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Posibilismo, nadando a favor de la corriente

Rosa María Artal

El día que firmó la salida de un trabajo al que adoraba por un ERE, un responsable le dijo: menos mal que estábamos nosotros. Y lleva varios años preguntándose qué diferencia –sustancial- supuso esa eventualidad. Se trataba de cumplir una misión ingrata, traumática, y se hizo. Por estar ellos allí, aceptaron el despido de muchos profesionales y varios aditamentos más que de aquello se derivaban para el buen entendedor. Estas cosas no suelen venir solas.

La disyuntiva se planta una y otra vez de frente en nuestras vidas: lo bueno o lo menos malo, el todo o “al menos” una parte. El posibilismo tiene excelente prensa, habla de negociación y se delimita sobre todo por a qué se opone, según sus partidarios. A radicalismo, extremismo, fundamentalismo (que no son sinónimos). Implica, como definición, aprovechar las opciones que existen para solucionar conflictos aunque no sean del agrado de quien termina por utilizarlos. Los posibilistas piensan que deberían obrar de otra forma, pero un estamento o moral superior les induce a proceder contra su voluntad. Sin traumas, terminan viéndose muy responsables al mirarse en su espejo.

Lo esencial en todos los casos es el papel que el posibilista se otorga a sí mismo. Menos mal que está él allí. Y por ese protagonismo se erige en juez o ejecutor de asuntos de gran trascendencia, dado que el posibilismo cuenta con grandes adeptos en la política o el sindicalismo, por ejemplo. No solo, muchos periodistas lo practican con fruición diciéndose que otros en su lugar aceptarían mayores manipulaciones.

La desgraciada historia de España está llena de posibilistas. Emilio Castelar llegó a fundar un partido así llamado, el Demócrata Posibilista, de tendencia republicana. También es triste suerte que -para una vez que estrenamos República y con un intelectual como presidente, crítico con la reina al punto de ser condenado a muerte (everybody expects Spanish Inquisition)-, luego le diera por cuanto les da a los posibilistas: “aplazar” las reformas sociales, mano dura y ceder ante las oligarquías. Los problemas le parecieron demasiado graves para abordarlos, al parecer. Se encapsularon, claro está. Ésa suele ser la consecuencia de la opción.

Y así seguimos. Tras dejar Franco todo “atado y bien atado”, ya se sabe, hervía España entre dos actitudes a tomar: Ruptura o Reforma. Y triunfó de nuevo el posibilismo. Consagrando la impunidad para los golpistas y responsables de la eterna dictadura. Enquistando asimismo el problema. Al punto que el franquismo ha estallado en metástasis.

Y así estamos. También Zapatero se creyó en la misión histórica de, cediendo a presiones, meternos el neoliberalismo en para que –hasta que no se cambie- tenga prioridad pagar a los especuladores sobre cualquier necesidad de los ciudadanos. Rajoy por cierto, se ha aplicado a su particular epopeya situando esa deuda ya en el 97% (desde el 70%) con lo que hay muchas carencias y derechos que aplazar. Pero es que el actual presidente del gobierno no es posibilista sino todo un depredador que goza con sus actos.

Algún brío mucho menos conformista mostró Rubalcaba en su trayectoria, pero al final se vio igualmente impelido a quedarse hasta dejar bien apuntalado el sistema de lo que ellos consideran posible. Menos mal que él estaba allí, se lo agradece hasta el PP. Aunque tanto cocieron en el caldo los militantes destacados del PSOE, que la sucesión ha salido del mismo palo, el de los muy adictos a dejar todo como está. La nueva ejecutiva destaca por su intenso olor a posibilismo. Gente de orden y bienpensante donde los haya. Orgullosos de las (minuto 2,30) decisiones duras pero solventes que tomó Zapatero como se manifestaba el hoy número dos del PSOE, César Luena. El nuevo líder, Pedro Sánchez, se ha ocupado de dejar bien claro que “no es posible” no pagar la deuda. En su opinión… posibilista.

El posibilismo no es una característica española únicamente, ni mucho menos. Estamos asistiendo entre espasmos de dolor, indignación e impotencia, a la nueva masacre que perpetra Israel sobre los palestinos en Gaza. Más de 1.000 muertos de los que la cuarta parte son niños. En el ataque han perdido la vida también una cincuentena de soldados israelíes. Soldados. La historia de cómo se llegó a esto la contó magistralmente aquí Olga Rodríguez. El problema es que quien puede parar la barbarie de Israel, no lo hace. Hay posibilismos que matan.

Calla , los grandes organismos que parecen siempre tener algo que imponer y no ahora, y aprueba la enésima resolución que no supondrá cambios efectivos como ha pasado siempre. Los Estados Unidos apoyan el ataque y condenan la condena maniatada de Naciones Unidas. Cuando ya la sangre salpica hasta a se declara una cierta “preocupación”. Los EEUU del Nóbel de Obama no pueden enfrentarse a Israel, porque Israel está completamente infiltrado en sus poderes. Y hay que ser posibilista. ¿Hay que ser?

Pero, mira por dónde, si cedes y apartas a un lado -con discreción, con algún llamamiento a la paz-, a los niños reventados en una playa, o a los que con sus profesores de creían refugiarse de las bombas bajo el amparo de , a todos los muertos y heridos, puedes ganar otros cromos. Obama ha logrado sacar, muy disminuida lamentablemente, su reforma de la sanidad, Care que esperó tantas décadas. Uno de esos pequeños avances que obtiene frente a la férrea oposición republicana, tan impregnada de poder israelí.

Obama, pues, elige. A quiénes salva y a quiénes deja sin cobijo bajo las bombas. Elige , y el FMI, y mayoría son posibilistas, cuando no directamente unos interesados defensores de las élites. Igual ése es el objetivo del posibilismo.

Una y otra vez, tengo la impresión de que muchos de los que se congratularon de estar allí, menos mal, tomando decisiones duras (no para ellos), hubieran debido irse bien lejos antes de estampar su aquiescencia. Pero es un dilema serio. A la vista de los resultados, diría que los pasos que da el pragmatismo, el posibilismo, lo son encaminados con decisión y firmeza a la derrota total.

“Solo los peces muertos nadan a favor de la corriente”, dice un proverbio alemán.

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