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El estudio de seroprevalencia no revelará una inmunidad de grupo en España pero dará pistas para la desescalada

Los hospitales de televisión donan sus equipos a centros médicos por COVID-19

Belén Remacha

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El Ministerio de Sanidad ha concretado por fin algunos detalles del estudio de seroprevalencia que va a realizar a lo largo de dos meses en 36.000 hogares y que es, han repetido, una de las claves de la desescalada. Elaborado entre el Instituto de Salud Carlos III y el Instituto Nacional de Estadística, dará datos provinciales, autonómicos y nacionales, mediante tests rápidos y con un papel “relevante” de los servicios de Atención Primaria. Empezará en principio esta semana, tendrá tres fases y los técnicos acudirán varias veces a las casas, así que el ministro Salvador Illa ha avanzado que se podrán ir publicando resultados “preliminares” antes de acabarlo.

Lo que se puede esperar de este estudio no es que arroje que en España exista ya lo conocido como inmunidad 'de grupo' o 'de rebaño', es decir, que una parte muy grande de la población haya pasado ya la enfermedad, desarrollado anticuerpos y por tanto esté en alguna medida protegida. Cuando eso sucede, no queda la suficiente gente susceptible de contagiarse como para que la epidemia siga.

Las cifras oficiales han registrado unos 220.000 diagnósticos confirmados, pero dentro de otras estimaciones rigurosas, una de las más elevadas es la del Imperial College de Londres. A finales de marzo calculaba que podría haber unos 7 millones de ciudadanos infectados, lo que es menos del 20% de la población española. De acuerdo con varios expertos, una inmunidad de grupo para un virus como el que provoca COVID-19 requeriría, mínimo, un 60%. Todo teniendo en cuenta que, para el coronavirus, se desconoce todavía si los anticuerpos otorgan inmunidad completa, como ha advertido la OMS, aunque varias investigaciones apuntan a que generan una al menos temporal.

Que resulte ya más de la mitad de la población española o de ciertas zonas protegida es muy poco probable por varios motivos. El primero es que “al paralizarse la sociedad, el virus no ha podido seguir infectando como lo hacía los últimos días de febrero. Las medidas de confinamiento se tomaron por el rápido contagio en la sociedad y para que no colapsases los sistemas sanitarios, y aun con ellas los sistemas sanitarios han estado al borde”, razona la doctora María Montoya González, directora del grupo de Inmunología Viral del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB). El segundo es histórico: como señala la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH), “ninguna inmunidad de grupo para un 60% de la población se ha conseguido en la primera ola de ninguna enfermedad. De hecho, ninguna ha pasado de un 30%”.

Con seguridad “van a venir otras olas”, y en lo que tenemos que centrarnos, dice la SEMPSPH, es en tener “estructuras preparadas” para ellas, más que en poner esperanzas en la posibilidad de la inmunidad de rebaño. Lo que sí nos dará el estudio de seroprevalencia es “una foto de lo que ha ocurrido y ocurre en la sociedad con este virus”, contesta la doctora Montoya. Es importante porque “hasta ahora, la mayoría de la gente que ha sido diagnosticada lo ha hecho con signos clínicos, pero este virus en un 80% de infectados da sintomatología leve o asintomatología. Completar esto será importante para tomar decisiones”. También aportará información certera sobre la letalidad, para nosotros y para otros países.

No inmunidad de grupo, pero sí olas menos fuertes

En epidemiología se contemplan dos vías para alcanzar la inmunidad de grupo: de manera natural, esperando a que una mayoría se vaya infectando por la circulación libre de un virus; y de manera artificial, con una vacuna. El plazo más optimista para lograr la segunda es un año a partir de esta primavera. Desde la SEMPSH insisten en que es lo único viable: “La inmunidad de grupo natural nunca ha sido una solución. Requiere de unos postulados que no se cumplen”. El más claro: la población susceptible y la no susceptible no se reparte al azar. “La inmunidad de grupo natural solo se ha conseguido con antiguas enfermedades en las que los adultos eran inmunes, como el sarampión. La ciencia la ha reproducido a través de las vacunas, que sí pueden ser solución”.

Juan Ayllón, director del Área de Salud Pública de la Universidad de Burgos, da otro plazo histórico: todas las pandemias respiratorias “se han ido resolviendo” en unos dos años, “después los virus se quedan entre nosotros, pero ya no dan problemas pandémicos porque se alcanza cierta inmunidad”. Al margen, existe otro horizonte, que menciona Montoya: un tratamiento efectivo –hay varios en ensayo clínico– aliviaría el problema: “Muchos pacientes que podrían ser graves sin tratamiento no acabarían en UCI y por tanto el escenario cambiaría. Y seguramente vamos a tener resultados sobre alguno antes que la vacuna, quizá para otoño”.

Ayllón, que es experto en virología, cree de todos modos que, si se cumplen las previsiones del Imperial College, “no es que el problema se haya resuelto con inmunidad de grupo”, pero sí sucede algo bueno: “El impacto de las siguientes olas no será como el de esta primera”. Para ilustrarlo también se retrotrae: “La pandemia de gripe de 1918 tuvo tres oleadas. La primera fue la más leve y afectó más a Madrid y a la mitad sur. La segunda fue más gorda en el norte, y Madrid estuvo casi exenta”. Sobre la COVID-19, “ha pasado porque la población nunca ha visto el virus. Hay sitios que siguen sin haberlo visto y mantendrán el peligro mientras Madrid y Lombardía tendrán cierta inmunidad de base: no la suficiente para evitar brotes, pero sí para que ataque en menor dimensión. El virus ya no encuentra un lienzo blanco”.

La inmunidad será distinta por zonas y eso también lo revelará el estudio del ISCIII: facilitará la desescalada por territorios, teniendo en cuenta en qué áreas sigue corriendo el virus pero también las que tienen más riesgo si entra de primeras. E incluso por sectores, “será valioso saber quiénes de entre los sanitarios tienen anticuerpos y quiénes no de cara al trabajo”, indica Ayllón. Y advierte de los peligros: “Un porcentaje alto de infección puede dar sensación de tranquilidad, de que ya hemos pasado lo peor. Va a haber que trasladarlo bien a la opinión pública, y explicar sus limitaciones: los tests no son los mejores, porque en tres meses nadie tiene un kit óptimo, tampoco Francia ni Alemania”. La sensibilidad de los tests que se van a usar es, según el Ministerio, superior al 80%, y para subsanar parte del margen de error se hará un segundo diagnóstico serológico a algunos participantes.

El estudio no estará concluido antes de que se decreten las primeras medidas de desescalada, porque va a durar dos meses y Pedro Sánchez las situó a finales de mayo. Pero sí que las autoridades podrán ir conociendo esos resultados “preliminares” a lo largo del proceso “que podrán determinar políticas de transición. O si hay que revertirlas si sube mucho la prevalencia”, explica Ildefonso Hernández, director general de Salud Pública del Ministerio de 2008 a 2011 y portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS). Es decir, el estudio puede acompasar las medidas, “observando los cambios y complementando los diagnósticos”. “El estudio es de magnitud extraordinaria, en España se habían hecho pero con tres veces menos muestras y yendo menos veces a los hogares”, valora Hernández. Las primeras cifras podrán estar listas, si no hay retrasos, en las primeras dos semanas, y darán esa “foto fija” que los expertos anhelan.

¿Son posibles las 'fiestas COVID'?

Si la inmunidad de grupo resuelve en parte el problema, ¿por qué no se han tomado estrategias en esa dirección además de la investigación en la vacuna? Era en parte el razonamiento inicial del primer ministro británico, Boris Johnson, que quiso estirar la normalidad en Reino Unido. “Porque intentar conseguirla de golpe es una barbaridad”, contesta a la pregunta Juan Ayllón, “eso solo se puede hacer si te aseguras de que el sistema no está en peligro. Por eso en Reino Unido recularon, porque el contagio desbordó todo enseguida”. La inmunidad de grupo “se puede conseguir pero a lo largo del tiempo, si el sistema puede asimilar los casos. No es igual que haya el mismo número en dos meses, sin confinamiento, que en dos años. Pero tampoco podemos quedarnos dos años encerrados en casa”. Ese es el punto intermedio: no colapsar el sistema, y por el camino, si se alcanza algo de inmunidad, mejor, pero no es la prioridad.

En este sentido, un artículo del New York Times de este fin de semana citaba a la doctora Michele Barry, directora del Centro para la Innovación en Salud Global de la Universidad de Stanford, para sugerir la posibilidad de “fiestas COVID-19”, contagios controlados, porque “algunos ciudadanos jóvenes calcularán que arriesgarse a una enfermedad grave puede ser mejor que el empobrecimiento y el aislamiento”. Hernández la ve muy remota: “Suficiente trabajo ha sido intentar la contención al máximo. Lo más sensato es seguir ese camino y engrasar bien los sistemas de protección”. Sería arriesgado por varias razones: “Los periodos de incubación se están demostrando muy largos: se puede levantar el aislamiento antes de tiempo y contagiar. Y encima el virus no es tan bueno; aunque sea baja, hay letalidad por debajo de los 40 años. Es muy complejo, no me la jugaría por ahí. En Salud Pública no puedes coger a gente y exponerla al virus. Es imposible, muy muy difícil”.

La SEMPSH coincide. “La inmunidad de grupo no es una estrategia, es un fenómeno natural que hemos sido capaces de reproducir con las vacunas”, zanjan. Principalmente porque “no puedes plantear una estrategia donde precisamente los más vulnerables siguen siendo susceptibles y no inmunes. Con el sarampión se podía contagiar todo el mundo y no pasaba nada, porque a los 90 años mantenías anticuerpos; aquí no tenemos eso, al contrario, si entra un solo caso en una residencia de ancianos es un desastre. Es normal que haya quien plantee esto porque buscamos desesperadamente una solución al confinamiento, pero no es esta. El confinamiento se disminuirá con la vacuna. Ojalá una seroprevalencia mayoritaria, pero seguramente no tendremos en casi ninguna zona ni un 15%”.

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