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El partido del rencor

Analista de la Fundación Alternativas
Imagen de archivo del hemiciclo del Congreso desde la bancada del PP

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En España, como tantas veces en su historia, crece el rencor. Una colusión de intereses entre políticos sin escrúpulos, jueces politizados y periodistas mendaces, algunos de ellos corruptos, además de una legión de extremistas incansables en las redes, excitan los sentimientos de odio y resentimiento en mucha gente que, agotada por la pandemia y asustada por la incertidumbre de su futuro, es sensible a ese tipo de relatos en los que se designa a un culpable claro de sus desgracias. No importa que ese fuego sea tan fácil de encender como difícil de controlar. Es una guerra y en la guerra vale todo.

Como siempre que gobierna la izquierda en este dolorido país, han conseguido crear un clima de desasosiego en buena parte de la población, con la finalidad de que las aguas vuelvan a su cauce y gobiernen los de siempre –el centro lo llaman- que es lo que corresponde por derecho natural. La Constitución de 1978 –muy avanzada en su letra para las circunstancias políticas en que fue redactada y aprobada– fue hábilmente reconducida para que el poder se repartiera equitativamente, al modo de los conservadores y liberales de Cánovas y Sagasta durante la restauración borbónica, entre un partido conservador, claramente sucesor del franquismo, el Partido Popular, y un partido social-liberal, heredero del PSOE moderado de Indalecio Prieto, que limpiase y diese esplendor a la joven democracia española, pero sin hacer cambios drásticos que pusieran en peligro los privilegios que habían existido “de toda la vida”, ni los nuevos que la corrupción descarada -y en buena medida tolerada- podía proporcionar.

Pero el equilibrio se rompió en 2004 cuando llegó a la presidencia Rodríguez Zapatero -un hombre del que desconfiaban hasta los históricos del PSOE de Felipe González porque era ligeramente de izquierdas, aunque solo fuera en temas sociales–, precisamente cuando más alta estaba la autoestima del PP tras los dos mandatos de Aznar. Ahí se desataron las hostilidades, se perdió la vergüenza por parte de la derecha y se atacó con todo sin importar las consecuencias. Desde la deslealtad ante el fin de ETA –a pesar de que Zapatero había sido leal con Aznar en este tema–, acusando al gobierno de connivencia con los terroristas, hasta la infamia de votar en contra de las medidas exigidas por la Unión Europea –en mayo de 2010–, arriesgando sumir a España en un rescate con las consiguientes repercusiones para la población, con tal de quitar el aire al gobierno y conseguir derribarlo. Desde entonces la derecha española ha actuado de la misma forma, sin escrúpulos, sin tener en cuenta los intereses generales, sino solo la conservación o recuperación del poder.

Ahora a esa derecha, representada en su núcleo central por el PP, se le han unido otros sectores de diversos ámbitos y procedencias pero que coinciden en sus objetivos. No solo por supuesto Vox, que no es sino una escisión del PP, sino los dirigentes y la mayoría de los votantes de Ciudadanos, un partido que sin disfraces se ha mostrado como lo que es: liberal conservador y centralista, así como una buena cantidad de militantes o exmilitantes del PSOE –sobre todo de cierta edad -  que no se reconocen en una formación más o menos de izquierdas, o se sienten excluidos y han ido acumulando resentimiento hasta ser claramente hostiles a su partido, en su versión actual. Personas cuyas ideas y posicionamientos difícilmente se pueden asimilar a nada que se parezca al socialismo o a la izquierda, y  que se habían enfrentado desde el principio a un compañero que desnudaba claramente sus limitaciones. 

Por su parte, un cierto número de jueces –en su mayoría conservadores como es patente– han decidido hacer claramente política en todos los ámbitos que han podido, desde una persecución judicial insólita –y en ocasiones ridícula- a Podemos, hasta deslizar consideraciones políticas en un informe del Tribunal Supremo sobre los indultos. Finalmente, la mayoría de los medios de comunicación con sede en Madrid, incluidas algunas cadenas de televisión, se han sumado a una campaña atroz en la que las mentiras, las medias verdades, la ocultación de datos o noticias desfavorables a su posicionamiento ideológico, la confusión entre información y opinión, la manipulación en fin, son el mejor retrato de su actividad claramente política más que informativa.

Todo este conjunto de personas, organizaciones, poderes, se han unido explícitamente -por diversas causas e intereses- para una acción común en lo que podríamos llamar, a partir de ahora, el “Partido del Rencor”. 

Lo que une al “Partido del Rencor” es su odio sin límites a Pedro Sánchez y a su gobierno. No se trata de disentir de sus decisiones y argumentar ese disenso, o de criticar sus errores –que sin duda los hay– con razones y aportando alternativas. Se trata de echarlo como sea, anularlo, destruirlo. Y para eso vale cualquier cosa, no importa si verdadera o falsa. Tampoco si es mejor o peor para España. Se trata simplemente de impedir que Sánchez y sus aliados hagan políticas reales de izquierdas, por tímidas que sean, y perjudiquen a  los sectores privilegiados de la sociedad española, que son en definitiva los que mueven los hilos de esta campaña.

Desde el primer día se tachó al gobierno de coalición de “ilegítimo”, a pesar de que los que decían eso eran perfectamente conscientes de la legitimidad del mecanismo constitucional de la moción de censura que le llevó al poder. Se pedían elecciones a gritos. Cuando las hubo, y ganó el PSOE del denostado y defenestrado Sánchez, se bloqueó cualquier intento de que formara gobierno, lo que aplaudieron los mismos que habían exigido poco antes al PSOE que se abstuviera en la investidura de Mariano Rajoy. Cuando después de la repetición electoral  se vio obligado a pactar con Podemos ante la ausencia de cualquier otra alternativa y la clara inutilidad de repetir las elecciones por segunda vez, los mismos que le habían negado esa alternativa, le acusaron de echarse en brazos de los que querían destruir España. Un gobierno comunista, separatista, bolivariano, como se ha visto en el tiempo que lleva gobernando. Incluso han resucitado el fantasma de ETA para acusarle de connivencia; da igual que Bildu no votara a favor de la investidura de Sánchez ni que su apoyo no fuera necesario para aprobar los presupuestos,  eso no se menciona, ha pactado con los etarras –como su predecesor Zapatero- y ya está. ¿Todo por mantenerse en la Moncloa y volar en el avión Falcon? ¿Qué tenía que haber hecho? ¿Tenía que haber dado el gobierno al PP que obtuvo 89 votos frente a los 120 del PSOE? Porque los defensores de un gobierno de gran coalición nunca se lo ofrecieron a Sánchez, eran partidarios de una solución de este tipo… siempre que ese gobierno lo presidiera otro político del PSOE que fuera, digamos, “más razonable”.

Por supuesto, ni la más mínima lealtad con el gobierno de España, aunque se trate de asuntos de Estado. Igual que no la tuvieron con Zapatero, tampoco ahora, ni con la pandemia, ni con la crisis económica, ni siquiera en crisis internacionales como la actual con Marruecos. Al enemigo ni agua. No sea que se consolide. Y naturalmente, mucho menos aun en el tema territorial, y más concretamente en el asunto de Cataluña, en el que el PP ha encontrado un filón para recoger votos en el resto de España exaltando un demagógico nacionalismo español que es sin duda tan divisivo y tan negativo para la unidad de España como los nacionalismos periféricos. 

No van a aportar ninguna solución en este asunto. Con el gobierno Rajoy se aprobaron en Cataluña leyes de desconexión, se hizo un referéndum, y cuando se convocaron elecciones después de la aplicación del artículo 155 CE, los independentistas tuvieron mejor resultado que antes. No tienen ningún plan. Sánchez votó en la oposición a favor del 155 por lealtad, aunque no estuviera muy convencido de que fuese la mejor solución.  Pero la derecha solo conoce la lealtad de la oposición cuando gobierna, nunca responde con la misma moneda

Ahora han hecho presa en los indultos a los dirigentes independentistas condenados por el Tribunal Supremo. Da igual que puedan favorecer un clima de entendimiento en Cataluña que suavice las tensiones. ¿A quién le interesa suavizar las tensiones?  No pueden permitir que la cosa salga bien, supondría la consolidación de Sánchez por muchos años. Pero como el pueblo necesita demagogia, el relato –infantil- consiste en que Sánchez concede los indultos para mantenerse en la Moncloa. Esto lo compra todo el mundo, especialmente los rencorosos. 

No importa que sea justamente lo contrario. No importa que Sánchez no necesite a los independentistas para seguir siendo presidente, ya que no hay ninguna posibilidad de construir una mayoría suficiente para echarle mediante una moción de censura antes de que acabe su mandato. Ni que pueda prolongar los presupuestos aprobados en diciembre durante dos años, que es lo que resta de Legislatura. No importa que sean precisamente los indultos los que puedan costarle la Presidencia en las próximas elecciones, y que él naturalmente sea consciente de ello. Él jamás haría nada por interés público, solo por interés personal. El rencor.

El “Partido del Rencor” no quiere que España cambie, o, si no hay más remedio, que lo haga de una manera muy leve, que no ponga en peligro el status quo. Nada de dejar decidir a la población sobre monarquía o república. Nada de un país federal en el que las distintas nacionalidades que conforman España acuerden un punto de equilibrio entre su identidad y la cooperación en el seno del Estado. Nada de una escuela laica universal que acabe o reduzca con la transmisión intergeneracional de los status sociales. Nada de feminismo que sobrepase la retórica y el paternalismo. Nada de derechos laborales efectivos que pongan en peligro la llegada –y la salida claro– de capitales. Nada de ecologismo que perjudique los beneficios. Nada de intervención del Estado para corregir las desigualdades. Nada de más impuestos para financiar más prestaciones sociales. 

En definitiva, nada de izquierda: solo extrema derecha, derecha conservadora o liberal, o una socialdemocracia nominal y descafeinada que no intente siquiera ninguna transformación sustancial. Esas son las opciones. Los gobiernos de izquierdas solo pueden ser un paréntesis en la historia de España. Y tienen que ser eliminados cuanto antes, no sea que la gente se crea de verdad que otro país más justo, más humano, más solidario, más libre, es todavía posible.

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