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Podemos no ha sido nunca el motor de transformación del país

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Javier Pérez Royo

Podemos no ha dejado de ser el motor de transformación de este país, como decía Santiago Alba en la entrevista que se publicó ayer sábado en eldiario.es, porque no lo ha sido nunca. Pensar que lo era no le ha reportado ningún beneficio. Todo lo contrario. Ha inducido a la dirección a cometer errores que han situado al partido al borde de la disolución.

Es posible que la disolución se pueda evitar, pero ello exige reflexionar sobre lo que ha sido y sobre lo que no ha sido Podemos y, a partir de dicha reflexión, diseñar una estrategia realista acerca de las posibilidades y límites de un partido que pretende representar políticamente a la izquierda no socialista del país.

La “hazaña” de Podemos ha sido romper el techo de los 23 escaños del PCE-PSUC de la primera legislatura constitucional. Desde 1979 la izquierda no socialista no había conseguido superar ese listón. Ha sido Podemos con las confluencias quien lo superó con creces en 2015 y 2016 y lo ha vuelto a superar en 2019, aunque con un descenso significativo respecto a lo conseguido hace apenas tres años.

Los comunistas sabemos muy bien lo que eso significa y la enorme dificultad que Podemos ha tenido que superar. La admiración por lo realizado es enorme. Pero no se puede perder el sentido de la realidad. Podemos ha sido un paraguas que ha dado cobertura a múltiples opciones políticas condenadas cada una de ellas por sí sola a la marginalidad cuando no a la completa irrelevancia. No ha sido en ningún momento un partido político que pudiera ser portador de un proyecto de dirección del país. No tenía ni la consistencia interna ni la vis atractiva fuera de su círculo para convertirse en el Gobierno de la Nación. El Gobierno que ha sido capaz de formar Pedro Sánchez a partir de 84 escaños no lo hubiera podido formar Pablo Iglesias, aunque hubiera tenido esos escaños. Podemos no puede, todavía, proyectarse hacia el exterior como lo hace el PSOE. Podemos no cuenta con el número de profesionales solventes que están dispuestos a integrarse en un Gobierno del PSOE, que son los que garantizan el funcionamiento de manera efectiva de la maquinaria del Estado. Para conseguir esto hace falta tiempo. De la historia no se puede prescindir.

La dirección de Podemos tenía que hacer mucho trabajo a ras de tierra antes de poder proponerse “asaltar los cielos”. Se necesitaba tiempo para digerir los resultados electorales que se estaban obteniendo en todos los niveles de nuestra fórmula de gobierno, entendiendo y haciendo entender que el todo, el paraguas Podemos, sólo será fuerte, si también lo eran las partes, las confluencias, que se cobijaban bajo él. Es lo que ocurre en toda organización políticamente descentralizada. Salió bien en las elecciones municipales y autonómicas de 2015 y en las elecciones generales de 2015 y 2016, pero el vínculo entre el todo y las partes estaba cogido con alfileres. No se podía dar por supuesto que una opción política tan compleja estaba estabilizada. No se podía pensar que ya se era “partido de gobierno”. No existían las condiciones para que la sociedad lo reconociera como tal.

Lamentablemente, no solamente no se ha hecho lo que se tenía que hacer, sino que se ha deshecho lo que se había conseguido. Lo que el ciclo electoral que se abrió con las elecciones andaluzas de diciembre de 2018 y que ha continuado con las elecciones generales del 28-A y municipales, autonómicas y europeas del 26-M ha evidenciado es que tanto el centro como las periferias han perdido. No es verdad que el centro haya aguantado, como se está argumentando desde la dirección de Podemos. Los resultados de las elecciones generales han sido malos, no solo en sí mismos, sino porque en ellos estaba ya el germen de la catástrofe de las elecciones municipales y autonómicas. El argumento de que Pablo Iglesias ha aguantado y que han sido los líderes “territoriales” los que no lo han hecho, es un argumento falaz. Aquí no ha aguantado nadie, porque lo que se ha puesto en cuestión es el proyecto político que el paraguas Podemos representaba.

Si no se entiende así, la disolución será inevitable. Podemos tiene que reflexionar sobre cómo reconstituirse. Podemos no se va a salvar porque entre en un Gobierno de coalición con el PSOE, que no va a entrar, sino porque sea capaz de recomponer las complicidades personales y territoriales que se tejieron en su fase inicial de presentación en sociedad. Podemos tiene que seguir haciendo en política nacional lo que viene haciendo desde la moción de censura y poner orden en el interior. No puede gastar energías en entrar en el Gobierno, porque tiene que concentrar todas de las que dispone en evitar su disolución como proyecto político.

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