Siempre lo he tenido claro. Los Reyes Magos también son ciegos, como escribí en este otro artículo. Ciegos, sordos, cojos, con problemas de salud mental… Tan diversos como podamos imaginar. La realidad social es diversa y esta diversidad debería reflejarse en todo tipo de eventos, como ha sucedido en la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla.
La cabalgata sevillana suele ser especial para mí por distintas razones, pero este 2019 se me ha puesto el orgullo por las nubes, porque mi rey, el favorito de tantos niños, Baltasar, era un Rey Mago ciego, encarnado por Cristóbal Martínez, el Delegado de la ONCE en Andalucía. Una magnífica oportunidad para hacer pedagogía de la normalidad. Los padres sevillanos han podido seguir alimentando la ilusión de sus hijos, a la vez que enseñaban algo esencial para la vida como es la igualdad desde las distintas capacidades. Un Rey Mago que no te ve desde su carroza, pero que lo ve todo, porque los Reyes Magos todo lo ven, igual que las personas ciegas, que no te ven, pero sí. Un Rey Mago que sin ver lanza una lluvia de caramelos sobre tus hombros, igual que todos los Reyes Magos que en la Historia han sido. Un Rey Mago que, sin ver, lanza besos a los niños que les contemplan desde las aceras, igual que sus antecesores, que baila y te hace disfrutar desde su trono con su singular simpatía y majestad. Que no te ve, pero sí. Es la magia y es la vida.
Semejante Majestad no podía llevar unos pajes cualesquiera. Pajes ciegos, pajes videntes, pajes que no podían caminar, pajes que sí lo hacían. Pajes, en suma, que, tocados con turbantes dorados, acompañamos a nuestro Rey Mago, ayudándole a sembrar la ilusión por las calles de Sevilla, henchidos de orgullo por ser y estar.
Todo ha sido emocionante. Desde aquel lejano día en que nos tomaron medidas para la confección de los trajes hasta el mismo instante en que varias manos tendidas nos ayudaron a subir a la carroza ya convertidos en pajes por gracia del Rey Baltasar. Pies trémulos subiendo unos escalones metálicos, un paso largo hasta sentir la firmeza tambaleante del suelo de madera de la carroza. El descenso entre bolsas de caramelos hasta el asiento. La cuenta atrás hasta nuestra salida triunfal de la Universidad para saludar a una Sevilla expectante de ilusiones. Escribir sobre ello revive los latidos apresurados del corazón y vuelve a formar ese nudo en la garganta que tiene el poder de sellar los tesoros intangibles de la vida. Caramelos al cielo por los que no están y lluvia dulce para los que nos contemplan desde el suelo.
Este año los sevillanos tenían un reto: hacerse presentes mediante sus voces, y lo han logrado con creces. Gritos de júbilo al paso de la carroza de los Pajes de Baltasar, cánticos al son de la música que tocaba la banda que desfilaba detrás con los beduinos. Voces tratando de hacerse oír entre la multitud llamándote por tu nombre. A muchos les llegué a reconocer, otros siempre quedarán en el misterio de la incógnita. Volver a sentirte niña desde la serenidad de los cuarentaitantos y la emoción en la garganta, cuando es tu madre la que te llama desde debajo de la carroza. Ser paje del Rey Baltasar junto a tus pequeñas que se sienten felices por lanzar ilusión en forma de caramelos a los niños en la calle. “¡Gracias!”, respondían muchos. Mis esfuerzos para que dosificaran los puñados de caramelos que lanzaban fueron en balde. “Es que me piden que les tire, mamá, y quiero que sean felices”. Hacer felices a los demás desde una carroza en la Cabalgata de la Ilusión. Juntos, ciegos y videntes, bípedos o en silla de ruedas. Todos.
Coincidiendo con la celebración de los ochenta años de vida de la ONCE, la organización de ciegos y el Ateneo de Sevilla, institución que organiza la cabalgata desde 1918, han sumado voluntades y facilitado los medios para que la cabalgata sevillana de 2019 haya sido la más inclusiva, accesible e integradora de sus 101 ediciones.