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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Criando amebas

Rosa María Artal

El padre habla a su hijo con tono vibrante. El niño estira el cuello hacia atrás para contemplar en toda su extensión a su progenitor, la expresión se acerca al éxtasis. Estamos asistiendo a un momento histórico de comunicación entre una vida que empieza a tejerse y su principal educador, su guía y modelo. ¿Qué cuenta el padre a su hijo? ¿Le estará estimulando a afrontar los retos a los que va enfrentarse? ¿Le explicará cómo lo hizo él en circunstancias adversas? ¿Le resalta el valor de la dignidad, el esfuerzo, la ética? ¿Le prepara para lo que previsiblemente le va a tocar vivir? Al llegar a su altura escuchamos que el relato se centra… en el fútbol, en una jugada de Cristiano Ronaldo. O de Messi. O de quién sea. Y el crío le contempla con los ojos húmedos de épica. Es posible criar amebas por diversos métodos, pero éste es de los que ha probado su eficacia sin par desde tiempos inmemorables.

La escena es demasiado repetida para ser casual. Prestar oído a las conversaciones en plena calle o variados recintos ofrece la misma temática: fútbol. De la mañana a la noche, en toda circunstancia. Cierto que la pasión por este espectáculo deportivo embarga a todos los caracteres y todas las ideologías pero algunos nos preguntamos si, en los críticos momentos que vivimos, el fútbol no sigue cumpliendo esa función adormecedora que el poder distribuye desde el Imperio Romano. Y cada vez con más circo y menos pan. El aprendizaje necesario para ser una ameba de provecho.

¿De verdad un padre, tantos padres, no encuentran mejor argumento de estímulo para sus hijos que describir las hazañas de algún futbolista o de ese equipo cuyos triunfos, sin razón alguna, toman como propios? “Hemos ganado”, no perdone, vd. no ha hecho otra cosa que mirar. ¿Se añade el pastel completo con algún atisbo de crítica? ¿No se regodeará, además, con el escarnio del vencido?

Está inventado: las aficiones son gratificantes. Lo peor es cuando se convierten en eje de la vida y escape de la realidad. Una religión que no admite ni matices. El fútbol aún va más allá, muchos lo utilizan como una especie de argamasa de la identidad nacional o territorial. Un negocio –no siempre limpio-, un espectáculo, un deporte –por este orden-, es lo que hace “sentir los colores” incluso de un país. Tan vacuo que entre sus más fervientes seguidores se encuentran a muchos que ni saben decir bien el nombre de aquello que les embelesa porque parecen encontrar una dificultad insalvable en pronunciar la te como final de sílaba.

Si el fútbol o distracciones parecidas no ocuparan en exclusiva la existencia de tantas personas se vería otra reacción a los atropellos que estamos sufriendo. Al menos, llorarían alguna vez en lugar de dar saltos como si les hubiera alcanzado la mayor de las venturas cuando gana su equipo. Da la impresión de que es su único asidero con la felicidad. Marionetas voluntarias de los acontecimientos, huyen del miedo que les sacude, volcándose en contemplar pasivamente las vidas que otros viven. Y, según parece, mostrando el camino a sus descendientes.

Si han decidido educarlos como amebas, será el de tragar y callar. El de distraerse sin fin para tapar las frustraciones. El de no significarse para no perder lo que creen que tienen, lo que sueñan van a conservar. Fieles silentes de los Rajoy del mundo. La carne de cañón del poder. Sus cómplices de un día tras otro, de una inmundicia cada vez mayor que la anterior que ya ocasiona víctimas reales. Las mejor cosecha de amebas. O de epsilones, la enorme creación de Adouls Huxley en “Un mundo feliz”, criados y acondicionados para ser utilizados por los demás. O zombies, el símbolo light de inusitado éxito que parece reflejar la tendencia a descerebrar a la sociedad y a temer lo que no se ajuste a los cánones.

Hay un equipo en el que sí jugamos todos, el de la ciudadanía. Exige algún esfuerzo de reflexión algo mayor del “entró o no entró” y similares. Alguna elaboración mental superior al cómputo del resultado. La eficacia mejora también con entrenamiento. Pero el triunfo es para la mayoría y tangible. Y nos enaltece como seres humanos. Además, se puede compaginar perfectamente con la afición al fútbol o a la botánica o a la novela negra. No es excluyente como en otros casos parece ser ese espectáculo deportivo.

He visto tantas veces la escena del padre que alecciona y extasía al hijo con fútbol que sueño con el día que al llegar donde se encuentran estén hablando de otra cosa. Seguramente, lo hacen en otros momentos. El fútbol es solo una afición placentera. Para los ratos de asueto. Necesitamos divertirnos y estamos hartos de agoreros que no nos dejan disfrutar en paz. Luego, los padres le dan pautas y consejos al niño para superarse y convertirse en un ser humano libre, autónomo y responsable. Los mismos que se aplican ellos en su vivir cotidiano. Tiene que ser así, quizás si los veo en la próxima esquina estén hablando de eso.

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