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Vivir es fácil con los ojos cerrados

Rosa Paz

Cuando éramos niños nuestros mayores nos decían que abriéramos bien los ojos, que miráramos bien por donde pisábamos, por donde íbamos, que vigiláramos lo que hacíamos. Pero en los últimos tiempos se está demostrando que, en contra de cómo pretendieron educarnos nuestros padres, y con el permiso del doblemente galardonado David Trueba, lo que es fácil, es vivir con los ojos cerrados. O, al menos, hacer como que los tienes cerrados, como que no te enteras de nada. Al parecer, lo bueno no es controlar tu vida, es dejarte llevar tontamente.

Véase, si no, lo de la Infanta Cristina, que siendo licenciada en Ciencias Políticas, habiendo cursado un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York, habiendo trabajado para la Unesco y para la Caixa, confiaba tanto en su marido, Iñaki Urdangarin, que nunca se preocupó de abrir los ojos y mirar de dónde venía el dinero con el que compraron el palacete de Pedralbes, lo decoraron o se fueron de viaje a lugares exóticos. Ni se ocupó de leer lo que contenían los papeles que le ponía a la firma el amor de su vida. Tan enamorada estaba, según su abogado defensor, Jesús Silva, que no se le ocurrió ni preguntar. Claro que del error de no leer lo que se firma nadie está libre, sino de qué tantas personas sensatas, pero incautas, habrían puesto su rubrica en los papeles que les pusieron delante empleados de entidades financieras -no San Valentín- y que les dejaron sin ahorros. Esas preferentes disfrazadas de depósitos a plazo.

Tres cuartos de lo mismo que le ocurrió a la infanta, le sucedió a la ministra de Sanidad, Ana Mato, también licenciada en Ciencias Políticas y dedicada desde hace décadas a la política activa como diputada y dirigente del PP. En este caso no parece que fuera porque confiara tanto en su marido, Jesús Sepúlveda, ya que acabó divorciándose. Sin embargo, no supo ver aquel Jaguar aparcado en el garaje de su casa, ni se le pasó por cabeza preguntar cómo pagaban las fiestas de cumpleaños y los banquetes de comunión de los niños, todo salteado con confeti a tutiplén.

También al Gobierno parece resultarle fácil vivir con los ojos cerrados. Así se puede hablar de grandes progresos en la recuperación económica y no ver el sufrimiento de los ciudadanos sin trabajo, sin subsidio, sin ayudas para los dependientes, sin becas de comedor, sin becas universitarias, en definitiva, sin esperanza, con los derechos laborales recortados y los derechos civiles amenazados. Reformas les llama el Gobierno a esos hachazos que han dado a las políticas que facilitaban la redistribución de la riqueza -ahora cada vez los ricos son más ricos y los demás más pobres-, que daban seguridad a los ciudadanos en la adversidad, cuando pierden el empleo o pierden la salud. Reformas exigidas desde la Unión Europea, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional, la señora Merkel, y que no sólo no han sacado de la crisis a los países del sur, Grecia, Portugal, España, Italia, sino que los han empobrecido hasta el punto de que se cifra en lustros, cuando no en décadas, cualquier esperanza de recuperación de los puestos de trabajo y de los niveles salariales. La posibilidad de que se recompongan unos ciertos mecanismos de solidaridad, de reparto de la riqueza, esa posibilidad no se contempla. Ni con los ojos abiertos.

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