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Lapos y babas

La ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, en declaraciones en los pasillos del Congreso de los Diputados. / Efe

Maruja Torres

Uno de los efectos secundarios que provoca este Gobierno –al menos, me lo produce a mí– es que han dejado de sobrecogerme las películas y series de terror. Me puse El proyecto de la bruja de Blair tras la primera comparecencia de Ana Mato, ataviada la ministra del Disparate con un conjunto negro muy acertado, que hacía juego con la sombra de su bigote –coordinación indumentaria que no todas conseguimos, por mucho que lo intentemos–, y literalmente no sentí nada. Nada. Lo mismo me ocurrió cuando, tras la sesión parlamentaria de este miércoles, traté de escalofriarme con unos capítulos de The Walking Dead. Francamente, queridos, quién tuviera a esos muertos gobernándonos, en lugar de a estos vivos.

Sólo hay una serie que me estimula después de haber tenido que soportar las declaraciones huecas –y, sin embargo, mendaces– de esta cruz con pinchos que nos ha caído encima, de esa caterva de ministros, con su impasible mascarón de proa gris marengo. Se trata de The Knick, que va de pioneros de la cirugía a principios del siglo pasado, en un hospital en donde se experimenta con los instrumentos de la época y sin anestesia –salvo un poco de éter– ni antibióticos, que no existían. Qué gustazo.

Os juro que ver trinchar vientres y rajar miembros, y dejar que la imaginación vuele, constituye una experiencia que merece que os bajéis la serie como sea. Yo me descubrí por el pasillo, esgrimiendo el termómetro de la carne asada, y babeando. Menos mal que me detuve al llegar al lavabo para vomitar un poco de bilis, y quedé algo aliviada.

De verdad, qué asco dan. Qué miedo dan. Acumuladas las pruebas de su venalidad e incompetencia, y sabiendo ya que su estulticia y su inutilidad, así como su crueldad social, carecen de freno, una –y uno, y muchos más– se siente como encerrada en un lóbrego lugar por donde campan decenas, cientos de sabandijas que se alimentan de nuestra sangre, y a quienes sus respetables votantes han abierto diligentemente el camino hacia nuestras venas.

Lo más denigrante, lo más ofensivo, lo más indecente –y mirad que tienen puesto el listón bien abajo, en materia de bajezas–, fue escucharles ampararse en la alta calidad de los profesionales de la Sanidad Pública para escurrir su responsabilidades, y que ese flato viviente que preside el Gobierno tuviera el cuajo de clasificarla como “una de las mejores del mundo”, cuanto todo lo que él y su cuadrilla han hecho ha sido diezmarla y trocearla y venderla y vejarla; cuando, si todavía funciona en parte, es debido al sacrificio de esos profesionales, que tienen motivos para escupirles a todos ellos y ellas en la cara, lapo viene, lapo va.

No hay película ni serie de terror que pueda emular el pánico que infunden estos Schettinos de la Administración, estos incapaces y fraudulentos que permanentemente se dan a la fuga, hasta cuando comparecen con sus cuerpos presentes.

Lo dicho. Sin anestesia.

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