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La infancia y el Pacto Europeo de Migración y Asilo

Inmigrantes llegados el sábado pasado en cayuco a isla de El Hierro
 El grupo incluía a varios menores y niños.

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El Pacto Europeo de Migración y Asilo constituye uno de los procesos de negociación más encallados que han tenido lugar en la Unión Europea (UE). Son ya años de debate infructuoso, por tratarse de una temática rodeada de multitud de intereses políticos y electorales. Las migraciones y la gestión de las crisis migratorias no son ajenas a la política, porque requieren de políticas públicas eficaces. Por eso tiene sentido pactar y regular. Por eso tener un Pacto de Migración y Asilo en la UE es una oportunidad para la infancia que intenta llegar y establecerse en Europa. Pero no todo vale.

Los textos que están encima de la mesa a fecha de hoy no respetan el marco internacional de derechos de la infancia y, de llegar a aplicarse, supondrían también un incumplimiento del espíritu y la expresión normativa de la legislación relacionada con la infancia en España. 

Las fórmulas que se están barajando para gestionar las llegadas de personas, luchar contra los traficantes, tramitar sus solicitudes de asilo, decidir sobre su destino u organizar su acogida son susceptibles de poner en peligro a los niños y niñas que intentan llegar a nuestras costas tanto solos como acompañados. Mejor dicho: en mayor peligro aun del que están. Más de 35 millones de niñas y niños de todo el mundo son migrantes internacionales y 43,3 millones de niños y niñas son desplazados forzosos a causa de conflictos, violencia y desastres. Son las cifras más altas registradas hasta ahora en lo que se refiere a desplazamiento infantil. Las cifras reales de fallecimientos de niños en nuestros mares no se conocen, pero se estima que son mucho más elevadas que las que se difunden.

De aprobarse hoy el Pacto se introduciría, por ejemplo, la posibilidad de suspender en algunos contextos determinados derechos relacionados con el asilo, o reunir amplios grupos de personas en instalaciones fronterizas para intentar gestionar de forma rápida sus expedientes. Todo ello puede provocar que haya niños que terminen varados en instalaciones cerradas o que sufran restricciones de acceso al asilo o retornos sin garantías.

La rapidez casa muy mal con la seguridad jurídica y con las garantías legales en materia de asilo y de infancia. Para proteger a la infancia hacen falta intérpretes, espacios protectores, atención psicosocial, información adaptada, representantes legales, abogados, recursos de apelación, medidas para la reagrupación familiar, protección frente a posibles abusos por parte de adultos, alternativas a la detención, evaluaciones adecuadas de sus intereses y de su edad, prohibición de devoluciones rápidas, supervisión. Para proteger a la infancia hace falta tiempo y supervisión.

Estas son algunas de las sombras que acompañan al Pacto, y España, como impulsor de las negociaciones durante su Presidencia, debería conseguir que el Pacto esté totalmente alineado con nuestro marco de protección internacional y nacional de infancia. Un marco que es fruto de esfuerzos y aportes de varias generaciones de políticos, funcionarios y expertos de todo el mundo y también de nuestro país. El temor a los picos de llegadas y el hartazgo sobre esta negociación no pueden llevar a los Estados de la Unión Europea a dejarlo de lado. 

Estamos a tiempo de legislar correctamente y no trasladar a los jueces toda la responsabilidad. El orden de prelación de fuentes jurídicas en nuestro país está muy claro: el Derecho internacional de los derechos humanos –donde se incardina la Convención sobre los Derechos del Niño–, prima y primará siempre. España debe conseguir que este Pacto abrace el carácter incuestionable de los derechos de la infancia.  

De otra forma, el Pacto vivirá poco. Decía en 1947 el profesor de la Universidad de Columbia Mirkine-Guetzevitch que “ningún Estado puede conseguir que se admita un sistema de valores, si no son valores universales”.

No hay valor más universal que evitar poner en peligro la vida, la salud, la educación, la familia, o la integridad física, moral y espiritual de un niño. Venga de donde venga. Tenga las razones para migrar que tenga.

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