A ver si esto te lo hace una IA
No uso la IA para escribir. Ni Gemini, ni GPT, ni Grok ni ninguna que se le parezca. No tiene sentido; al menos, para mí, no lo tiene. No me gusta escribir ni una décima parte de lo que me gusta haber escrito. Esto me convertiría en un candidato ideal para caer en las garras de las redes neuronales, decirle con el tosco y desagradecido talante con el que me dirijo a estas cacharras día sí y día también que he tenido una idea y que haga el favor de redactarme de 800 a 1000 palabras sobre esa idea; que busque en Google mis textos y se inspire en mi estilo; que, además, yo le pueda dar indicaciones sobre esta figura retórica o aquella concatenación de adjetivos, para que se me parezca más todavía. Podría hacerlo y es probable que el resultado pudiera acabar siendo mucho mejor que esto que estás leyendo ahora mismo.
Podría hacerlo y es muy probable que respondiese a mis prompts con un buen texto. Con un texto que podría hacer levantarse a alguien de la silla -no nos flipemos, solo es literatura- y arrancar un par de aplausos, porque, sin duda, sería un gran texto. Pero para qué quiero -para qué queremos- un gran texto si la voz que lo declama es metálica. No me gusta escribir y eso es una putada; primero porque se supone que soy escritor y segundo porque escribir es un seguro de vida emocional; es de esta forma que puedo poner orden al flujo de detritos de mi pensamiento sin sentirme vulnerable. Cuando escribo, tengo actor de voz de doblaje; cuando pienso, soy un niño pequeño con fiebre en comparación. Supongo que debe haber alguna conexión mágica entre la punta de mis dedos -la responsable última de todo este desastre que lees- y la antena emisora de mi córtex prefrontal, alguna especie de lengua propia que solo hablan entre ellos y de la que yo no tengo conocimiento. Alguna jerga como el lunfardo, o un idioma como el esperanto, o el caló; una lengua que escapa al absolutismo de mi voluntad y que pasa desapercibido a las cosas que digo.
Claro que de qué sirve un escritor que solo escribe sobre escribir, ¿no? Tiene que haber de todo, supongo, igual que hay gente que se dedica -o se dedicó, ahora seguramente ese trabajo lo haga una IA- a escribir los manuales de instrucciones de los microondas, los folletos de los aviones y los evangelios de los Testigos de Jehová, porque supongo que una mano humana habrá redactado esa porquería y no ha llegado, como dirían ellos, por fuerza divina. La palabra de Dios es un teléfono roto, y entre los sordos, los estúpidos y la gente maligna, a saber qué es lo que dijo o quiso decir ese señor en realidad.
No uso la IA para escribir porque para qué. Si precisamente escribo porque sería incapaz de describirle a la IA qué se pasa por mi mente; si escribo porque es la mejor manera que tengo de descifrar lo que pienso. Por qué externalizaría uno de los procesos más importantes de mi mente, por qué pondría yo por encima mi deber estético a la literatura de mi insoportable necesidad de autoentenderme. A la IA le pido que me haga gráficos, que me busque información o que me corrija algunos errores ortográficos en todo lo que escribo. La cabrona aprende, no os vayáis a creer, y ya me dice cosas como que pagar impuestos no es poesía y que pensar cansa más que correr y que por eso casi nadie acaba llegando muy lejos. Ni siquiera. Esa última frase es mía. No es que sea buena, pero es mía. Dice un colega que es como una prótesis del cerebro y estoy de acuerdo, pero voy a empezar a dejar de usarla precisamente por esa razón. A los dieciocho años metí mi último gol y eso me costó la rodilla; driblé a un tipo -un auténtico imbécil, se lo merecía- por la banda y encaré hacia la portería y disparé con tanta fuerza que mi fémur y mi tibia sufrieron un amargo divorcio y yo terminé en un quirófano con el mismo cirujano que había operado el rotuliano a Ronaldo el gordo unos años antes; me pusieron una prótesis en la rótula, un plástico donde antes estaba el ligamento lateral interno y otro donde el cruzado, y en lugar de menisco tengo una esponja. Con esto quiero decir que estoy muy a favor de las prótesis, pero siempre que sean necesarias.
Pero estábamos en lo de antes: de qué sirve un escritor que solo escribe sobre escribir. Bueno, mejor eso que solo escribir, como hace Juan Soto Ivars, sobre denuncias falsas de violencia de género, que ya hay que ser mala gente y un esbirro predilecto de Satanás para decidir que ese va a ser tu nicho literario. Bueno, literario; ensayístico quizá. Stop llamar literatura a las cosas que aparecen en los libros. Stop acotar la literatura a los libros, qué narices. Todo es una narración; somos seres narrados y seres narrativos. No somos seres narrados en un sentido determinista, pero casi, en tanto nuestro destino se configura en torno a nuestras acciones y nuestros actos responden, a su vez, a una narrativa que previamente hemos creado en nuestra mente. Pero hoy en día prácticamente todo es literatura, por eso ahora se lee menos, porque no hace falta. Bueno, que no hace falta es justo lo que piensa la gente a la que más falta le hace leer.
No uso la IA para escribir por el mismo motivo por el que dejé de usar muletas el mismo día que acabé la rehabilitación -un par de días antes-; no uso la IA porque meterle autotune a Pavarotti -salvemos las distancias por el bien de esta metáfora- es algo pavoroso. Me ha salido escribir pavoroso por lo de Pavarotti. A ver si esto te lo hace una IA.
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