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El 8M vuelve a la calle tras dos años de pandemia y con el desafío de mantener viva la protesta

Manifestación en Madrid, el 8M de 2018.

Marta Borraz / Ana Requena Aguilar

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El movimiento feminista lleva días calentando motores para el primer 8M de la 'nueva normalidad', con un escenario más parecido a como era todo antes de la pandemia de COVID-19. Si en 2021 la jornada dejó una sensación extraña, cargada de anhelo por la potencia movilizadora de años anteriores, este martes el feminismo vuelve a tomar las calles con la vista puesta en recuperar el espacio público. El gran reto es mantener viva la protesta en medio de una crisis que ha evidenciado y agrandado la desigualdad, y con dos años de pandemia a las espaldas. Una pandemia de consecuencias aún difíciles de medir y que ha dejado, además, mucho cansancio.

Asumen las convocantes que la movilización de este 8M será menos multitudinaria que las anteriores. La COVID-19 ha dejado un poso de desánimo, desmovilización social y cansancio que pueden influir en cuántas mujeres acaban finalmente saliendo a las calles. No obstante, el feminismo llegó para quedarse de distintas formas. La mecha ya se había prendido, pero las huelgas y manifestaciones masivas de 2018 abrieron un nuevo espacio para el feminismo que ya no ha dejado de ocupar. No solo en las calles o en la agenda social y política, también y, fundamentalmente, en el día a día.

La pandemia estalló en ese momento de eclosión feminista. El 8M de 2020 –solo seis días antes de que se declarara el confinamiento en España– exhibió músculo, aunque con menor asistencia que otros años. Muy pronto se convirtió en un símbolo para los sectores conservadores, que lo utilizaron para criminalizar al feminismo y desacreditar la gestión del Gobierno. La idea siguió agitándose hasta un año después, con el mundo sumido en una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes. Las feministas querían volver a las calles, con distancia y respetando las restricciones vigentes para otras movilizaciones que ya se estaban celebrando entonces. Y así fue en toda España, menos en Madrid.

Los mensajes más repetidos por las autoridades sanitarias desaconsejaban las movilizaciones, pero finalmente las de la Comunidad de Madrid fueron las únicas que se prohibieron. No solo la de la capital, habitualmente la más multitudinaria, también las de los pueblos o ciudades más pequeñas. Todas vetadas como si fueran una. A día de hoy, el Tribunal Constitucional ha aceptado tres de los recursos interpuestos por la Comisión 8M, que considera que se vulneraron derechos fundamentales.

No significa que el 2021 no estuviera marcado por la reivindicación. Conscientes de que debían reinventarse, las feministas convocaron acciones simbólicas y caceroladas desde los balcones; animaron a 'vestir' con pancartas o carteles morados las ventanas y a ocupar las redes sociales con reivindicaciones. El 8M más atípico en Madrid acabó con marchas improvisadas; algunas mujeres desafiaron las prohibiciones y cortaron calles del centro de la capital mientras que en distintos barrios se celebraron “paseos feministas” en grupos.

Hubo contención, pero también hubo 8M en las principales ciudades españolas. Con mascarillas y cordones morados o señales en el suelo para garantizar la distancia de seguridad, las feministas reclamaron su presencia en la calle en Barcelona, Bilbao, Valencia, Santiago de Compostela, Valladolid, Murcia o Sevilla. Entonces, en todas estas ciudades hubo una convocatoria unitaria, algo que también ha cambiado este año. En algunas, el feminismo marchará partido en dos ante la escisión de un sector contrario al derecho a la autodeterminación de género que avala el anteproyecto de Ley Trans aprobado hace unos meses por el Gobierno.

Por qué la división

Esa es otra de las claves de este 8M. La historia del feminismo es también una historia de disensos y posiciones diversas. Hasta hace poco, el tema especialmente controvertido para el movimiento era la prostitución. Más allá de abolición, regulación de derechos o prohibición, las posiciones sobre qué hacer con la prostitución han convivido siempre con matices y polémicas. En las manifestaciones del 8M era habitual ver bloques abolicionistas, ocupados por activistas y asociaciones especialmente enfocadas en la abolición de la prostitución. Este año, ese posicionamiento ha ido un paso más allá y, sobre todo, se ha mezclado con otro reclamo, que ha ocupado la centralidad del debate feminista en los dos últimos años: la crítica a las leyes trans y la autodeterminación de género.

Muchas de las manifestaciones que tienen como lema central el abolicionismo reivindican la lucha contra las normas trans y la autodeterminación de género que, consideran, “borran” a las mujeres e implican una tergiversación de la agenda feminista. Esos grupos han decidido convocar sus propias marchas porque consideran inaceptable compartir manifestación con quienes, aseguran, no respetan los principios feministas. A pesar de que en 2019 el PSOE incluyó la autodeterminación de género en una proposición de ley y pese a que el partido había impulsado iniciativas similares en al menos diez comunidades, tras la llegada de Unidas Podemos al Ministerio de Igualdad el partido cambió inicialmente su posición y la brecha en el feminismo respecto a este tema se avivó. Finalmente, el Gobierno de coalición aprobó el primer trámite de la Ley Trans, que incluye la autodeterminación de género.

Y es que el trasfondo del conflicto es político: en pleno auge del feminismo, que el Ministerio de Igualdad, una bandera clásica del PSOE, cayera en manos de Unidas Podemos, avivó la batalla por llevar la voz cantante en materia de feminismo e igualdad. Los bloques partidistas no son unitarios: muchas simpatizantes, militantes y cargos orgánicos del PSOE, aun reivindicando la impronta socialista en las políticas de igualdad, no comparten el tono de una parte del feminismo contra las leyes trans. En Unidas Podemos han asomado algunas voces discordantes con la Ley Trans del Gobierno, aunque no ha habido, de momento, un movimiento de contestación interno con tanta fuerza como en el PSOE.

Tanto el PSOE como Unidas Podemos han anunciado su intención de acudir a la manifestación convocada por la Comisión 8M en Madrid; es decir, por la organizada habitualmente, que se declara incluyente y que busca movilizar desde lo que se comparte. También los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, acudirán a la marcha del 8M.

El conflicto tiene parte de generacional, aunque estas fricciones entre generaciones no son suficientes para entender la brecha salvo que se sumen el resto de factores. Sí hay, en general, una tensión entre las generaciones de feministas que proceden de una escuela de pensamiento más clásica, muy arraigada en España, y las generaciones posteriores, más jóvenes, que entienden –y viven– el feminismo incorporando otros puntos de vista y aliándose de manera natural con otras reivindicaciones.

Es, sin duda, una generalización, porque ya en las generaciones de feministas que lucharon durante el final del franquismo y el inicio de la democracia existían diferencias y matices sobre asuntos relevantes. También porque hoy en día hay jóvenes feministas que toman el abolicionismo y la crítica a lo trans como parte intrínseca de su feminismo.

La diferencia fundamental radica en quién ostenta ahora el altavoz. Si en las décadas anteriores, el feminismo que se institucionalizó procedía de esa corriente más clásica –y por tanto fue el que pudo marcar la agenda y el que más eco político y mediático tenía– las cosas han cambiado mucho en los últimos diez años. Las redes sociales, la extensión de los feminismos autónomos –tanto en barrios como al calor de asambleas y movimientos sociales–, la llegada de generaciones jóvenes con influencias diversas y, finalmente, el aterrizaje institucional de feministas de procedencia más variada, cambió el mapa y quiénes estaban en él.

Con esta escisión, incomprensible para muchas y que amenaza con desanimar la participación de unas cuantas, y una pandemia mediante, el 8M vive un año extraño, a camino entre la nostalgia y lo que está por venir.

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