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Una indignidad: la pobreza consentida

Economistas Sin Fronteras

Alejandro Represa Martín —

Hace unos días, paseando por la Gran Vía madrileña, me pregunté si alguna vez se habrán fijado en los mendigos que en sus aceras piden una ayuda. Por ejemplo a los miembros de esas pocas (tres) familias españolas cuya riqueza suma tanto como la que poseen el 30% de ciudadanos más modestos del país (unos 14 millones de personas), según ha publicado Intermon Oxfam este mes de enero. Pienso que es muy posible que sí se hayan fijado, aunque sólo sea de soslayo. Quizás, hasta puede que se hayan sentido incómodos al ver los sucios y raídos andrajos (mantas, sacos y cartones) con que tratan de cubrirse del frío nocturno cuando se tumban en las amplias aceras de esa espléndida avenida intentando conciliar el sueño.

Pero eso, no crean que solo lo pueden ver en Madrid. Nos encontramos con tan lamentable espectáculo en prácticamente todas las ciudades de España. Y tampoco pasa exclusivamente aquí, en nuestro país. También lo pude ver en Berlín, cuando en el verano de 2014 visité durante unos días esa rica y maravillosa capital alemana.

Aunque, quizás, esas desamparadas personas a las que me refiero no sean las que peor están, dentro de lo mal que lo pasan todos los pobres del mundo. Al fin y al cabo se encuentran en su parte rica que, si bien es muy penoso por aquello de la pobreza relativa, al menos tienen la posibilidad de alojarse en algún albergue social o de comer en algún centro de caridad.

Sí, por supuesto que eso también es tremendamente bochornoso, indigno e inhumano. Pero qué decir de esos migrantes y refugiados (de Siria y otros países) que ante esta terrible ola de frío que azota a Europa se encuentran también durmiendo a la intemperie, en parques, en estaciones abandonadas o en miserables barracones carentes de las mínimas condiciones de vida a las que tiene derecho cualquier ser humano; imágenes que cada día nos muestran los telediarios. La solución debe tomarse cuanto antes. La propia ONU, por medio del Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur), argumentó que “se trata de salvar vidas y no de inútiles papeleos cumplimentando disposiciones burocráticas”.

Pensadores de diversas (aunque ya pretéritas) ideologías se habían manifestado con respecto a la pobreza. Así, Karl Marx, el filósofo prusiano, consideraba que la lógica del capital ha proporcionado efectos negativos para la sociedad, el más relevante, la pobreza, padecida por la mayor parte de personas del planeta. Por su parte, Adam Smith, paradigma del pensamiento liberal del siglo XVIII, expuso en su obra “Teoría de los sentimientos morales” que “la disposición a admirar a los ricos y poderosos y a despreciar a las personas de pobre y mísera condición es la mayor y más universal causa de corrupción de los sentimientos morales”. Este economista, confiaba en que gracias a la “insaciable ambición de los ricos” el trabajo nunca disminuiría, puesto que no pueden aumentar su riqueza sin aumentar la producción y, por tanto, necesitan crear empleo (la famosa “mano invisible”).

Pero, la producción no puede crecer indefinidamente, ya que tenemos un límite físico, y es que solo contamos con un Planeta Tierra.

Desafortunadamente, aunque no les importe en absoluto esa barrera ni los problemas medioambientales que puedan acarrear al planeta, las oligarquías económicas siempre tienen otro medio para ampliar su riqueza, aún sin tener que aumentar la producción. Actualmente es la especulación. Y ahora, con este instrumento, se intensifica aún más la relación entre desigualdad y pobreza, porque se traslada con más facilidad la riqueza desde los que nada o poco tienen hacia los más prósperos, confirmándose así el significado de la pobreza, que no es otro que carecer de los bienes o servicios imprescindibles para llevar una vida digna.

Mientras estamos observando todo esto, en nuestro país, como en el resto de Europa, los políticos echan cuentas de lo que crece la economía de cada cual, tratando de convencer a la ciudadanía de que todo está funcionando mucho mejor, que “ya empezamos a ver la luz al final del túnel” (frase que tanto gusta a nuestros gobernantes).

Es cierto que existe una relativa recuperación en España desde un punto de vista macroeconómico, pero no para los más humildes, ya que para éstos aún está muy lejos la superación de la crisis. No en vano hay actualmente 3,7 millones de españoles que cobran menos de 300 euros al mes (¿a eso llaman salir de la crisis?), y otros seis millones no superan el salario mínimo interprofesional, mientras que unas 500 personas poseen un patrimonio de más de 30 millones de euros (¿o acaso se refieren a esto con lo de salir de la crisis?).

También señala Intermón Oxfam, en el informe antes mencionado, que las ocho personas más ricas del mundo poseen igual fortuna que los 3.600 millones de seres humanos más pobres (la mitad de la población del planeta). Y, además, añade que los miembros de las familias más ricas y las grandes empresas continúan utilizando los paraísos fiscales para pagar lo menos posible a sus respectivas haciendas públicas. Con ello favorecen la necesidad de una mayor y general reducción de los salarios para contrarrestar la falta de ingresos de los Estados, lo que a su vez permite a aquellos obtener mayores beneficios.

No cabe duda de que vivimos en un mundo indecente, deshonesto y deshumanizado, que ni siente ni padece ante el dolor ajeno, y como digo más arriba, no en exclusiva con el caso de los migrantes y refugiados, sino también con los sin techo que hay aquí, junto a nosotros.

Las organizaciones por la defensa de los derechos humanos continuamente denuncian estas situaciones, y es muy probable que en nuestras tertulias de familia, o durante el café de después de comer, comentemos escandalizados por qué nuestros políticos (y me refiero a todos los europeos) no hacen nada por remediar semejantes situaciones.

Yo me pregunto: ¿y nosotros hacemos algo por remediarlo? Es cierto que no disponemos de medios materiales suficientes para poder repararlo. Pero sí tenemos un impresionante poder, como es el voto, con el cual podemos rechazar a quienes se comporten tan irracional y deshumanizadamente. ¿Cuántos partidos políticos conocemos que lleven en sus programas electorales como principal objetivo erradicar la pobreza en el mundo? Ninguno. Aunque tímidamente, alguno lo insinúa, pero sin la firmeza necesaria que el hecho requiere, y sin explicar los medios que propone utilizar para tratar de conseguirlo.

Así no hacemos nada, y este mundo irá cada vez de mal en peor.

Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor

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