Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Una denuncia de la extrema derecha lleva al límite al Gobierno de Sánchez
Crónica - El día que Sánchez se declaró humano. Por Esther Palomera
Opinión - El presidente Sánchez no puede ceder

Nuevos (y diferentes) propósitos para el año que empieza

Pablo Casado, Pedro Sánchez, Santiago Abascal, Pablo Iglesias y Albert Rivera.

9

Hace mucho tiempo que no se oye hablar de la “cuesta de enero”, ese largo periodo que venía después de los gastos extraordinarios de las fiestas navideñas y los dispendios de Reyes y dejaba a todo el mundo en situación precaria hasta que, poco a poco, se iban estabilizando las cosas de nuevo. Si alguien se proponía algo en aquella época, era ahorrar lo máximo posible y poder llegar a fin de mes.

Ahora lo que se lleva son los “propósitos para el año nuevo”, entre los cuales están, sobre todo, adelgazar, ir al gimnasio con regularidad, salir a correr, beber menos alcohol o dejar de fumar. Mientras tanto, hacia mitad de enero, esos propósitos empiezan a difuminarse y antes de la Pascua están totalmente olvidados.

No hay más que ver, al comparar las dos épocas, cómo ha cambiado la sociedad desde, digamos los años sesenta del siglo pasado y los años veinte del actual. 

Sugerir otro tipo de propósitos ya en estas fechas es misión condenada al fracaso, pero no puedo evitar preguntarme por qué no se nos ocurre –puestos a cambiar algo, a mejorar, a “optimizarnos”, como se dice cada vez más en estos tiempos tan centrados en el yo y no en el nosotros– que esos cambios sean más amplios y afecten a la sociedad en la que nos movemos. ¿Qué tal si nos propusiéramos, en bloque, ser más amables unos con otros, dejar de insultar a otras personas en las redes sociales, apagar la televisión cuando en un programa oigamos a un grupo de tertulianos gritándose y quitándole a los demás la palabra de la boca? ¿Qué tal si dejáramos de jalear en la prensa, en las redes, hasta en conversaciones de bar, a los políticos que no escuchan a los demás partidos ni muestran el menor interés por colaborar? 

Estamos creando una convivencia en la que lo único que importa es ganar, y, para ganar, hace falta tener alguien a quien vencer, a un contrincante, o a varios. Todas nuestras diversiones están orientadas a ganar y perder: las competiciones deportivas –sobre todo el fútbol–, los concursos, los programas de televisión donde muchos concursantes cantan, bailan, cocinan o cualquier otra cosa para que la audiencia disfrute de la humillación pública de los perdedores mientras corean al ganador, que solo puede ser uno. Muchísimas de las películas y series que consumimos para llenar nuestro tiempo de ocio, y muchas de las novelas que se publican, están basadas en el esquema de “uno contra todos”, “solo puede quedar uno al final”, “el que es especial vence y los demás son unos miserables perdedores”.

Palabras que antes significaban algo importante se han perdido. ¿Quién habla ahora de solidaridad? ¿Cuándo fue la última vez que usted oyó o empleó la palabra “servicial” para referirse positivamente a una persona que está siempre dispuesta a ayudar? ¿Quién dice ya de otra persona que es buena? Mis abuelos decían que alguien era una “bellísima persona” y no se referían a que fuera vestida a la moda o tuviera un cuerpo espectacular. Antes, ser bueno era algo positivo. Luego empezó a ser casi un sinónimo de tonto y ahora ya no se usa más que como insulto, tanto en España como en Austria, los dos países entre los que me muevo. Hasta el trabajo en equipo, que en principio es algo muy positivo, ya se entiende casi únicamente como un equipo en contra de otro, para que uno gane y otro pierda.

Todo esto, que ya es bastante estúpido en sí, es mucho peor cuando se trasplanta al terreno de la política y de la convivencia nacional. Da la sensación de que a base de competiciones deportivas, titulares faltos de ética, concursos, mamarrachadas televisivas y ficciones orientadas al mayor lucro posible el funcionamiento político se ha convertido en un circo mediático en el que no se trata de conseguir lo mejor para la mayor cantidad posible de ciudadanos sino más bien de pelearse, mentir, insultar y salir vencedor, lo que se traduce en votos que permiten al partido ganador tomar decisiones que nos afectan a todos sin tener en cuenta la opinión o las necesidades de los demás. Y entonces se gobierna con mentalidad revanchista, a corto plazo, en lugar de tener siempre en mente el bienestar del país y trabajar juntos por el bien común con la vista puesta en el futuro de todos y todas. En España parece que la simple idea de tener un gobierno de coalición, como en tantos otros países europeos, es un insulto. O se gobierna en solitario para no tener que ponerse de acuerdo con nadie, o no vale la pena. 

Esto es lo que oyen nuestros jóvenes en el día a día de su país, lo que ven en series y películas (procedentes en su mayoría de Estados Unidos, que no es precisamente un país modélico en comportamientos sociales), lo que leen en muchas novelas y juegan en videojuegos. Las jóvenes generaciones están decepcionadas porque todos los medios les muestran un mundo de posibilidades a las que no van a poder acceder, a pesar de que esos jóvenes son los mejor formados de nuestra historia. Están dejando de interesarse por la participación política porque tienen la sensación de que todo es mentira y nada sirve de nada. Cada uno trata de salvarse por su cuenta, sueñan con convertirse en influencers o concursantes de televisión para ganar dinero fácil y rápido porque se han dado cuenta de que, en el mundo que les hemos preparado, es lo único que se respeta. Y, si no lo consiguen, son “losers”, ya antes de cumplir los treinta.

¿No podríamos plantearnos esta vez a principio de año que nuestros propósitos para el 2022 sean más amplios que adelgazar o acudir al gimnasio? Plantearnos, por ejemplo, no bailarles el agua a los políticos que se comportan sin respeto por los demás, sin educación, sin sentido de la solidaridad. No regalarles nuestro voto ni nuestro apoyo. Eso está en nuestra mano y, quizá, cuando los interesados se den cuenta de que no nos hacen gracia sus gracias, de que no es eso lo que queremos para nuestro futuro, cambien de comportamiento, aunque solo sea para no perder votantes.

Sí, soy una optimista nata, pero es que, históricamente, muchas cosas que parecían inamovibles se han movido cuando la gente ha decidido que ya estaba bien de aguantar. Si fuimos capaces de acabar con el sistema feudal, con los privilegios de la aristocracia, con la desigualdad de las mujeres ante la ley, ¿no vamos a poder cambiar el que nos traten como si fuéramos todos idiotas? No hay más que proponérselo y actuar en consecuencia.

Etiquetas
stats