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La lógica de la exclusión

Aznar y Casado en la Convención de rearme ideológico del PP

Javier Pérez Royo

Tengo la impresión de que Carles Puigdemont está siguiendo una estrategia similar a la que puso en práctica José María Aznar a partir de su segunda legislatura en el Gobierno, que denominaría la “lógica de la exclusión” y que consiste en expulsar paso a paso del terreno de juego a cualquier opción política que no se someta a la delimitación de dicho terreno de juego que él unilateralmente define como  “constitucional”.

Esta estrategia la puso en práctica José María Aznar para hacer frente a todo el nacionalismo vasco, al que acabó considerando contaminado por ETA. Se expresaría en la campaña a las elecciones vascas de 2001 con Jaime Mayor Oreja al frente de la operación, en la que se consiguió arrastrar al Partido Socialista Vasco bajo la dirección de Nicolás Redondo Terrero. Fue la primera vez en que se acuñó la expresión “partidos constitucionalistas”, con la finalidad de expulsar por falta de legitimidad cualquier opción que se enfrentara a ellos. No coincidir con la estrategia “constitucionalista” suponía implícitamente connivencia con quienes practicaban la violencia, en la medida en que se compartían los fines, aunque no se utilizaran directamente los medios violentos. Era la forma de poner fuera de juego al PNV y de aglutinar contra él al PSOE-PSV. La estrategia no llegó a conseguir plenamente su objetivo, pero tensionó la política en el País Vasco y, por extensión, en el resto del Estado de manera muy considerable.

Esa misma estrategia, corregida y aumentada, la ha puesto en práctica la derecha española –PP y Ciudadanos–, a la que se acaba de incorporar Vox, en su “cruzada” contra el nacionalismo catalán. La resurrección del “constitucionalismo” se ha producido con mucha más intensidad en Catalunya de la que tuvo en el País Vasco. La delimitación del espacio “constitucional” de manera unilateral por parte de la derecha, y la expulsión de dicho espacio de todo aquél que no acepta dicha delimitación sin separase un milímetro, ha conducido a expulsar al PSOE del terreno “constitucional” por haber aceptado que Pedro Sánchez pudiera alcanzar la presidencia del Gobierno con los votos “nacionalistas” en la moción de censura y esté intentando negociar con los partidos nacionalistas una posible salida a la crisis constitucional en que nos encontramos.

Carles Puigdemont está siguiendo una estrategia similar dentro del nacionalismo catalán; primero dentro de lo que podríamos denominar espacio político “convergente” y después en la relación con ERC. La intención de definir desde Waterloo el perímetro del espacio nacionalista y exigir que nadie pueda salirse del mismo cada vez se expresa con más intensidad. El recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional contra la decisión de la Mesa del Parlament que hemos conocido esta semana me parece que es la mejor prueba de hasta dónde está llegando dicha estrategia.

Creo que la “lógica de la exclusión” no va a imponerse en España, aunque nos va a hacer pasar momentos muy difíciles. Pero la versión del “nacionalismo español” que está detrás de dicha lógica no es mayoritario en el país y, por lo tanto, no puede imponerse establemente mientras la democracia continúe siendo la forma de organización política. Nos va a dar algún o algunos sustos, pero no creo que se imponga.

Pero donde dicha lógica no tiene posibilidad ninguna de imponerse es en Catalunya. Es una lógica suicida, de la que nadie va a obtener beneficio alguno, pero en la que todos van a salir perdiendo. Y cuando digo todos, no me refiero exclusivamente a las diversas expresiones del nacionalismo catalán, sino a todos los que, sin ser nacionalistas catalanes, consideramos que la calidad de la democracia en España depende en buena medida del autogobierno de Catalunya y de la participación activa del nacionalismo catalán en la gestión del sistema político español.

El nacionalismo catalán no es una isla. Forma parte de un todo mucho más amplio, al que influye y por el que se ve influido. Y él mismo es un espacio plural, en el que conviven diversas formas de expresión. Pretender apropiarse por vías soterradas y espurias de ese espacio por una de dichas formas de expresión, no sólo no es posible, sino que es contraproducente. Para todos.

Hay cosas que son como son y que, además, no pueden ser de otra manera. No reconocerlo así no solamente no conduce a ninguna parte, sino que comporta riesgos para una convivencia razonable en Catalunya y en España.

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