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Volver con precaución y sin miedo

Vuelta a las aulas en el Colegio Público Paderborn de Pamplona

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Ya se sabe que es difícil transmitir confianza cuando el escenario está protagonizado por la incertidumbre. Sobre todo, si además, se suma un cierto clima de frustración y desaliento, como consecuencia de una prolongada situación de anormalidad, que desmiente la retórica de la nueva normalidad.

Además, la gran polarización política, que junto a la precariedad social y de salud pública, que son responsables en gran medida de nuestros comparativamente malos resultados en la pandemia, no nos ayudan, y lo que es peor, ni tampoco parecen estar entre las prioridades a reconsiderar.

Por eso, debería quedar claro ante todo que no hay razón para el miedo ni tampoco nos podemos permitir ningún tipo de desorden educativo en este comienzo de curso. La incertidumbre y la polarización han puesto la sensibilidad a flor de piel en la comunidad educativa y por extensión en la sociedad española. A ello se suma el debate estéril del reparto de culpas, competencias y responsabilidades.

Pero ni los niños son el foco de la pandemia ni son más transmisores ni mucho menos un colectivo especialmente vulnerable. Tampoco lo son los colegios y universidades, sobre todo si nos atenemos a las recomendaciones y medidas de salud pública. Los vulnerables siguen siendo las personas mayores y los enfermos crónicos y como ya conocimos trágicamente en las residencias de ancianos y en las UCI.

También en la educación, lo nuevo como exclusión de lo existente está al acecho, y amenaza con deslumbrarnos con su supuesto brillo. Como si fuera un sol, pero este debate ha estado ahí desde siempre. A lo viejo nos lo quieren presentar ahora como obsolescente, cuando esto es precisamente lo característico de una forma excluyente de ver lo nuevo. Intentan echar lo viejo, o mejor a lo clásico, a la basura, sin más, pero con ello no solo la educación perdería una de sus principales funciones, sino que además sería un freno a su papel fundamental en la igualdad y en el ascensor social.

La tecnología ha sido muy útil porque, entre otras cosas, nos ha permitido comunicarnos durante el confinamiento, y sobre todo mantener viva la enseñanza, como también lo será en el futuro como imprescindible complemento. Pero sin la relación pedagógica y personal entre profesores y alumnos y de socialización entre los propios alumnos, sin una verdadera enseñanza presencial, el proceso formativo se quedaría en una acumulación memorística de contenidos, sin valores cívicos ni capacidad crítica.

Ya conocemos además sus consecuencias negativas sobre el modelo de lectura y escritura, así como sobre la pérdida cada vez mayor de la oralidad en la educación. También los propios alumnos nos han hablado en las encuestas de su pérdida de atención y su dificultad para resolver dudas y socializar con la enseñanza telemática.

El carbono (nosotros) y el silicio (lo nuevo) son elementos muy similares. Sin embargo, lo real está muy distanciado de lo virtual, no son parecidos. Lo virtual surge al amparo de grupos que tienen una gran capacidad para imponer sus puntos de vista y ampliar sus influencias, tanto económicas como políticas. Son los que defienden que la enseñanza telemática ha venido para quedarse. A estas alturas no hay duda, además, de que en la enseñanza, las actividades telemáticas cuya importancia nadie niega, y que nos acompañan desde hace tiempo, en particular en las universidades y la preparación a distancia, tienen otras connotaciones menos favorables que también hemos experimentado especialmente en el periodo de confinamiento. 

Así, mientras las familias ricas y acomodadas se preocupan de que sus hijos tengan los mejores ordenadores y vayan a los mejores colegios, las familias con menos recursos se tienen que preocupar en exclusiva de que sus hijos no pasen a engrosar las filas del abandono escolar.

Unas buscan profesores particulares para sus hijos, mientras en las familias pobres se preocupan de conseguir ayudas para conseguir terminales o para resolver problemas de conectividad. Por no hablar de los problemas laborales y de conciliación entre unas familias que han podido teletrabajar y con ello acompañar y apoyar el aprendizaje telemático de sus hijos, y otras, se han visto obligadas a salir al trabajo o a atender a los cuidados, y no han podido hacerlo. Y mientras unos niños con buen nivel de partida no han necesitado apoyos, otros con más carencias han notado especialmente su restricción como consecuencia de los efectos negativos del confinamiento.

La pandemia, no solo ha dejado en evidencia la fragilidad de un modelo económico basado en el sector servicios y el turismo, sino también la precariedad de un modelo social y laboral que se encuentra todavía lejos del modelo europeo. Y en este caso ha dejado a la vista los graves problemas de nuestro sistema educativo: el abandono temprano (al terminar la ESO) y el fracaso escolar (sin el título de la ESO); y ha puesto en evidencia grandes diferencias entre unos centros y otros, en particular entre públicos y los concertados, unos con alumnos seleccionados y con medios para la transición digital y otros más inclusivos pero con menos recursos. Paralelamente, empiezan a aparecer estudios que apuntan a la aparición de secuelas por los meses de confinamiento del estado de alarma.

Todo esto sucede además en un país, el nuestro, que tiene en su debe histórico un gran desafecto institucional hacia la ciencia, con un presupuesto dedicado a la misma que está a una gran distancia de la media de la UE, y cuyo gasto en educación superior es el más bajo de los 34 países de la OCDE, y con un rosario de recortes en los años recientes que conllevan que el gasto público en educación no llegue todavía hoy al de hace diez años.

Paradójicamente, esto sucede también en un momento de gran trascendencia para la ciencia en la opinión pública, que a nivel mundial en esta pandemia finalmente le ha ganado la batalla al negacionismo del populismo ultra.

El ruido de los prejuicios y de las teorías conspirativas en las redes y recientemente en algunas capitales del mundo, no es capaz de ocultar su extrema debilidad.

Por otra parte, también es cierto que el papel de las universidades españolas durante la pandemia ha estado lejos de ser notable, con los laboratorios de investigación cerrados durante el estado de alarma y con la totalidad de los campus presenciales transformados acríticamente en centros de docencia a distancia, para mayor gloria de las grandes multinacionales tecnológicas, de tal modo que el curso académico terminó con una gran cantidad de exámenes telemáticos con resultados de más que dudosa credibilidad formativa.

La retórica de la nueva normalidad

Por todo ello, continuar con la retórica de la nueva normalidad, ahora con la reafirmación de las escuelas como los lugares más seguros y libres de covid-19, no ayuda. Con una comunidad escolar y una sociedad inseguras, es mejor reconocer el riesgo y comprometer la colaboración de todos: alumnos, familias, profesores, trabajadores y administraciones en reducirlo al mínimo dentro de lo posible. Solo así haremos frente al miedo. Porque el riesgo cero y la seguridad absoluta no existen. 

Ahora, con el final de estas extrañas vacaciones de 2020, llegamos al inicio del curso escolar en estado de brote casi permanente, sino de trasmisión comunitaria, en algunas ciudades y CCAA, y con una parte de la sociedad y algunas instituciones importantes que primero salieron como pollos sin cabeza del confinamiento y que ahora no se han preparado ni organizativamente, ni psicológicamente, para garantizar una convivencia, más o menos incierta, con el virus. Unas siguen implícitamente con la ya fracasada inmunidad de rebaño y otras se han creído que la nueva normalidad es la normalidad a secas.

En definitiva, es el momento de cooperar para gestionar el riesgo del inicio del curso y sabemos cómo hacerlo. Para ello tenemos que aprovechar estos últimos días, previos al inicio de la clases, para cumplir con las medidas de higiene y distanciamiento, para reforzar la atención primaria y la salud pública en el seguimiento de contactos de la covid19 y su aislamiento, así como a reducir los determinantes sociosanitarios, laborales y de movilidad.

Con precaución y sin miedo.

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