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The Guardian en español

De la esperanza al odio: cómo Internet ha alimentado a la extrema derecha desde sus inicios

Neonazis, simpatizantes de Alt-Right y supremacistas blancos participan en una marcha en la noche antes de la manifestación 'Unite the Right' en Charlottesville, Virginia. Marchan con antorchas a través del campus de la Universidad de Virginia.

Jamie Bartlett

En la década de los noventa, el abogado y escritor estadounidense Mike Godwin propuso una ley sobre el comportamiento de los primeros usuarios de Internet. Godwin afirmó que a medida que creciera la comunidad de internautas y los debates virtuales, también aumentaría la probabilidad de que los internautas compararan a los que no piensan como ellos con los nazis o con Hitler. En resumen, cuanto más activo sea el usuario de Internet, más probabilidades de que termine siendo desagradable.

Por aquel entonces no podíamos saber que “la ley de Godwin” solo sería la mitad de la historia: los que participan en debates virtuales pueden pensar que los que tienen una opinión contraria son nazis. Y de hecho, algunos lo son.

El evidente éxito de la “derecha alternativa” y otros movimientos de extrema derecha en Europa y en Estados Unidos desconcierta a muchos analistas. Les resulta increíble que estos nacionalistas estén utilizando Internet, que se suponía la esencia misma de la apertura, el progresismo y la tolerancia, para promover una agenda que ensalza ideales opuestos. Sin embargo, lo cierto es que la extrema derecha a menudo ha abrazado con entusiasmo los avances tecnológicos y desde los inicios de Internet se percató de su gran utilidad.

Todo empezó con los futuristas italianos; unos protofascistas de principios del siglo XX. Soñaban con fulminar la historia y la tradición para poder avanzar hacia un futuro en el que primara la tecnología, la violencia y la masculinidad. Las armas, los automóviles y las radios eran la tecnología del momento, pero esas mismas dinámicas se dan con las tecnologías actuales.

Si nos remontamos a la década de los noventa del siglo pasado, antes de que tuviésemos acceso a Internet, el movimiento de nacionalistas blancos Stormfront ya se percató de que los ordenadores conectados a una red podían ayudar a promover su causa. Tal vez fue el primer movimiento político de Estados Unidos que puso en marcha un sistema de boletín electrónico (BBS), que en aquel momento era una mezcla entre un foro y un sitio web, y en los ochenta fue la principal vía de acceso a la red para los primeros internautas. En 1995 Stormfront ya había conseguido convertir su sistema de boletín electrónico en una página web.

Don Black, el exlíder del KKK, gestionaba esta página web y la describió con una expresión que ahora resulta muy familiar. Indicó que el objetivo de la web era “proporcionar un medio de comunicación alternativo” y crear una comunidad virtual para el fragmentado movimiento de nacionalistas blancos.

“Cread páginas web bonitas”

“¿Es el odio un fenómeno nuevo en Internet?”, preguntaba un sorprendido articulista en 1998. Desde entonces muchos se han hecho esa pregunta. La respuesta era y sigue siendo no. Stormfront es la regla, no la excepción. Durante los años 2000, el Partido Nacional Británico, de extrema derecha, fue el partido del país con la página web más activa y mejor diseñada. En 2013 se convirtió en el primer partido que incorporó juegos en su web. Por ejemplo, para fidelizar a los usuarios, daba premios a los que mencionaran determinadas palabras clave en sus posts.

En los años previos a los atentados de Noruega de 2011, el terrorista Anders Breivik escribió un manifestó de 1.516 páginas titulado 2083: Una Declaración de Independencia Europea. En él remarcaba su convencimiento de que los medios sociales, y en especial Facebook, facilitarían la lucha de los movimientos de resistencia blancos contra la multiculturalidad porque ofrecían nuevos medios para difundir la propaganda y unían a personas del mundo entero que pensaban de forma parecida. Incluso instó a todos los patriotas a “crear páginas web bonitas, un blog y un buen perfil de Facebook…para promover la organización”.

Esto es precisamente lo que todos los “patriotas”, moderados o radicales, han hecho. Si analizamos cualquier democracia de Occidente, lo cierto es que los movimientos más activos en Internet son precisamente los de extrema derecha. Cuelgan posts sin parar, crean nuevos grupos y se mandan mensajes con las aplicaciones de mensajería encriptada más novedosas.

No estoy insinuando que todos estos grupos tengan la misma moral. El Partido Nacional Británico no defiende que se cometan matanzas como la de Breivik.

La situación es la siguiente: los grupos radicales, especialmente aquellos de la extrema derecha que aborrecen la inclusión y les preocupa la diversidad, se sienten muy cómodos en plataformas cuyo objetivo es promover precisamente esos valores.

Según la doctora Maura Conway, experta de la Dublin City University, el año pasado se apreció un repunte de actividad en Internet por parte de la derecha radical. ¿Por qué no? Muchos de sus integrantes creen, como Trump, que Internet es una forma revolucionaria de acceder a la voz del pueblo; esa mítica “voluntad popular” que todos los tiranos fingen representar. Si Mussolini estuviera vivo, defendería con entusiasmo las redes sociales. Afirmaría que son una forma de esquivar a esos medios de comunicación deshonestos; una forma de alzarse por encima de la política tradicional de derechas o de izquierdas y de conectar con el hombre común.

Muerte del optimismo inicial

Este no era el objetivo inicial de la red. En la década de los noventa, cuando la red todavía no tenía las dimensiones actuales, los profetas digitales compartieron con nosotros su confianza en el hecho de que la información ilimitada y la conectividad total nos harían más sabios, menos intolerantes y más amables.

Harley Hahn, un influyente experto en tecnología de esa época, predijo en 1993 que íbamos a desarrollar “una cultura humana maravillosa que ya es nuestro patrimonio”.

Nicholas Negroponte, exdirector del ilustre MIT Media Lab, declaró en 1997 que Internet nos traería la paz mundial y el fin de los nacionalismos.

John Perry Barlow, autor de la “Declaración de Independencia del Ciberespacio” creyó que iban a florecer sociedades “justas, humanas y progresistas”, muy superiores a esos “gigantes exhaustos de carne y acero”. Todas estas hipótesis descansaban sobre la premisa incorrecta, presuntuosa y teórica de que más información y una mayor conectividad conllevan el fin de la intolerancia y los malentendidos. En realidad, nuestra intolerancia y los malentendidos no hacen más que crecer cuando Internet entra en contacto con nuestros instintos más básicos.

Todavía nos aferramos a esas hipótesis optimistas porque las nuevas tecnologías están impregnadas de un emocionante espíritu de progreso. Es por este motivo que la última vuelta de tuerca, los hechos alternativos, las noticias falsas, los tuits de Trump, la derecha alternativa y Breitbart, nos han pillado desprevenidos, cuando en realidad eran completamente previsibles.

Nada representa mejor esa mezcla previsible de subcultura de Internet y pensamiento de extrema derecha que la derecha alternativa, un movimiento poco definido que incluye a fundamentalistas de la libertad de expresión, los trols de Internet, misóginos y nacionalistas blancos.

Si bien solo representa una pequeña fracción de la extrema derecha de Estados Unidos, la influencia de la derecha alternativa ha sido superior a su tamaño.

Los nacionalistas blancos han proporcionado una contracultura digital subversiva a los chiflados del KKK y eso ha reforzado su causa.

El movimiento de la derecha alternativa es bastante etéreo y poco político, y por este motivo los grupos más radicales están llenando este vacío. Charlottesville es un buen ejemplo de ello. “¿Cuáles serán las consecuencias en el mundo real si estas personas salen de su mundo de fantasía en la red y experimentan de forma dañina con tácticas violentas del mundo real?”, se preguntaba Angela Nagle en un artículo que publicó recientemente. Es una excelente pregunta; una que se hacen todos los movimientos en la red.

Esta situación es una buena y una mala noticia para todos aquellos que están preocupados por la actual expansión de los movimientos políticos de extrema derecha. Ahora están envalentonados, pero tienen los mismos problemas que la mayoría de movimientos que dependen en gran medida de Internet: mala organización a largo plazo, una base de seguidores apática y errante y ausencia de liderazgo. Esta es la receta perfecta para las luchas internas; algo que ya está pasando. La facción más radical y la más moderada ya se están peleando. Según Nagle, Charlottesville, lejos de unir a la derecha, podría marcar el fin de una alianza imposible y caótica.

Sin embargo, no debemos olvidar que Internet es tan amigo de la derecha radical como lo es de los llamados progresistas. Aprovecharse de las nuevas tecnologías es la reacción natural de un movimiento que quiere acabar con el orden establecido. ¿Dónde mejor que Internet para construir una nueva utopía? Se aprovecharán de todas y cada una de las deslumbrantes y nuevas tecnologías que Silicon Valley invente.

Los recursos de la extrema derecha

Recientemente, ante la acusación de proporcionar una plataforma a los movimientos de extrema derecha, las redes sociales se han mostrado hostiles con estos grupos. Estos no han tardado en encontrar o inventarse otras alternativas. Algunas compañías de Internet han expulsado a ciertos usuarios, han cerrado algunas páginas o han bloqueado su acceso. Sin embargo, la historia parece indicar que Internet forma parte del ADN de la extrema derecha e irá superando todos los obstáculos.

Ya existe Gab, una red social para los miembros de la extrema derecha, que se creó como alternativa al “monopolio de izquierdas de las redes sociales”. La creó Andrew Torba, un exalumno de Y Combinator, una incubadora de startups de Silicon Valley.

La página web de crowfunding Patreon ha empezado a expulsar a los nacionalistas blancos, pero ahora ha surgido Hatreon, que se ha fundado como alternativa. Lo ha creado Cody Wilson, que se autodescribe como anarquista de Internet y que participó en un proyecto anónimo para el diseño de un monedero bitcoin y armas con impresoras 3D. También destaca WeSearchr, que ayudó al fundador del Daily Stormer, Andrew Anglin, a recaudar más de 150.000 dólares para un fondo de abogados que le ayudaron a defenderse del Centro Legal para la Pobreza Sureña [una ONG que defiende los derechos civiles]. Cuando el Daily Stormer fue eliminado del Clearnet, reapareció en el darknet (ahora se llama Punisher Stormer).

Y cuando empiezas a pensar que tal vez, tal vez, Internet se está convirtiendo en un lugar hostil para esos grupos, nuevas formas de reacción se transforman, evolucionan y empiezan a movilizarse en algún foro subversivo y oculto del que nunca has oído a hablar.

Traducido por Emma Reverter

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