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Dinero (de) negro y racismo institucional

Las familias desalojadas del Samur Social, por las calles de Madrid / Olmo Calvo

Antonio Maestre

El racismo institucional y la desesperación que viven en España las personas peticionarias de asilo y las migrantes económicas asoman a la opinión pública cuando su presencia mancha y perturba la vida cotidiana de quienes, por cuestiones del azar, tienen la suerte de poseer un papel que les otorgue derechos.

El Samur Social es noticia porque no puede atender tanta miseria y desborda sus posibilidades hasta alterar nuestra paz de espíritu. La situación sobrepasa el umbral de lo tolerable y convierte en insoportable lo que es habitual. Nos escandaliza, porque ahora son niños los que duermen en las puertas sin que siquiera les abran las rejas para guarecerse del frío. Tan niños como los señalados por los fascistas por su miseria, que los llaman menas para ocultar la deshumanización bastarda e inhumana.

En Yo, Daniel Blake, Ken Loach narra la historia de desesperación burocrática que el sistema de subsidios provoca en un trabajador británico de edad ya avanzada tras sufrir un infarto. En España, todos los migrantes y solicitantes de asilo son como Daniel Blake. Al llegar a Barajas, muchas de estas personas pueden pedir entrar en el sistema de acogida para solicitantes de asilo, pero ahora ha habido cambios burocráticos que buscan complicarles la situación para que el número de solicitantes merme. Antes bastaba con que fueran a la oficina de asilo y refugio en la calle Pradillo. Ayudaba siempre tener enfrente a un trabajador social que pudiera empatizar con el drama de huir de su país y su familia. Pero ya no. Ahora se ha considerado más útil que la petición tenga que ser por internet, añadiendo un obstáculo a personas que pueden desconocer el idioma, carecer de teléfono con conexión y acaban sintiéndose tan perdidas como Daniel Blake rellenando una instancia telemática por primera vez en su vida.

En ocasiones, hay que acudir a pedir la primera solicitud de ayuda al edificio situado en la Avenida de los Poblados, con el CIE al lado como recordatorio concreto y grotesco del posible devenir de los solicitantes de asilo, si finalmente su petición es denegada. Como casi siempre ocurre. Antes había un teléfono de ayuda para mitigar tanta desesperación, el 060, pero lo quitaron. Más trabas. Cuando en el centro de la Avenida de los Poblados les reciben, les proporcionan una hoja para que vayan a buscar atención, un listado con varias oenegés a las que los migrantes acuden engañados creyendo que allí les podrán dar una ayuda. Error. No la tendrán sin antes pasar por la Oficina de Asilo y Refugio. De vuelta a la casilla de salida.

¿Te has enterado de algo?

Imagínate con miedo, en un país extraño, sin recursos y puede que con un idioma desconocido. Es el sistema de protección social para peticionarios de asilo. Los miembros de las oenegés que reciben el aluvión de llegadas de estos solicitantes lo único que pueden hacer con los recién llegados es mandarlos al Samur Social, para que esa primera noche tengan algún lugar donde refugiarse. El Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social pone todos los obstáculos posibles y el Ayuntamiento de Madrid ignora que las llegadas masivas de peticionarios de asilo se hacen por la terminal de entrada de Barajas y no ofrece muchos más recursos para dar asistencia temporal a aquellos solicitantes en situación de espera. Los niños duermen en la calle. Los trabajadores del Samur Social, superados, sufren una situación de ansiedad extrema que los ha visto obligados a ponerse en huelga.

¿Alguien va a hacer algo?

No acaba aquí. Hasta en la conmiseración hay clases, razas y naciones. Si son venezolanos, cuentan con ventaja. Tienen la suerte de que la situación en su país sea vista como una prioridad política y todos aquellos que llegan a Barajas desde el país latinoamericano logran un permiso temporal por razones humanitarias hasta que su solicitud de asilo es estudiada. Pero solo si son venezolanos. Las personas de Colombia o Mali no tienen esa suerte. Si eres de Centroamérica, ni lo intentes. Por alguna razón que escapa a la comprensión, si alegas huir de El Salvador u Honduras por estar perseguido por las maras, no te van a considerar en suficiente riesgo para concederte el permiso temporal.

Toda esa trama burocrática de humillación siempre va acompañada del racismo de baja intensidad que tienen que soportar por simplemente estar. Por vivir. Mientras su estancia es un infierno de desprecios y deshumanización, tienen que seguir subsistiendo. Comer, vestirse, alojarse… La vida de incertidumbre que los legales conocemos por la precariedad laboral, pero elevada a la enésima potencia. Que el laberinto no acabe hasta cuando tienes dinero que gastar.

Ibrahima consiguió llegar desde Mali a España. Cuando llegó, no importa si saltando la valla, haciendo risky o cruzando el mar en una patera, sacó de su pantalón un billete oculto en un plástico para que durante el trayecto la humedad, la lluvia o el mar no echaran a perder su único patrimonio para una nueva vida. Un billete de 500 euros que le serviría para comprarse ropa de abrigo y alimento con el que subsistir hasta lograr alguna forma de ganarse la vida. Ibrahima recorrió múltiples establecimientos con su billete de 500 y nadie quiso cogérselo. Dinero de negro. Dinero de curso legal que no valía por estar en manos de un negro del que dudar. Ibrahima tuvo que acudir a su trabajadora social para que pudiera cambiárselo, pese a que en el Banco de España le aseguraron que tenían que cogérselo en cualquier establecimiento. Los 500 euros pudieron ser blanqueados y cambiados sin problema en manos de la trabajadora.

Los Ulises de nuestro tiempo que con sus odiseas contemporáneas nos enseñan hasta qué punto puede impulsar la desesperación. No te extrañen estos relatos, es la vida cotidiana de personas como tú en un lugar equivocado. No son más que migrantes en tu país. Mil historias iguales a las puertas del Samur Social.

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