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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Pezones

'La Virgen con el Niño y ángeles' de Jean Fouquet | El Prado

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El 9 de enero de 2022 el diario El País publicó el artículo titulado “El pezón femenino no, el masculino sí: un absurdo que empezó en 1517 y continúa en Instagram”.

Este interesante artículo aborda la cuestión del tabú del pezón femenino con un argumentario que se podría resumir como sigue. No hay diferencias relevantes entre los pezones masculinos y los femeninos, pero estos últimos son censurados en nuestra cultura mientras que los masculinos no. Otras culturas, e incluso la occidental hasta la aparición del protestantismo, no ven el pezón femenino como movilizador del deseo sexual y, por tanto, no censuran el pezón femenino. La causa de esta diferencia de trato es una cultura represiva y controladora con la sexualidad de la mujer, que pretende someterla al hombre.

Este argumentario no es nuevo y lo podemos encontrar de manera ubicua, de forma explícita o implícita. Sin embargo, la autora lo presenta con una gran riqueza de ejemplos históricos y artísticos que lo ilustran y embellecen. 

Quisiera revisar las ideas que expone el artículo, pues me parecen representativas, en varios aspectos, de la cultura moderna y siempre es necesario mirarnos a nosotros mismos y clarificar nuestro pensamiento.

El primer punto del argumentario, la intrínseca semejanza de los pezones masculinos y femeninos en cuanto a su atractivo sexual, ilustra a la perfección cómo la cultura moderna, guiada por un consumismo que no admite límites y ebria de “wishful thinking” (la perversión del razonamiento para subordinarlo a la voluntad), ignora de manera deliberada ciertos aspectos de la realidad y, en particular, la biología.

Cualquier estudiante de primaria sabe que el pecho de la mujer se desarrolla como un carácter sexual secundario, mientras que el del varón no lo hace. Esto establece una diferencia importante en el valor sexual de esta parte de la anatomía, que va más allá de la cultura, aunque tenga que ser interpretada por ella.

Coincido con la autora en que la censura del pezón supone una represión de la sexualidad de la mujer, pero no veo que eso en sí suponga un sometimiento al hombre. Por mucho que eso escandalice a la autora, la sexualidad de la mujer debe ser reprimida, y la del hombre también. El mismo Freud al que cita en el artículo sitúa la represión sexual en la base de la civilización, y todas las culturas, patriarcales o matriarcales, se construyen sobre algún tipo de limitación de la sexualidad.

Los límites que establece una cultura sobre la sexualidad son arbitrarios, pudiendo obligar a tapar la cara, el tobillo, la rodilla, el pezón o nada en absoluto. Pero, incluso las culturas en las que impera la desnudez total ponen límites a la sexualidad, probablemente siendo estos últimos más brutales al establecerse sobre el propio cuerpo y no sobre el vestido. Como ejemplo de esto, la tribu aranda de Australia, cuyos miembros van desnudos, impone al hombre no sólo la circuncisión del prepucio, sino el desgarramiento de la uretra como modo de limitar y socializar su sexualidad.

Yo no sé dónde es más oportuno marcar el límite, si en el tobillo o en el pezón, pero sí estoy convencido de que hay que establecerlo de alguna manera.

En cuanto a la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de establecer el límite, hay cosas en las que somos iguales, y cosas en las que no. Probablemente hombres y mujeres seamos iguales en cuanto a nuestro trasero, y a ambos se nos impone su cobertura de manera más o menos similar, pero no somos iguales en el pecho.

Discrepo también con la autora en su atribución al protestantismo (o al puritanismo, pues no parece distinguir entre ambos) del origen de la valoración del pezón femenino como elemento movilizador del deseo sexual y, por tanto, necesitado de censura. “La Virgen y el Niño rodeados de ángeles”, pintada por Jean Fouquet en 1400, mucho antes de que naciese Lutero, atribuye al pecho un innegable valor erótico. De forma más significativa, Desmond Morris llega a atribuir al pecho femenino un valor sexual seleccionado por la evolución.

Creo que hay que seguir luchando por la igualdad en dignidad y derechos entre hombres y mujeres. Sin embargo, argumentos espúreos como el del artículo, y la negación de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, pueden provocar el efecto contrario al que pretenden, desacreditando la tesis válidas junto con las torticeras.

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