El domingo 26, como tantos ciudadanos, ejercí mi derecho al voto. Y a pesar del desencanto al que últimamente me tienen acostumbrados los partidos políticos de nuestro país, creo que es algo que tenía que hacer para honrar el sistema democrático que tanto esfuerzo costo instaurar a nuestros padres y abuelos.
Ahora bien, y aunque resulte extraño, todavía existen a día de hoy, más de 80.000 personas que no pueden hacerlo. Los motivos que justifican esta datos se basan en las sentencias de incapacitación, ya que a pesar de lo que dicen al respecto normativas internacionales ratificadas por España, entre otras la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas, el que te declare un juez incapaz a día de hoy implica de facto negarte el derecho a votar.
Nuestro Código Civil en su artículo 199 y siguientes… regula la incapacitación, como un mecanismo que se activa para aquellos casos en los que a pesar de contar con la mayoría de edad, una persona no puede gobernarse por sí misma. El objetivo último es poder proteger sus intereses y derechos, desde los personales hasta los patrimoniales. Ahora bien, aunque no pertenezco al gremio afectado, mi experiencia me dice, que a los jueces les resulta complejo poder valorar de forma pormenorizada, la capacidad real de una persona en cada una de las facetas de la vida incluida ésta, por falta de medios, dando por sentado que no lo pueden hacer.
Si nos vamos a lo práctico y aterrizamos en el terreno de los hechos… la cuestión es la siguiente ¿Cuántos de los que vamos a votar nos hemos leído los programas electorales y lo hacemos en base a las propuestas en ellos expuestas? Probablemente pocos. Entonces la pregunta no es si tienen capacidad o no para poder votar, sino dotar al sistema de las herramientas adecuadas para que puedan ejercer este derecho. Si en los procesos electorales y comicios contamos con instrumentos accesibles, esto podría permitirnos a todos, tanto entender lo que cada candidato está dispuesto a ofrecer, como facilitar físicamente el hecho de votar.
Porque su opinión sí importa. Ellos deben ser protagonistas en primera persona de las normas que se dictan para mejorar su calidad de vida, de otro modo… ¿cómo conseguir lo mejor sin su opinión, sin que puedan elegir aquella formación política que responda adecuadamente a sus expectativas? Esto no sólo merece una promesa electoral… merece que se transforme en realidad.
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Mi voto cuenta.
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