Lo que el tiempo se llevó
Entiendo que lo que estamos viviendo, además de una crisis del sistema financiero y una crisis económica tremenda, es el desmoronamiento completo de las bases sobre las que se levantó la Transición y, sobre ella, esta democracia. Acaba una época social, política y económica y se ha planteado una verdadera crisis de España, dividida entre naciones enfrentadas pero también entre izquierda y derecha, sin referentes públicos aceptados por todos, sin referentes nacionales. “El País” tiene mucho que ver con esa etapa histórica y su crisis es ilustrativa.
Para quien es una crisis total es para los periodistas despedidos, no existen los “recortes de plantilla” más que en el zapatero, lo que hay son ciento veintinueve desgracias personales y familiares. También hay despidos de plantilla en otras empresas de la comunicación pero tal división interna en un periódico me parece algo inédito. Probablemente ese enfrentamiento tan enconado nació de una actitud muy sorprendente de la empresa desde el comienzo del proceso, por un lado declaraciones contundentes de Juan Luis Cebrián anunciando el final de la profesión y del periódico, augurios o amenazas, y, por otro lado, un distanciamiento total entre la dirección y la redacción, que no comparte la reorientación del periódico: ni la concepción del producto periodístico ni la posición editorial.
Efectivamente, el periódico da cada vez más espacio a las noticias relacionadas con el ocio, fue muy duro con el gobierno de Zapatero y, ahora que vino Rajoy, su posicionamiento no es todo lo crítico que debería; pues toda la prensa en papel de Madrid es declaradamente favorable a esta administración y sus políticas. Este episodio, como cualquier otro de la historia de ese diario, es de la autoría de Cebrián, que estos días se está transformando en un personaje verdaderamente literario. El curso de los días va dibujando el perfil de un personaje al que le empeora día a día su imagen, como un retrato de Dorian Gray. Su retrato está tiznado con los colores más oscuros y duros, y está claro que a él le gusta, los mismos despidos de estos días podrían haberse hecho de otra manera y no creando una división en el corazón del periódico pero hay mucho de las emociones profundas de Cebrián en ese modo de tratar a los periodistas. Ha sido una demostración no de poder, sino de autoridad. Un ejercicio de fuerza de alguien a quien le fascina el poder.
A Cebrián y a la generación de intelectuales y periodistas que echaron a andar “El País” hay que agradecerles muchas cosas, además de haber creado un periódico que era necesario. Cebrián fue un gran periodista y un creador de un gran periódico, “El País” fue la cabecera ilustrada que encarnaba la cultura democrática y, aunque su visión de España era la de la nación orgánica de Ganivet y Ortega, permitió expresar opiniones diversas. Incluso jugó un papel decisivo para crear la imagen de “la nueva España de la democracia” y para crear público para el cine y la cultura española. Lanzó intelectuales y escritores y creó según su criterio el escenario de la cultura española, quien salía o lo que salía en “El País” era la realidad verdadera para muchísimas personas. Fue una guía del pensamiento y de ver las cosas para una parte muy importante de la opinión ilustrada española.
Debido a Internet, la relación de los lectores con los periódicos ha cambiado y nadie con opinión crítica sigue a una sola cabecera, los periódicos ya no tienen “parroquianos”, desaparece la lealtad de los lectores y aumenta su desconfianza en lo que le cuentan. “El País” no es una excepción y ha ido perdiendo influencia, su poder para prescribir a sus lectores. No sólo se pierden lectores también disminuye su autoridad moral. Y lo vivido estos meses es una experiencia triste antes de nada para los despedidos, para el conjunto de la sociedad española pero también para sus lectores de muchos años que contemplan estupefactos como una referencia clave de esta democracia se autodestruye. Y que tuvieron que enterarse, además, por otros medios.
Desde el punto de vista económico la crisis parece tener los rasgos de la economía de estas décadas de fantasías, desde el punto de vista periodístico muestra lo frágil que es el periodismo, lo difícil que es su futuro y lo amenazado que está. Pero también nos hace ver que un periódico es diferente de una fábrica de productos manufacturados común. Un periódico es una redacción, una mente y un espíritu colectivos, y es imprescindible la conexión entre empresa, dirección y redacción. Hoy “El País” ofrece el espectáculo de un periódico roto internamente, desde el principio se veía que no podía tener otro desenlace. La “tribuna” sin firma que publicó el periódico utiliza un lenguaje completamente extraño a mentes democráticas y consagra la guerra interna.
Pero esa desgarrada lucha que presenciamos todos también muestra que buena parte de los periodistas conservan una combatividad y un empeño en defender la libertad ejemplares, estuvieron defendiendo a la empresa y diciéndole que se estaba traicionando a si misma. Me parece que en este caso fue la redacción del periódico la que está mucho más cerca de representar a los lectores, a un periódico en papel debiera interesarle la opiníón de sus lectores.