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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

El fuego ha arrasado este año en España el doble de monte que la media de la década

Fuego en Cervantes (Lugo), el pasado 16 de octubre

Raúl Rejón

Los incendios forestales quemaron en octubre pasado más monte que en toda la temporada de verano: en unos días, ardieron 69.109 hectáreas. 656 más que lo calcinado en junio, julio, agosto y septiembre juntos, según los datos del Ministerio de Medio Ambiente.

Tras las llamas, el balance. Después de cuatro días devastadores en Galicia, Asturias o el norte de León –que coparon la atención de todo el país y de fuera– todos esos incendios han hecho que, en lo que va de 2017, se haya destruido el doble que la media de la década. Las 174.788 hectáreas abrasadas a 31 de octubre ya colocan a este curso como el segundo peor de los últimos diez años. En esos treinta días se destruyó más superficie forestal que lo que ardió en prácticamente todo 2008, 2010, 2013, 2015 o 2016 respectivamente.

Un mes horribilis para bosques, prados y masas de matorral. Un mes en el que se registraron 30 grandes incendios forestales, aquellos que superan las 500 hectáreas de extensión. Hasta entonces se habían contado 22. Los grandes incendios forestales se han erigido en el nuevo paradigma destructor: siniestros de grandes proporciones, muy difíciles de controlar y que afectan a zonas periurbanas. Esas áreas intermedias  que han crecido, en parte, debido a la urbanización descontrolada en el monte, favorecen los inicios del fuego y provocan que los medios de extinción modifiquen sus órdenes de prioridad y ataquen primero las llamas que amenazan a construcciones. Más destrucción alrededor.

Ni rastro del “terrorismo incendiario”

Aunque la Xunta de Galicia y el Gobierno de Mariano Rajoy extendieron la idea de que existió una “acción coordinada” o un “terrorismo incendiario” para multiplicar los incendios, las razones para explicar la devastación de octubre han terminado por demostrarse diferentes.

De hecho, ni un atestado de la Guardia Civil o la Policía han respaldado estas teorías oficiales lanzadas por Alberto Núñez Feijoo o su jefe en el Partido Popular en plena avalancha de incendios. Las investigaciones han derivado en dos detenidos por quemar rastrojos y un tercer sospechoso con problemas mentales.

A pesar de que los datos explican que la gran mayoría de incendios forestales son provocados por la acción humana, es algo muy distinto que exista una mafia dedicada a causarlos de manera organizada. Las memorias de los fiscales de medio ambiente apuntan a negligencias, malas prácticas y, también, venganzas o fuegos intencionados. Con todo, la impunidad es bastante alta.

Sin embargo, la Organización Meteorológica Mundial sí conectó la propagación acelerada de las llamas a la cola de un huracán que llegó de manera extraordinaria a Europa. Los restos de Ofelia trajeron vientos rápidos y temperaturas elevadas a unas latitudes donde no se habían visto nunca estos fenómenos meteorológicos. Lo que sí se ha unido científicamente es el cambio climático con una actividad de huracanes especialmente virulenta y potente.

En el momento en el que empezaron a declararse toda esta serie de siniestros, la temporada estaba aún en curso. Se ha dado por terminada el 1 de octubre por la OMM. Finalmente ha sido declarada “extremadamente activa”. La mayor desde 2005 y la séptima desde 1851. Se han contado 17 tormentas con nombre de las que 10 se convirtieron en huracanes. Uno de ellos prolongó su acción tan al este que empujó los incendios de octubre en España y Portugal.

Nunca ha ardido tanto monte en España durante un mes de octubre en los últimos diez años. La media apenas supera las 5.000 hectáreas. Históricamente, se trata de una época del año húmeda y ya fresca. No esta vez. Con octubre ha llegado normalmente la relajación de los dispositivos especiales contra incendios. En Galicia, por ejemplo, caducan los contratos de más de 400 brigadistas.

Sin embargo, en 2017, octubre tuvo una temperatura media de 18,5ºC, según la Agencia Estatal de Meteorología (2,6 por encima de la media) y llovió solo un tercio de lo esperado, en la línea meteorológica de sequía y alta temperatura que ha caracterizado este curso. Menos precipitaciones y más calor, consecuencia en la península ibérica del cambio climático, que pueden estar alargando la época de máximo riesgo para los incendios.

Con todo, la devastación forestal no se circunscribió a Galicia. En Asturias se superaron con creces las 12.000 hectáreas arrasadas. Muchas de ellas derivadas de las quemas para eliminar monte bajo y dar espacio para la ganadería. Y allí, en la zona cantábrica, todavía queda por afrontar la campaña de incendios invernales que, año tras año, afecta al norte y que, hasta la Guardia Civil, ha ligado a la creación de pastos para la cabaña.

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