Rebelión es compasión

El espíritu rebelde es una de las señales que indican que una sociedad está sana. Rebelarse es resistir, responder. Rebelarse, como apuntaba Albert Camus, es decir no y al mismo tiempo decir sí, poner límites para proteger algo que merece la pena ser cuidado. “¿Por qué rebelarse si no hay, en uno, nada permanente que preservar?”, escribió el autor francés en El hombre rebelde. 

Lo permanente a preservar puede ser algo muy importante para un grupo de gente o, como en el caso de las protestas contra la intervención del gobierno de Israel en Gaza y Palestina en general, algo fundamental para todos. Incluso para los que, en principio, no están de acuerdo con la rebelión. Lo que se defiende, en primer lugar, es la vida de los habitantes de la franja, niños y adultos. Pero también se protege lo que se considera un valor intrínseco a la condición humana: la dignidad.

Uno —yo mismo— puede pensar que los judíos tienen derecho a habitar en ese pedazo de tierra que, desde 1948, tiene el nombre oficial de Israel. También se puede creer que no está siendo fácil para ellos convivir todo este tiempo con el odio de los países de su entorno. Es posible considerar a Hamás una organización asesina y sentir que lo que ocurrió el 7 de octubre de 2023 fue una atrocidad. Incluso se puede estar de acuerdo en que Pedro Sánchez es un oportunista reincidente que, igual que Galactus se alimenta de planetas, se nutre de la radicalización de sus opositores. Pero cuesta muchísimo entender el apoyo incondicional a una operación militar que casi desde el principio sobrepasó hasta eso tan bíblico —pero tan alejado de la justicia internacional— del ojo por ojo.

Aunque cada vez más organismos internacionales, estados e instituciones están de acuerdo en que hay que calificarlo así, el debate sobre el término genocidio no es lo más importante ahora mismo. Se le puede llamar matanza, exterminio, masacre, aniquilación, carnicería. Se acertará en cualquiera de los casos. Porque lo importante es lo que está pasando y lo necesario es que deje de pasar.

Se habla de hacer un boicot y que ocurra como con Sudáfrica en la época del apartheid; que Israel, su gobierno y sus ciudadanos sientan rechazo y vergüenza y que la sangría cese. Es una buena idea, pero es demasiado tarde. El aislamiento de aquel país duró años y, con la velocidad que está imprimiendo Netanyahu en su infamia, no queda mucho para que Gaza sea un resort.

Hace falta algo más contundente y urgente. No sé qué puede ser, pero sí sé que, para lo que sea, se requiere que mucha gente aún se dé cuenta de la necesidad de preservar una dignidad que debería estar por encima de intereses profesionales y partidistas. Es una verdadera pena, y lo digo en serio, que la rebelión contra la masacre de Gaza en Madrid se haya interpuesto en los planes para este año de Unipublic y de los ciclistas participantes en la Vuelta, con todo el esfuerzo que lleva su preparación para la prueba. También es un fastidio que interrumpa las necesidades de polarización de un buen montón de políticos madrileños, españoles y del mundo. Pero está pasando y se necesita que muchas personas por todas partes consigan rebelarse incluso contra sus propias dinámicas e intereses. Hace falta que nos pongamos por una vez de acuerdo sólo en una cosa: compasión.