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Así se desaparece en España

Protesta tras el secuestro y asesinato de Laura Luelmo

Daniel Sánchez Caballero

La mayoría pasan desapercibidos, pero no es por falta de noticias o porque sean pocos. Cada día se denuncian en España, de media, 68 desapariciones de personas (24.794 solo en 2017). Un vistazo rápido por las cuentas de Twitter de la Policía Nacional o de la Guardia Civil dan cuenta de la situación: rara es la jornada que no se pide colaboración ciudadana para localizar a alguien.

En la mayoría de las ocasiones la persona desaparecida reaparece o es localizada. Suelen ser mayores que se desorientan o gente que, por las circunstancias que sean, prefieren esfumarse motu proprio y sin dar explicaciones. Pocos son los casos que acaparan la atención desmedida de la prensa, como el reciente de la maestra Laura Luelmo, asesinada en un pueblo de Huelva, o el del niño Gabriel.



Desde que existe el registro de Personas Desaparecidas y Restos Humanos sin identificar (PDyRH) del Ministerio del Interior, creado en 2010, se acumulan en él 146.042 denuncias por desapariciones. Pero de ellas solo permanecen activas 6.053 (el 4,14%). El resto han sido localizados, según el Ministerio del Interior.

Dicho de otra manera, 96 de cada 100 desapariciones se cierran, bien porque la persona ausente aparece, bien porque se cumple el protocolo establecido por las fuerzas de seguridad y se concluye que el desaparecido no responde a un perfil de riesgo y se considera que o ha desaparecido por su propia voluntad o en cualquier caso no está siendo retenido.

Uno entre 600

De las que permanecen activas, apenas 245 se consideran “de alto riesgo”. Esta etiqueta se puede dar en dos casos: que el desaparecido sea un menor (hay 12 denuncias en esta situación) o que sea un adulto y que la policía sospeche que pudieran sugerir un carácter forzado como indicios de secuestro, no llegada al destino sin explicación, desaparición sin efectos personales o abandono de un vehículo sin razón aparente (233 casos).

Puesto de otra manera: la policía cree que solo una de cada 600 de las 146.042 desapariciones que contempla el registro PDyRH es preocupante o contra la voluntad del ausente. El resto: “Suelen ser por cuestiones personales, decisiones debido a la tensión en la que se vive o gente que no quiere asumir determinadas responsabilidades y se marcha. Hay algunos que se desorientan por razones de salud, por procesos de envejecimiento”, explica Montserrat Torruella, presidenta de Inter-Sos, una asociación de ayuda a familiares de desaparecidos.

Uno de estos casos, hace siete años largos, fue el de José Molina, padre de Ana Molina. José, de 85 años, con demencia, se esfumó de la residencia en la que estaba alojado el 19 de octubre de 2011. Una fecha así no se olvida. “Y hasta ahora”, explica Ana.



“A los dos meses me dijeron que dejaban de buscarlo. Que ya solo quedaba que alguien lo encontrara por casualidad”, explica. “Ahora ya tengo asimilado que está muerto, aunque me sigue angustiando no tener su cuerpo. Por mi cultura necesito saberlo. Eso es lo más doloroso”.

José Molina no era un perfil de riesgo, dictaminaron las fuerzas de seguridad. La teoría principal es que se escapó de la residencia por la puerta en un momento de despiste (fue esta tendencia a abandonar la casa y echarse a andar sin rumbo la que llevó a su hija a ingresarle) y debió fallecer en algún punto del bosque que rodea el centro, sin que haya aparecido hasta ahora.

Varón, español, mediana edad

El desglose de los datos del Ministerio del Interior revela que, quizá contra lo que podría parecer si se atiende a la repercusión mediática, son los varones quienes más desaparecen, en general y también en los perfiles de riesgo. Respecto al total, un 57,2% de las denuncias por desaparición corresponde a un varón; el 42,8% restante a mujeres. De las que permanecen activas, la proporción es de cinco a uno (5.099 hombres de los que no se sabe nada frente a 954 mujeres).

Cuando se afina aún un poco más y se observan las cifras en función del nivel de riesgo, el patrón se mantiene: el número de varones desaparecidos con “alto riesgo” triplica al de mujeres, el de “alto riesgo no confirmado” lo duplica y en el de “riesgo limitado” la proporción es de seis varones desaparecidos por cada mujer que falta.



El perfil del desaparecido se completa, dice Interior, con que es de mediana edad (el 30% de los ausentes tiene entre 36 y 50 años, el 52% si se amplía el rango hasta los 65) y es de origen español, aunque relativamente son más los extranjeros desaparecidos (una de cada seis denuncias, pese a que suponen una de cada diez personas en España).

“Siempre piensas que va a aparecer”

Cuando alguien desaparece, queda la angustia y la incertidumbre. Un dolor que no se va, explica Ana, por mucho que uno intente hacerse la idea, como es su caso, de que el ausente ha fallecido y ya poco más queda por hacer. “En su momento, al menos a mí, no me informó nadie. Primero tienes que asimilarlo, que no es fácil porque siempre piensas que va a aparecer. Luego te quedas perdida, vas asumiendo que vivo no está”, cuenta.

Una situación que se da con cierta frecuencia, lamenta Torruella, es que alguien desaparezca por voluntad propia sin dar explicaciones, se ponga una denuncia y la policía localice a la persona en cuestión, pero no pueda informar a su familia de que el ausente está bien por una cuestión de protección de datos, prolongando el ciclo del dolor y la incomprensión.

“Siempre hay que respetar las decisiones que libremente se puedan tomar, pero pedimos que se pueda hacer otro tratamiento de los datos de esta persona. Ahora nos encontramos que con la  Ley Orgánica de Protección de Datos (LOPD) hay muchas limitaciones para las personas adultas con características que no presentan riesgos”, expone. “Pensamos que con un buen tratamiento y un respeto por la intimidad de las personas no debería estar tan limitada [la información que se ofrece], porque para las familias es muy difícil”.

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