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Sobre este blog

Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Madres a juicio

Ilustración de Emma Gascó para Pikara Magazine

Emilia Arias

“Dale el pecho, es lo mejor, no dárselo es egoísta”. “No le des teta, ¡menuda esclavitud!”. “El colecho es lo que deben hacer las madres responsables para generar apego”. “Que duerma en su cuna para que os deje dormir”. “Uf, se me ponen los pelos de punta con esas madres que se separan de sus hijos para dormir”. “Yo, teta a demanda... es comodísimo, te la sacas y fuera”. “Qué va, es fatal... nos convierte en vacas y es muy feo andar con los pechos fuera”. “Para compartir tareas lo mejor es el biberón, es lo más feminista”. “Dar el pecho al bebé es un momento mágico, es nuestro momento, nuestro privilegio”. ¡Qué hartazgo!

Y así hasta el infinito desde que me quedé embarazada. Lo primero que certificas cuando te quedas en estado es que no tienes ni idea sobre el tema y todos los consejos y toda la sabiduría de las mayores y predecesoras es bienvenida y valiosa. Pero la sociedad, en general, juzga. Se convierte en debate político y en una piedra arrojadiza algo que atañe a la madre y el padre, las madres o los padres o la madre sola o el padre solo. Llevamos años peleando para que nos dejen hacer con nuestros cuerpos lo que nos de la gana, para que se nos permita decidir sobre cuestiones económicas, sociales, políticas y hasta domésticas y ahora que tenemos bastantes cotas de autonomía, nos enzarzamos entre nosotras, las feministas y las que dicen no serlo: teta sí, teta no, colecho sí, colecho no, incorporación al trabajo no, incorporación precoz mal, crianza con apego sí, crianza con apego no... Y no solo entre nosotras, claro. No nos culpabilicemos.

Desde que me enteré de que estoy embarazada he abierto más los ojos a los juicios que como puñales se clavan en las espaldas de las que son madres o van a serlo. La sociedad se cree con el derecho a juzgar y la mirada inquisidora siempre se dirige hacia las mujeres. Desde la oxitocina hasta la epidural, desde el cigarro que se fuman preñadas hasta la cesárea programada o el parto en casa... Todo el mundo tiene algo que decir sobre lo que hacen ellas, las madres o las que van a serlo.

Sería maravilloso que cada maternidad o cada crianza pudiera ser vivida como cada quién pueda y quiera. No nos damos cuenta de los lastres para la conciencia, de los sentimientos de culpa que generan en algunas madres los estereotipos sociales, los mandatos de género escondidos tras las opiniones, aparentemente inofensivas.

Una amiga tuvo que repetir unas 10 veces que no quería dar el pecho, que le diesen la famosa pastilla. “¿Te lo has pensado bien?”, le decían. Intentaron convencerla sin éxito y acabó llorando de rabia. “Cómo si yo no quisiera a mi hija o ellas, las enfermeras, la quisieran más que yo”. Otra de mis amigas, con un problema en el pecho, tuvo que soportar las miradas de desdén porque dijo que ella no podía amamantar. “¿No quieres o no puedes?”, le espetó una auxiliar. Otra sufrió hasta las lágrimas los masajes que le aplicaban debido a una mastitis. Hoy confiesa que soportó aquel proceso doloroso porque si no daba el pecho se sentía menos madre.

También están las que se han encontrado con miradas de desprecio por dar de mamar a sus hijos e hijas en un restaurante, un parque o un centro comercial.

Una pregunta aparentemente inofensiva dirigida a una amiga: “¿No te vas a coger una excedencia pudiendo como puedes?”. Eso a su marido no se lo preguntaron.

España está en el vagón de cola en cuanto a medidas de conciliación se refiere en Europa. Aquí, las mujeres seguimos sacrificando en muchos casos nuestras carreras para dedicarnos a la crianza porque el Estado no se corresponsabiliza, tenemos sueldos más bajos y las parejas no colaboran en la medida que deben (hay que decir que los hombres cada vez se implican más, un aplauso para ellos). Contamos con permisos por maternidad y paternidad cortos y hasta ridículos si los comparamos con países del norte de Europa y poco compatibles con la vida. Nuestro Estado y nuestra sociedad parecen olvidar que estamos hablando de perpetuar la especie, de asegurar el futuro, de que la población no envejezca, de la vida al fin y al cabo.

En lugar de luchar todas y todos unidos para que el Estado conceda la importancia que tiene al cuidado de la vida en toda su amplitud y la haga compatible con una vida laboral, social, política... nos dedicamos a juzgar aspectos, decisiones, formas de enfocar, criar, hacer y deshacer. Convertimos decisiones personales y circunstanciales en bastiones de lucha y los árboles, no nos dejan ver el bosque, nos restan fuerza en la lucha por objetivos comunes: sentir el apoyo de toda la tribu.

Las guarderías son caras, los partos siguen siendo un tema pendiente en el que tenemos poca voz, no hay medidas de conciliación, las mujeres en edad de procrear tenemos más problemas para ser contratadas y sufrimos el ninguneo si decidimos ser madres. Ni el Estado, ni las empresas, y en algunas situaciones, tampoco la pareja, están implicados en la crianza de forma equilibrada. Cae sobre nuestros hombros y, encima, se nos mira con lupa. No hay libertad para decidir, para expresar la crianza o llevarla a los espacios que consideremos.

Una amiga va a una farmacia a por una pomada porque a su niña se le han escocido sus partes. La farmacéutica le suelta: “Eso es que no le estás limpiando bien”. ¿Alguien se imagina que a un señor con sus partes escocidas una farmacéutica le diga: “Eso es que usted no se limpia bien”?

Hace años dijimos que lo personal es político. Lo dijimos para poner nuestras vidas al servicio de la lucha por nuestros derechos para que llegara un día en el que pudiéramos decidir cómo y cuando, para que pudiéramos tomar decisiones también sobre cómo criar, cómo parir y cómo organizar nuestra experiencia de la maternidad, cómo cuidar a nuestros hijos e hijas.

Por todo esto pido libertad, respeto porque somos adultas capaces de decidir qué es lo mejor para las personas que traemos al mundo y qué es lo mejor para nosotras, nuestras familias y nuestras vidas. Y también pido el apoyo de toda la sociedad. Un viejo proverbio africano dice que para criar a un niño (y a una niña también) hace falta una tribu entera. Seamos tribu.

Para leer más:

Estoy en contra de la lactancia materna, de Beatriz Gimeno

Desocupar la maternidad, de Brigitte Vasallo

Maternidad, ¿privilegio o derecho?, de Susana Cañete

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