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La realidad de las madres migrantes que logran reunirse con sus hijos: “Me dice que ya no es lo mismo, que la abandoné”

La reagrupación entre hijos y padres que han migrado no siempre cumple las expectativas.

David Noriega

Cuando María José Montenegro dejó a su hija de 9 años en Ecuador para venir a España en busca de “un futuro mejor” varias dudas rondaban su cabeza. “¿Y si no puedo volver a verla? ¿Cuántos años voy a tardar? ¿Y si no puedo regresar?”. La separación duró poco. En apenas siete meses la niña ya estaba rumbo a reencontrarse con su madre. Pero el momento feliz de esa reagrupación, como la de muchos otros hijos de padres migrantes, trae consigo periodos de duelo, expectativas que no siempre se cumplen y, en algunos casos, incomprensión y conflictos.

“Cuando llegó fue muy emocionante. Parecía que en lugar de siete meses habían pasado años. Tenía la imagen de como la había dejado, pero al volver a encontrarla la vi cambiada, más grande. También había cambiado su forma de expresarse, su cariño… Ya no era lo mismo, no era tan cariñosa. Me trataba de usted, cuando siempre me había tratado de tú”, recuerda Montenegro.

En 2017 se concedieron en España 42.165 permisos de residencia por reagrupación familiar, según los últimos datos del Observatorio Permanente para la Inmigración, dependiente del ministerio de Trabajo, publicados en noviembre. Estos permisos permiten que, principalmente, hijos y cónyuges de migrantes que aún se encuentran en el país de origen puedan reunirse con ellos. En el caso de los hijos, la reagrupación suele producirse cuando estos tienen entre 10 y 17 años, coincidiendo con la pre-adolescencia y la adolescencia. Una época de desarrollo que, si ya es complicada en situaciones normales, en estos contextos se agrava.

Doble ruptura

“Son niños que en su país ya han hecho una vida, tienen su entorno juvenil, su colegio y su familia”, indica la mediadora intercultural de la Asociación Salud y Familia, Griselda Paredes. Por eso, sufren dos rupturas. Por un lado, la de su madre y, por otro, la de ese segundo entorno familiar, ligado a otra figura cuidadora, que generalmente es la abuela, pero que puede ser una tía o su padre. Precisamente, los tres hijos menores de Maritza Oliveros se quedaron con su padre cuando ella emigró en 2006. La menor llegó a España un año después, cuando tenía 13. “Le hacía mucha falta su papá”, explica. Tanta, que tras terminar la ESO regresó a Venezuela.

Las expectativas que se generan en torno al reencuentro tampoco ponen las cosas fáciles. Claudia (nombre ficticio) llegó a España desde Perú en 2009, con 16 años. Su madre llevaba aquí desde finales de 2005. “Sabíamos que mis padres estaban separados, pero hablaban y creíamos que luego vendría mi papá -que permanecía en Perú-”, recuerda. “Mi hermana y yo vinimos porque íbamos a ser una familia, a empezar de cero, pero llegué acá y me encontré que mi mamá tenía pareja”, recuerda. “Fui Chucky hasta que el novio de mi mamá se fue”, reconoce. Una actitud que ahora califica de “egoísta”. “Me chocó que me mintiera. Ella me decía que no son cosas que se dicen por teléfono. Tenía razón, porque yo tampoco le conté un montón de cosas, pero estaba dolida y no se la iba a dar”, afirma.

“La reagrupación se produce, precisamente, cuando el chico se tiene que diferenciar de su padre y de su madre. Esto es un proceso evolutivo que nos ayuda a formar nuestra propia identidad y convertirnos en adultos, pero que se hace desde la pertenencia. Ellos no saben a dónde pertenecen, si a la familia que dejan atrás o a su madre o padre biológico que está aquí, lo que genera mucha confusión”, explica el responsable del servicio de atención a familias reconstituidas de la Unión Nacional de Asociaciones Familiares (UNAF), Gregorio Gullón, donde atienen este tipo de casos que “muchas veces se producen en el contexto monomarental”.

“Mi mamá me ponía los límites como muy raro”

En estos escenarios, surgen también “muchas dudas sobre qué autoridad ejercer”, por lo que “a veces temen ejercerla por temor al conflicto y, otras, quieren reafirmar su rol como padres, ejerciéndola de forma excesiva”, indica Gullón. “Sentía que mi mamá me ponía los límites como muy raro. Te dice ‘no te vas porque no. Soy tu madre y digo que no’. Es como: ¡stop!”, recuerda Claudia. “A veces, cuando la regaño, me dice que la abandoné”, lamenta por su parte María José Montenegro. “No es que sienta que mi hija no me quiere sino que ella me dice que ya no es lo mismo: ‘Es que tú me dejaste’”.

“Las madres se machacan cuando no están con los hijos y, una vez que están aquí, se siguen machacando. No. Tenemos que cambiar esa visión”, explica Paredes, de Salud y Familia. En la asociación cuentan con el ‘Espacio Escucha’, donde acompañan a estar mujeres que “vienen rendidas, hundidas y rotas”. “Es muy difícil trabajar esto con las madres, porque ellas llaman todos los días, están en contacto, pero los niños tienen esa heridita de que has hecho esto sin tener en cuenta las consecuencias que ellos podrían vivir”, desarrolla.

Otro de los conflictos que pueden generarse en la reunificación familiar tiene que ver con las expectativas económicas. “Las madres migrantes envían remesas de dinero para los familiares que quedan a cargo de sus hijos en el país de origen. Esto, unido a que minimizan las penurias que suelen vivir para evitar preocupaciones, provoca que se tenga de ellas una visión idealizada de bienestar, que choca con la realidad que se encuentran aquí. Nosotras recomendamos que se envíe el dinero justo y necesario”, indica Paredes.

“Para compensar el vacío les compran todo, porque como el cambio de moneda es elevadísimo, se lo pueden permitir. Esto ocurre también con las personas a cargo, que piden y, como cumplen, muestran que son personas solventes. Cuando los hijos vienen y ven la realidad de los padres, cómo trabajan, que a veces no hay tiempo ni para verse y que las circunstancias no son como pensaban, se asustan, porque la perspectiva que les dieron no era realmente la que había”, explica la mediadora. “El mayor me decía que esto no era como yo le decía”, recuerda Maritza; “el pensaba que todo iba a ser color de rosas”.

Planificar el reencuentro

Lo más importante durante los primeros meses es la atención emocional de los menores. “A veces llegan los hijos y los padres no se han coordinado en sus horarios laborales o no saben cómo funciona el sistema educativo”, alerta Paredes. En ese sentido, los expertos destacan la importancia de realizar una planificación. Además de acompañamiento psicológico, de formación y laboral, en Salud y Familia ofrecen a estas madres servicios de información y asesoramiento jurídico, para que los niños y niñas puedan acceder a una plaza en el colegio o instituto, a actividades extraescolares y a becas desde el primer momento.

A estos recursos acudió María José en un momento de “impotencia” ante la difícil respuesta del sistema. “Conté mi situación y pregunté qué podía hacer. No me di por vencida y empecé a meterme en Internet para buscar trabajo, me moví para inscribir a mi hija en el colegio y que empezara a clase en cuanto viniera”.

Para superar estos escollos, los mediadores recomiendan una “puesta al día de la narrativa vital”, indica Gullón. “La madre se calla todo lo mal que lo pasa, para no preocupar a la familia que se queda en el país de origen” y “los niños se callan el sufrimiento de crecer lejos de sus padres para no preocuparles más”, por lo que “acaban desconociendo lo que han sufrido al estar separados”. Por eso, es recomendable “que se cuenten todo lo que vivieron y experimentaron, con fotos y vídeos, y que su relato no acabe en el presente, sino en lo que les gustaría que fuera su familia en el futuro”, explica el experto.

“Sí nos hemos sentado a conversar eso, pero yo no soy muy de decirle mis cosas porque no me siento muy apegada a ella ahora mismo. No me nace”, explica Claudia sobre el encuentro con su madre: “Es como que algo se ha perdido”.

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