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Un 2021 para aplicar lo aprendido

Una pareja se besa a través de un plástico.
29 de diciembre de 2020 22:18 h

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Como todos y cada uno de los años, 2020 repetirá el rito de verse repudiado en su final, tanto como fue saludado alborozadamente en su inicio. Esta vez hay sobradas razones para darle un adiós sin contemplaciones pero, para que 2021 sea mejor, habrá que poner los medios. Los deseos nada sirven si no se apoyan en fundamentos. 2020 nos deja un lastre terrible que todos conocemos pero también puntos de apoyo para remontar y hasta construir como no se ha hecho antes.  

81 millones de infectados por COVID en el mundo y cerca de 1.800.000 muertos después, la ciencia ha logrado vacunas y en un tiempo récord. La maltratada ciencia. Los investigadores se pusieron a trabajar compartiendo conocimientos. Algunos llevaban décadas sin ser escuchados. El potencial del ARNm en el que creían la científica húngara Katalin Karikó en el eje de Moderna, una de las empresas fabricantes de las primeras vacunas. El matrimonio de inmigrantes turcos Ugur Sahin y Özlem Türeci que crearon BioNTech en Alemania y que, unida a la potente farmacéutica Pzifer, sacaron la suya. Todos ellos y muchos más lograron la clave para inmunizarse contra este coronavirus tan puñetero y contagioso.

Es evidente, rotundamente claro, que la ciencia necesitaba y necesita más inversión. Las políticas neoliberales la han recortado en los países con menos visión de futuro, de progreso. La España de Rajoy le dio un tajo mortal. Todavía hoy es insuficiente la inversión aunque el presupuesto para ciencia e innovación del gobierno progresista haya subido un 59%, hasta 3.232 millones, el mayor de la historia. Recordemos que el presupuesto para la Iglesia católica que gestiona la Conferencia Episcopal es de 11.400 millones y, por ejemplo, a los profesores de la escuela concertada les paga el Estado aparte.

Esos que llaman genéricamente “los expertos” dicen que las vacunas y los estímulos fiscales y económicos pueden lograr la recuperación dejando atrás muchos sinsabores. Aunque irá por barrios que se verán influidos por esos defectos estructurales que han quedado al desnudo y por la voluntad de hacer o no hacer lo más conveniente.

La sanidad pública se ha revelado esencial en este 2020. Gran parte del colapso –y por tanto de las víctimas- durante la primera ola se debió a la precarización de un sector al que se sometió a grandes recortes y privatizaciones. Hemos aprendido en la práctica que son mucho más necesarios a la sociedad los sanitarios, los empleados de supermercados, quienes cuidan de nuestra seguridad que quienes hacen anotaciones contables especulativas. No solo se precisa blindar la sanidad, es imprescindible potenciarla. En todo su campo de acción desde la Atención Primaria a las especializaciones. Va a hacer falta mucha terapia de la salud mental tras los durísimos golpes sufridos. Los Presupuestos Generales, aprobados con el mayor consenso en muchos años, han incrementado la partida de sanidad en un 75% y en un 70% la de educación. Los ingresos para todas las inversiones (o “gastos” como dicen) aumentan pagando más quienes más tienen, como estipula la propia Constitución en uno de sus artículos ignorados, el 40, y por los fondos europeos.

Contar con esos Presupuestos en un gran logro y los dos partidos coaligados deben entenderlo como un punto de partida y no de final, desechando tentaciones que no nos podemos permitir en el clima político de España.

Es cierto, sin embargo, que las costumbres han cambiado y que nada volverá a ser igual a corto o medio plazo, quizás nunca, por mucho que se empeñen. Estamos viendo que el turismo ha sufrido una auténtica debacle. En España y en todos los países. Aquí, no se alcanzaron ni los 20 millones de viajeros, cifras desconocidas desde finales de los 60, con un desplome en ingresos superior al 75%. La gente se lo piensa con una pandemia y al final ni se salvó el turismo, ni la salud. El problema, como ya hemos comentado, es que España se apoya como todo motor productivo en el turismo precisamente y la construcción asociada a él. Hay que racionalizar y diversificar el modelo. La apuesta por la innovación de los nuevos Presupuestos va en ese sentido.

El coronavirus ha cambiado las costumbres claramente y muchos negocios habrán de adaptarse. Muchos oficios y comercios saben que será rara una vuelta atrás. Las grandes cadenas de ropa inician el nuevo año con decenas de cierres. Lidera Inditex de Amancio Ortega. Las ventas han caído en general, se “viste” menos si se sale menos y se trabaja en casa, y se ha producido un auge de la venta on line, incrementando una tendencia que ya venía de atrás.

Con el coronavirus o con la excusa que aporta, se han perdido derechos consolidados. Se han adoptado modalidades que no han demostrado aún el balance entre inconvenientes y ventajas como trabajar en casa. Unos pocos en cambio han ganado mucho. Ha habido empresarios que se han enriquecido a lo grande: Jeff Bezos, el dueño de Amazon, es el primer humano en poseer una fortuna de 200.000 millones de dólares él solo. Seguro que existen más sectores que la distribución para lograr beneficios y empleos.

Las perspectivas económicas son positivas aunque dependen de cómo fluyan las cosas. En España están condicionadas en alto grado por las feroces zancadillas de una oposición político-mediática única en el mundo. Lejos de entender la prioridad de la salud y colaborar como han hecho otros países con los gobiernos de toda orientación política, la derecha española no ha hecho más que entorpecer el camino tratando de sacar tajada de la situación y de sus insidias. Es un hecho. Han llegado al extremo, algunos medios también, de contribuir a las campañas antivacunas, destacando efectos secundarios, errores mínimos, como si les dolieran más las vacunas que el coronavirus. Y es al contrario: las vacunas, los presupuestos, los fondos europeos les han hecho entrar en una desesperación que roza el patetismo. Pablo Casado ha vuelto a contraprogramar el balance de fin de año del Presidente Pedro Sánchez, con la colaboración de los medios que lo sacaban en una ventanita gesticulando, en lugar de darlo después si es el caso. Para decir que España es una “república bananera” -él, amante fervoroso de la monarquía borbónica- ente otros de sus dislates habituales.

Solo ha habido un comportamiento parecido en 2020 al del PP y sus socios, el de un Trump aunque en el gobierno y contra sus oponentes demócratas en año electoral. El pelaje es ése, especialmente en algunas comunidades españolas. Y una de las grandes noticias del año es que los estadounidenses han echado al magnate de la Casa Blanca.

Se puede salir revirtiendo los destrozos de la austeridad que hace ya más de una década hizo un roto considerable a la economía del bien común. Las contrataciones se han reducido hasta ser las mismas de entonces. Es decir, los daños de una pandemia que ha paralizado la actividad mundial se parecen a la crisis del capitalismo por sus errores desencadenada aquel septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers. En España se perdieron entonces 3,5 millones de puestos de trabajo y se tardó una década en recuperar el empleo desaparecido, según detallaba Nacho Álvarez, un economista serio de antiguo, hoy Secretario de Estado de Derechos Sociales por Podemos. En la crisis actual, dice, los ERTE han evitado una destrucción de empleo similar. Ahora han sido 940.000 puestos de trabajo que ya se están recuperando en parte. Aunque quede un largo trecho por andar, es el camino.

El futuro va a depender de si se apuesta por la innovación y se afronta con racionalidad o se deja embarrar en las habituales marañas españolas, ajenas a lo esencial para el conjunto. Decidir lo que vale la pena y lo que sobra y obrar en consecuencia por fin. El éxito en la tarea podría hasta permitir afrontar algunos de los grandes errores enquistados. Es preciso para eso, trabajar desde la concordia,  apagar el ruido y dejar en su reducto a los miserables empeñados en la obstrucción.

Hay que hablar más de Katalin Karikó que de Ayuso, y, en el caso de la presidenta de Madrid, hacerlo desde la justicia y no desde la propaganda. No, no nos podemos permitir las distracciones. El coronavirus sigue aquí, matando mientras no se le contenga. Hay que oír la voz de la razón y la prudencia y no la del miedo. Por primera vez en mucho tiempo la Unión Europea sale de su ostracismo para echar una mano. Porque haca falta. Tenemos allí y aquí expertos y buena voluntad. Lean lo que informa y da argumentos. Están ahí, en los medios que no se dedican a embrutecer o medrar a cualquier precio. El futuro depende de cómo se aborda desde el hoy. De hasta qué punto somos capaces de aprender de lo vivido, de lo bueno y lo malo.

Estos días que he leído mucho y bueno, en prensa también, me quedé entre otros con este artículo del periodista británico Jonathan Freedland, columnista de The Guardian, que publicó elDiario.es el 19 de diciembre. Con todo, pero sobre todo con el final:

“La pandemia se ha llevado demasiadas vidas, pero también nos recuerda para qué sirve la vida: la alegría más simple, la de estar con los demás lo suficientemente cerca como para tocar y que te toquen. Como si hubiese una lupa sobre cada uno de nosotros, el virus ha revelado nuestra mayor debilidad, pero también nuestra fortaleza más preciada: la necesidad de estar juntos”.

Por encima de todo es eso: la pandemia se ha llevado demasiadas vidas, pero también nos recuerda para qué sirve la vida… Cada cual sabe.

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