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El cadáver de Franco. El nuestro

Una mujer junto a la tumba del general Francisco Franco, en el Valle de los Caídos / EFE

Lolita Bosch

Es una ilusión pensar que cuando muere un dictador muere una dictadura. Ojalá. A veces muere un régimen, como sucedió en el Estado Español, pero todas las personas, inercias, ideologías, costumbres, miedos, reacciones, afrentas, nostalgias, pendientes y sentimientos de injusticia que permean profundamente las sociedades amenazadas tardan mucho, muchísimo más tiempo en desaparecer. Tanto, como para pensar que Francisco Franco merece ser enterrado en la Almudena. Rectifico: que el asesino y responsable de masacres y represiones Francisco Franco merece ser enterrado en la Almudena.

El debate no es sólo el Valle de los Caídos, monumento infame entre los muchos monumentos infames que podemos visitar, sino qué lugar merece el cadáver de Franco. En mi opinión: ningún lugar público o de ninguna institución que reciba dinero público. Y no porque el dinero público no deba usarse para representar todas las opciones ideológicas de la sociedad de la que emana, sino porque la vida va antes.

Entiendo que partidos que deberían ser socialmente vilipendiados tengan derecho a presentarse a las elecciones e incluso celebro que las instituciones representen a los votantes. No cuestiono el derecho a competir en democracia. Y acato siempre los resultados obtenidos en las urnas. Pero en las urnas. Franco no ganó, Franco se sublevó.

Franco asesinó a miles de españolas y españoles, humilló, encerró a disidentes políticos, prohibió pensar y hablar en algunos idiomas, cercó el sentimiento de libertad y nuestro legítimo derecho a expresarnos y dejó, sobre todo dejó, una herencia de ignorancia y enfermizo orgullo que seguimos pagando tres generaciones después. Mi abuela vivió la guerra, mi madre la posguerra, yo nací cuando Franco estaba vivo y mis hijos son testigos históricos de la dificultad para sacar su cadáver del Valle de los Caídos.

Sé de lo que hablo. He estado ahí. El cadáver de Franco es custodiado con dinero público y hay que pagar entrada para visitar su tumba. Los trabajadores del Valle de los Caídos tienen sueldos de la administración. Y el entorno normaliza que haya un lugar en el que ir a llorar al dictador. Un lugar que avala la nostalgia de un pasado represor, corrupto e impune que se celebra. En realidad es terrible, absolutamente terrible. Pero en este país sin juicios políticos sensatos y sin transiciones que privilegien la dignidad y el bien y el derecho comunes, nos parece pedir demasiado. De eso parece a veces que nos hayan convencido. Y así ha sido. Pero no los políticos y políticas de ahora, sino casi nuestros cuerpos, nuestra orgánica memoria histórica. La prueba: Franco sigue sin ser un ciudadano y sus privilegios siguen, de mucho, superando los de los habitantes de este país. Su cadáver, lógica pero tristemente, sigue siendo el nuestro.

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