Sed de cambios y trampas para frenarlos
Un 5 de junio espectacular. Era cuestión de mover una ficha para provocar cambios. Un gobierno del PSOE, con mayoría de mujeres, la suma de partidos que lo han hecho posible, puntos de partida impensables hace solo unos días. La retirada de Rajoy de la política activa es otro hito notable y podría constituir el fin de una época. Mejor o peor según aprendan las lecciones. A otro nivel, hasta el periodismo entra en giros decisivos si se confirma el relevo en la dirección de El País, diario de referencia español. Soledad Gallego-Díaz, periodista de enorme solvencia, podría acabar con la deriva de este medio. La marcha se ha emprendido ya, aunque hay que consolidar los nuevos rumbos enfocando con acierto los riesgos.
No es porque Pedro Sánchez no le haya echado valor y avance buenas intenciones, pero sería suicida no tener presentes las inercias de este país y las mochilas con las que cargan los políticos. La composición del gobierno atrapa por el protagonismo de las mujeres pero da también algunas señales de alarma. El futuro vendrá determinado por lo que los protagonistas de este momento histórico consideren prioritario: si el gobierno de Sánchez debe funcionar y cuáles son las alternativas.
La primera cuestión a no olvidar es que el líder del PSOE no sería presidente sin el apoyo de los 180 diputados que dijeron sí a su moción de censura. Este gobierno no es como el de Portugal, convertido en modelo ejemplar. Aquí la suma de fuerzas fue para echar a Rajoy, no lo es –de entrada- para sustentar el gobierno. Fue una labor ineludible, tras la sentencia de la Gürtel como punta de un iceberg monumental.
Acreditados periodistas de la prensa internacional explican a sus lectores que lo auténticamente raro es que Rajoy aguantara tanto tiempo en el poder. Lo hace desde Giles Tremlett en The Guardian a Olle Svenning en Aftonbladet, el diario que lee la cuarta parte de la población en Suecia. La corrupción en España es una lacra que nos sepulta, está muy arraigada y vinculada al franquismo sociológico que encarna el Partido Popular. Con cómplices necesarios que se mencionan menos.
Cultivado a fondo el sustrato con medios afines, con Ciudadanos y algún famoso con tirón popular y nulo conocimiento de la Constitución, aparece Rajoy para despedirse y deslegitimar al Gobierno con las mismas consignas de sus colaboradores oficiosos. Mienten. Una vez más. Hay mucho en juego y lo han perdido. El gobierno de Pedro Sánchez es absolutamente legítimo por los apoyos de los que dispuso. España es una monarquía parlamentaria, no un sistema presidencialista.
A Sánchez, dicen, no le ha votado nadie, no representa a nadie y la falacia cuaja en algunos sectores. Algo que nos muestra hasta qué extremos alarmantes de ignorancia y oscurantismo se enseñorean de sectores de la sociedad. Hasta qué punto prácticas de corrupción, políticas y mediáticas, hacen mella en una parte de la población que ni conoce, ni valora, ni ama la democracia. Dado que la democracia es fundamento del sistema, no debemos consentir que también se pervierta. Más de lo que está. El paso siguiente ya lo están dando algunos países y está muy cerca del fascismo.
Es comprensible que Pedro Sánchez apueste por un gobierno monocolor de su partido. El primer campo de batalla en el que lidiar lo tiene en el propio PSOE. Ese segmento del PSOE que no parece ser consciente de su derechización y que le puso zancadillas de muerte hasta echarlo. Cualquiera se hubiera desanimado y, bien es cierto, Sánchez siguió en la brecha lo que es un aval a tener en cuenta.
Un gobierno del PSOE, sí, pero sin coces a quienes le han ayudado a sentarse en la Moncloa. Preocupa oír a periodistas que pasan por ser progresistas menospreciando gratuitamente a soportes imprescindibles de este gobierno. Las ilusiones independentistas han apoyado a Pedro Sánchez, lo quieran ver o no. Lo mismo que el partido de Pablito o Pablo Manuel es imprescindibles para la continuidad del gobierno del PSOE. Nunca oímos hablar, por cierto, de Pedritos, Albertitos o Marianitos; de Sorayitas, sí, pero esto es por ser mujer. Algo que tampoco alcanza a las Inesitas. Siempre hay clases.
El gobierno de Sánchez avanza objetivos altamente positivos para cualquier progresista, para cualquier persona sensata. La apuesta por las mujeres y en carteras de peso. La igualdad, la lucha contra la pobreza infantil y los grandes desequilibrios que el PP propició. El fin – debería ser total- de las leyes Mordaza. La apuesta por el derecho a la información, liberando a RTVE de las garras letales del PP, al menos. Recuperar la sanidad pública y atemperar la salvaje reforma laboral que dejó a la intemperie a los trabajadores españoles. Aunque el PSOE carga con su mochila de responsabilidades, se podrían revertir. Educación, ciencia, cultura, progreso. Suena mejor. A poco que dure y a pocos que sean sus aciertos, el gobierno de Pedro Sánchez lo cambiaría todo, aunque también puede patinar mañana.
Sin el apoyo catalán ni hubiera sido posible, ni funcionará. Claro que es posible encontrar el de PP y Ciudadanos para acciones puntuales. Lo justificarían en aras de los intereses de su concepción de España. Han votado juntos muchas veces, pero ahora el PSOE les ha desbancado del gobierno. Su ayuda vendría envenenada. Su alma escorpión nunca defrauda.
Más aún, fuera de intereses partidistas, lo sucedido en Catalunya exige diálogos y reparaciones inaplazables. Entre los juegos semánticos no cabe ser progresista y demócrata y mantener encarcelados en larga prisión preventiva a políticos por hacer política. Aquí sí que no se puede nadar y guardar la ropa.
El nombramiento de Josep Borrell como ministro de Exteriores es un agravio a los partidos nacionalistas catalanes. Inteligente, preparado, Borrell tranquiliza en Europa y a los más apasionados de la unidad de España, incluso a los a por ellos. Con lo que quita todavía más fuerza -de la ya perdida- a Ciudadanos. Pero sus insultos a los soberanistas y su presencia en aquel infausto festejo de Social Civil Catalana, no son nada fáciles de tragar.
Pedro Sánchez se encuentra con múltiples dificultades que acomete con valor. La prensa convencional al degüello. Los poderes alerta con la zancadilla preparada. PP y Ciudadanos compitiendo en bajeza como reacción insana al revés sufrido. Incluso el gélido acto de la toma de posesión, marcó las diferencias con ocasiones anteriores. ABC se encargó de resaltarlas. Se ha iniciado una especie de cohabitación, entre el gobierno y la Jefatura y poderes del Estado que en rigor no debería de existir. Esa confrontación solo ocurre, nos dicen, en los países donde el más alto cargo lo es por elección. Y en Portugal ni siquiera: el jefe del Estado actual, conservador, colabora con el proceso progresista.
España es un país enfermo, con una sociedad enferma, por convivir y tragar tanta corrupción. Las mochilas del pasado pueden regenerar sus errores con limpieza y buena voluntad. Hay mucha gente sana, con ganas de luchar, de salir adelante, de echar una mano con generosidad en esta tarea. Políticos también. Nadie debe olvidar la influencia de las movilizaciones de pensionistas y de las mujeres. Desde distintas ideologías se dio la unión ante situaciones inadmisibles. La corrupción también lo es.
Lo mejor es que este país enfermo ha empezado su terapia. Lo peor es que puede recaer.
Un presidente que gobierne en minoría no es una goma de la que se pueda tirar en todas las direcciones. Salvo el de Rajoy que hasta la sentencia de la Gürtel vino a gobernar como si dispusiera de mayoría absoluta redoblada por sus apoyos políticos y mediáticos. Lo normal es que tirando desde direcciones opuestas, la goma se rompa. Es lo que algunos intentan. Otros priman otros intereses y exigencias legítimas. Igual no es el momento del qué hay de lo mío, ni de los reproches, tampoco de las provocaciones, ni de los cheques en blanco. Complejo, no imposible.
Quienes quieren que este gobierno marche deben ser racionales y pragmáticos para lograr los objetivos. Lo secundario ha de esperar para abordar primero lo importante: que el gobierno de Pedro Sánchez funcione. Con esta oleada que trae consigo, fruto de muchas ganas contenidas. En caso contrario, lo que la moción de censura ha derrotado puede renacer y desandar lo andado. El efecto rebote sería el peor de los zarpazos.