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El 'sí, se puede' no es un grito, es una estrategia

Las concesionarias de los 6 hospitales madrileños deberán garantizar los 5.200 empleos

Juan Luis Sánchez

Cogen el teléfono en un lugar llamado vida, donde las noticias no ocurren hasta que vuelves a casa después de trabajar. Ya ha dimitido el consejero de Sanidad y ellos no se han enterado. El presidente de la Comunidad de Madrid ha anunciado que cede, que pierde el pulso, que los seis hospitales de Madrid que quería privatizar siguen siendo públicos. Pero ellos no saben nada, no han oído nada.

Y entonces Pilar lo oye y llora. “Por fin, por fin...”, dice al otro lado del teléfono entre sollozo alegre y grito de rabia. Y entonces Álvaro lo oye y se dedica un segundo de silencio. “Qué emocionante es esto, qué emocionante”. Son sólo dos de esos activistas que han convertido el 'sí, se puede' en una hipótesis de trabajo durante los últimos dos años.

Es un error concebir la marea blanca como unas manifestaciones que, bueno, duraron lo suyo pero ya se sabe que las manifestaciones no sirven para nada. La marea blanca ha sido, con permiso de la PAH, la movilización más sofisticada desde el 15M. Y, como la PAH, aunque con todas sus diferencias, ha desplegado un arsenal de recursos para la victoria que han ido mucho más allá de la convocatoria de concentraciones. Ha habido planificación legal y mediática que han convertido la apuesta de González en insostenible. Ha habido movilización y euforia afectiva, pero también recaudación de fondos, trabajo experto, escisiones y cismas internos a los que se ha sobrevivido, estrategia mediática, calendarios y 'puerta a puerta' en los centros sanitarios.

Por eso la derrota no sólo ha sido judicial; de hecho, González se ha dado por vencido cuando los jueces sólo habían suspendido el proceso, no ilegalizado aún. La derrota ha sido informativa, moral. La privatización era un lastre político que iba a acompañar a Ignacio González y su equipo durante demasiado tiempo, y ni los votantes del PP compraban ya eso de que, como los funcionarios son vagos, pues mejor vender los pacientes a un grupo reducido y opaco de empresas.

La marea blanca es sofisticada porque nace con memoria, nace con algunas lecciones aprendidas: de la marea verde toma prestado que los funcionarios pueden convencer al resto de la población de que la lucha por el servicio público no es cosa de los empleados sino cosa de los que se benefician de él, una cosa común; de la marea azul hereda directamente la estrategia legal, las fórmulas que buscan legitimidad en lo formal: referéndum, recogida de firmas y, por fin, batalla judicial.

En primavera de 2013, Pilar Esquinas lo comentaba delante de un café y una grabadora para recoger lo que luego serían sus impresiones en el libro Las 10 mareas del cambio. Aquel día Pilar ya decía que ante el bloqueo institucional, ante la sordera por el ruido que les llega desde la calle, “la única vía para combatirles”, y en ese 'les' caben tantas cosas, “es la inseguridad jurídica, porque es el lenguaje que entienden”. Y lo han entendido.

El Hospital de La Princesa fue un Gamonal. Sus doctores de bata blanca y tradición conservadora fueron los primeros en cortar las calles y decirles a los pacientes ven conmigo, que esto va contigo. Defendían un lugar físico para encender la inspiración en otros centros sanitarios de Madrid y de fuera; sucedió. El efecto Princesa desató la ola blanca.

La victoria de la marea blanca sólo es posible por otra victoria previa: la del deshielo de los médicos, profesionales de perfil político gélido. La traumatóloga, el pediatra, el médico de familia, dijeron basta, y no tenía que ver con su sueldo o con sus horarios. Tenía que ver con mucho más. El problema del plan del dimitido Lasquetty, dice también en Las 10 mareas... un portavoz de AFEM, no es que responda a un modelo liberal, “es que sólo responde a un chanchullo mafioso”. Es decir, la cosa era indefendible no sólo desde la ideología sino desde la decencia. La marea blanca supo centrarse en el que tenía más visos de ganar, el más inclusivo: el de la honestidad y el de las cosas bien hechas. Porque las cosas no están bien hechas si un Gobierno presenta como documentación que justifique la privatización un informe de once folios. Sí, once.

“El inmutable plan privatizador del PP desfonda la marea blanca”, decíamos el 28 de mayo de 2013, haciendo periodismo amargo. Hubo tiempos donde el personal sanitario se daba por derrotado. Pero en segundo plano, donde no hay grandes fotografías de grandes manfestaciones sino horas de flexo y lenguaje legal, la victoria de la sanidad pública ya estaba en marcha.

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