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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Guardianes de la revolución

Las protestas antirracistas cuestionan en Brasil el papel del colonizador

Teresa Villaverde Martínez / Teresa Villaverde

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Hay un fenómeno que no es nuevo, pero que parece que está especialmente en boga estos días que las cosas se están moviendo un poco. Es el de la intelectual o el intelectual de izquierdas. Gente progresista que defiende ciertos valores de la izquierda de toda la vida o del feminismo de toda la vida, dicen, y que convierten esa defensa en una práctica casi religiosa. El fenómeno es sencillo: hay unos escritos, credos y palabras expresadas a lo largo de la historia por los padres y madres ideológicos -llámense Marx o Beauvoir, por poner dos ejemplos conocidos-, que se han interpretado de determinada manera y se mantienen de forma imperturbable como un dogma con el que medir qué está bien y qué no. Qué es una defensa Verdadera de los Valores de la Izquierda y qué es un vil engaño neoliberal posmoderno que unas cuantas ignorantes hemos importado de Estados Unidos.

Primer credo: Estados Unidos, mal. Así que si te manifiestas aquí porque alguien se murió allí, has comprado la idpol norteamericana (sí, así tal cual lo he leído en ciertas cuentas tuiteras, idpol, que supongo que será ideología política). Por ejemplo, durante las concentraciones convocadas aquí a raíz del asesinato de George Floyd, se llegó a acusar a quienes acudieron de hacer uso del privilegio blanco para saltarse las restricciones impuestas por el estado de alarma. Poco importa que el privilegio blanco consista en acudir a una convocatoria organizada por personas migradas y racializadas. Da igual que el impulso de Floyd sirviera para denunciar que aquí también existe la violencia policial racista. Por ejemplo, en mi barrio, el barrio de Pikara Magazine, San Francisco, en Bilbao, hemos pasado todo el confinamiento viendo cómo se paraba siempre a personas racializadas, nunca a las blancas. Cómo les exigían unas explicaciones que no nos pedían a las demás. Las formas con que se hacía. Algunas imágenes están grabadas, no hace falta que me extienda. Estas prácticas, además, se daban desde los tiempos prepandémicos, el estado de alarma solo les ha dado un marco legal más amplio y las ha hecho más evidentes: todas éramos potenciales criminales, pero a las blancas no se nos presuponía el crimen.

Así que, cuando fuimos a la concentración antirracista lo hicimos -sorpresa- sabiendo que estábamos en un contexto de pandemia mundial y de estado de alarma. Lo hicimos con las mascarillas, suponiendo que iba a ser difícil mantener las distancias de seguridad, pero con la convicción de que hay momentos en que, aunque no se vaya a conseguir gran cosa y los riesgos sean grandes, hay que salir a la calle. Que no hay que perder ningún impulso social, venga de Estados Unidos o de Irán, porque es el momento de vernos las caras, de encontrarnos, de ocupar el espacio público y de ver cuánto espacio público ocupamos. Sabemos que el relato de los medios y dónde deciden poner el foco, construye una lógica en que solo determinados casos son mediáticos y, por lo tanto, solo determinadas convocatorias tienen éxito. Y con esa idea, nos parece bien utilizar esos momentos excepcionales como catalizador.

Segundo credo: tengo una moral imperturbable. Si un caso nuevo me muestra que es errónea, o que al menos debería revisarla, no lo hago, no voy a retractarme. Mejor me amparo en no sé qué tergiversaciones y conceptos retorcidos tomados del santoral clásico marxistabeauvoriano y doy la matraca con la verdadera revolución y la falsa.

Me explico. Si yo, persona blanca progre, he decidido que la gran moral es el estado de alarma, que controlar la pandemia debe de ser el primer objetivo social común que nos compete a todas, no me puedo echar atrás. Me tiene que parecer igual de mal que se manifiesten unos pijos que quieren derrocar a un Gobierno que no les gusta, a que salgan las personas más explotadas por el sistema. Si he decidido que el cuidado de lo común es el cuidado del espacio público y me encuentro con gente vandalizando estatuas de Colón, me tiene que parecer mal aunque entienda que están arremetiendo contra un símbolo de racismo sistémico. Aún más. Si yo, feminista, tengo claro lo que es el género y la mujer, no voy a darle una vuelta porque ahora haya realidades que me lo cuestionan. Mejor me parapeto en la femibiblia -aka, interpretaciones hechas en un momento dado de la historia-, y en seguir su palabra tal cual se escribió en su día. Poco importa que las mismas palabras que antes defendían la liberación de unas hoy se usen, faltando a ese espíritu inicial, para oponerse a la libertad de otras. Adaptar las ideas se convierte en un sacrilegio. Quienes lo hacemos, somos herejes.

Tercer credo: el bloque ideológico no se rompe, porque aceptar unos preceptos y otros no, sería un signo de debilidad intelectual. Si soy feminista abolicionista, soy TERF; si soy un hombre marxista de toda la vida, la clase es una y no puedo ser feminista, si soy… vaya usted a saber qué, no puedo salirme de ahí. Ser intelectual es un trabajo arduo. Hay que tener siempre una respuesta, un análisis profundo pero inmediato, a ritmo de tuit, para los devenires del mundo, sus actualizaciones y nuevos retos. Todo eso sin salirse una de la Verdad. Así igual puede entenderse un poco que se permitan negar a una parte de la población históricamente oprimida la posibilidad de que, por ley, sea más libre. Que se permitan cuestionar las revueltas de quienes siempre han estado relegadas a un último plano y ahora encuentran el impulso para poner sus demandas en la agenda social. Así, igual, puede entenderse cómo, en nombre de no sé qué libertad, encarnan posturas reaccionarias. Posturas que se acercan más, tanto en sus formas como en sus argumentos, a otro tipo de argumentario reaccionario como el antiabortista o el de quienes son contrarios a acabar con la explotación laboral.

La figura del intelectual de izquierdas o feminista, o ambas cosas, dirá que no es lo mismo, claro. Porque la explotación laboral era un reclamo de la Clase Trabajadora única y verdadera, la suya. El derecho al aborto era el reclamo de libertad de las Verdaderas Mujeres, las que son ellas. Lo de hablar de violencia policial por raza divide la Lucha Obrera, lo de hablar de mujeres sin coño divide al Movimiento Feminista. Resumiendo, y aunque no lo digan, son guardianes de la revolución. Velan por ella, para que no se disperse en moderneces diversiqueers. La cuidan con tal mimo que, a fuerza de no saltarse ni un párrafo, no dejan que se escriba nada nuevo. Ni a pie de página. Ni un comentario en los márgenes. Han terminado por vaciarla de contenido. La han convertido en un mausoleo.

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