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Sobre este blog

Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

¿Pagarías por circular en coche por tu ciudad?

¿Es la lluvia? ¿Son los recortes? ¿O son demasiados coches tratando de entrar al mismo tiempo en la ciudad?

Pedro Bravo

El lunes fue un bonito día de otoño, ¿verdad? Quizás el primero de este año en Madrid. Viento fresco pero no helado, las hojas de los árboles haciendo trazos de amarillo en el horizonte al caer, el cielo gris esquina plateado, algo de lluvia para recordar que estamos ya metidos en octubre… y un atasco del carajo de la vela.

Qué pena que no estuviese Monet para pintarlo y qué bien que lo pintaron tan mal los titulares de los medios. “Atasco colosal en Madrid”, decía uno. “Los ciudadanos protestan por la falta de agentes en el gran atasco de Madrid”, decía el otro. Y hubo más, claro, pero todos vinieron a decir lo mismo: que la culpa fue de la lluvia, los accidentes y la escasez de señores de uniforme azul. Qué bien, digo, porque los periódicos esta vez sí estaban retratando el pensar de los atrapados en el tráfico.

Desde que Jaime Urrutia se dejó tupé, en Madrid tenemos claro que la culpa siempre es del chachachá. En el caso del tráfico, se la echamos a las carreteras, a los policías, al tiempo, al ayuntamiento, al gobierno y al sursum corda pero nunca a nosotros mismos ni a nuestras costumbres de movilidad (se ve que dentro de un coche no funciona eso de “el que primero lo huele debajo lo tiene”).

Quiero decir: hay tres hechos inopinables en ese sentir general de los atascados. El lunes llovió un poco en Madrid, hubo algunos accidentes y no abunda el personal de servicio público, hablemos de agentes de movilidad o de profesores de primaria. Pero, ¿son éstas las madres del cordero del atasco del lunes o de cualquier otro de otro día? ¿O son en realidad tres pequeños factores de la Naturaleza o las circunstancias, como se prefiera, que no deberían ocultar el fondo asunto en cuestión?

La respuesta está en la segunda pregunta. La madre del cordero es que el rebaño es demasiado grande y se comporta demasiado mal. El problema, el de Madrid y el de la mayoría de las ciudades, es que hay demasiados coches circulando cada día. Y que haya más agentes de movilidad o que no llueva no elimina el hecho principal. Y, además, es imposible de lograr. Sin embargo, lo otro, lo que no queremos ver ni siquiera en pleno atasco, sí se puede conseguir. Podemos hacer que haya menos coches por nuestras ciudades.

Por ejemplo, cobrando por circular por ellas. Hay muchas otras maneras pero en estos días me he topado con un debate sobre ésta capturado por TreeHugger; un debate que se está dando entre algunos que piensan sobre cómo mejorar ciertas ciudades estadounidenses y canadienses. En un artículo titulado, en inglés, ¿Por qué nuestras ciudades están tan atascadas? Son las calles gratuitas, estúpido se cuenta que son bastantes los que van llegando a la conclusión, en Seattle, en Toronto, en Nueva York, de que la existencia de tanto coche por medio de estos espacios comunes que damos en llamar ciudad es una absurdez de campeonato y que por eso no debería parecer tan absurdo cobrar por su paso.

El texto se anticipa previsibles argumentos defensivos de los afectados (que en realidad acabarían siendo beneficiados) y, ante eso de que los conductores ya han pagado con sus impuestos las calles, contesta diciendo que también han pagado los usuarios del transporte público por infraestructuras como metro, autobús y las mismas calles y que aún así pagan cada día de nuevo por usarlas. Sin rechistar demasiado, añado yo.

Y sigo añadiendo. Hay muchísimos argumentos más: los costes sociales del tráfico (contaminación, salud, accidentes), los costes a secas (¿cuánto dinero se perdió el lunes en mi ciudad por el atasco?), la lógica espacial (intentemos poner todos los coches de Madrid y alrededores entrando en la ciudad a la misma hora y veremos que no hay manera de hacerlo fluido), la madurez y la modernidad (las sociedades adultas están desechando el automóvil privado como forma diaria de transporte). Y también hay cada vez más experiencias en todo el mundo al respecto, desde los pagos por congestión de Londres, Estocolmo o Milán a los pico y placa (entradas permitidas según matrícula) colombianos. No todas, todo hay que decirlo, para celebrar.

Pero aquí no hay quien se atreva a mencionarlo. Ni siquiera una jornada como la del lunes, en la que la cosa se puso tan a huevo. ¿Y por qué no? Durante el pasado Día Sin Coches me llamó la atención un consejo que dieron en el parte de tráfico de una radio (patrocinado por una marca de coches, por cierto). La locutora aconsejó, ante el cierre por unas horas de la Gran Vía, usar la M30 como alternativa. O sea, que diariamente hay miles de coches que cruzan por el centro de Madrid para ir a otro lado y eso nos parece normal. Que Gran Vía o los bulevares o la Castellana son vías de paso, atajos para los que viven abajo y trabajan arriba y viceversa. O para los que van de lado a lado. O sea que la ciudad es un conjunto de carreteras y no de calles. Por eso, si son carreteras y no nos da la gana de renunciar a eso pero nos supone colapsos y costes varios, ¿por qué no pagar por ellas? ¿Y si por pasar en coche por Carranza tuviésemos que pagar un peaje como hacemos cuando vamos por la AP-6 hasta Segovia?

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Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.

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