerpo, el encanto de la vulnerabilidad compartida. Si la sororidad fuera carne, tendría la forma de diez mujeres enlazadas, sostenidas, balanceándose, una misma en todas, caóticas y ordenadas a la vez.

La obra viaja con mucha transparencia, asegura Lavella. “Tiene un subtexto feminista donde habla del empoderamiento de las mujeres. No ponemos en escena prototipos de mujeres bailarinas. Nos presentamos con algo que contar”.

Al final de la obra uno tiene la sensación de haber asistido al primer capítulo de algo. Conocido el cuerpo de baile queremos más. Queremos saber. Tomar posición, por relativa que sea, junto a ellas y que explote lo que tenga que explotar. Próximamente nuevas fechas. No se la pierdan.  

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