¿Por qué la llaman austeridad en lugar de “más desigualdad”?
Bajar los impuestos y “más austeridad”. Esa era la receta que Mariano Rajoy propuso el 24 de junio de 2008, según se recoge en este artículo de El País, cuando era líder de la oposición, la crisis económica arrancaba y su partido salía de un convulso congreso. Las críticas del líder del PP a las medidas económicas de Zapatero, y esa propuesta de austeridad, se convirtieron en una de las claves de su discurso y, para el periodista y asesor de comunicación Jesús Barcos (Pamplona, 1973), en una de las muestras de las “trampas” de lo que llama “el lenguaje de derechas”. El escritor ha recogido en su último libro, La chistera azul, 25 palabras habitualmente positivas y a las que se exprime el significado. Sobre todo porque pueden esconder otro completamente distinto.
Fuerza, patriotismo, racionalización, orden o politización son solo algunos de estos 25 sustantivos. Barcos analiza, por ejemplo, por qué se recurre a hablar de flexibilidad para describir el cambio de trabajo, la necesidad de emigrar o la pérdida del “estado de bienestar”; por qué se menciona el realismo para criticar “las políticas utópicas de la izquierda”; o, cómo en el primer caso mencionado, se apela a la necesidad de ser austeros ante la situación económica a pesar de que “una cosa es vivir por encima de tus posibilidades y otra bien distinta que te estrangulen las posibilidades”. Y, por tanto, apelar a la austeridad es “un mantra” que ahora, afirma, está más claro que ha significado “adelgazar las prestaciones sociales” y, en definitiva, “normalizar el recrudecimiento de la desigualdad”.
Lo mismo ocurre si se menciona la libertad para justificar la economía de mercado; moderación para vestir un modelo económico frente a las propuestas de otras fuerzas, que entonces parecen más radicales; o la valentía de ciertas medidas económicas con las que, según expone Barcos en su libro, la derecha pretende “marcar músculo”.
Estas son algunas de las reflexiones que este periodista, columnista y bloguero navarro plantea en su tercera publicación, tras La arquitectura de las palabras (2006) y su participación en Historia del Ayuntamiento de Pamplona durante la Transición (2011). Barcos reconoce que, en este caso, se trata de una publicación irónica, surgida de la lectura atenta de la prensa y prácticamente de las escuchas de esas conversaciones típicas de cafetería, cuando hay lectores y lectoras que analizan el día a día con “indignación” o repitiendo alguno de los argumentos que, día sí, día también, utiliza la clase política. Lo que prima en la comunicación política, según apunta Barcos, es lograr “un resultado” y eso es general en todas las formaciones.
De ahí que una de las preguntas obligadas sea por qué no hizo extenso el libro a todo tipo de representantes políticos, teniendo en cuenta el juego de sinónimos y circunloquios que utilizó Zapatero para hablar (o no hablar) de la crisis o el jugo que Pablo Iglesias ha sacado a una expresión como la casta: “Quise centrarme en una ideología y no ampliarlo y hacer un tratado que hubiera sido algo más extenso. Y, en ese caso, también podría haber encontrado la crítica de que estaba desequilibrado y que atizaba más a unos que a otros”.
El peligro de ser solo “altavoces”
Barcos reconoce que la propaganda está muy presente en todo el lenguaje político, y recuerda que “los partidos políticos tienen estrategas y detectores de tendencias de la opinión pública”. Esa carga de asesores y personas formadas en comunicación ayuda a “plantear los mensajes de la forma más brillante”, pero también advierte de que “las palabras se pueden estirar hasta el límite de la honestidad”. Y el problema es que los medios de comunicación “no descodifiquen” esas medidas verdades o mentiras completas y las reproduzcan de forma acrítica, convirtiéndose solo en “altavoces”.
¿Y la ciudadanía es consciente de esos mensajes? Barcos invita, sobre todo, al “contraste” porque “por principio, es bueno leer de todo y escuchar a todos”. Recuerda, además, que el lenguaje político es siempre “polisémico” y, por eso, algunas palabras pueden sonar muy bien a una persona y todo lo contrario a otra. Así ocurre con términos como regeneración, claridad o nación y algunos otros de esos 25 sustantivos sacados de la chistera azul, unas palabras utilizadas “con truco” y que, siempre, augura, se podrán seguir ampliando.