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Sacerdotes que abusan impunemente de menores

José María Calleja

Uno de los incontables jóvenes que sufrieron de menores abusos sexuales por parte de sacerdotes ha tenido la iniciativa de contárselos al papa Francisco.

Nunca sabremos cuántos de los niños y niñas que han sido víctimas de abusos por sacerdotes de los que se fiaban, que ejercían sobre ellos un dominio, que tenían una posición de superioridad, de edad y jerarquía, han dado el paso de contarlo pasados los años. Sabemos de algunos de los que sí lo han contado y todos ellos hacen un relato similar: eran niños, o adolescentes, estaban en una catequesis o en un seminario, en la parroquia, el cura que abusaba de ellos ejercía un poder, liderazgo, fascinación; en no pocos casos se había ganado la confianza de los padres y entraba en la casa familiar como si fuera la suya.

Las pocas víctimas que lo cuentan narran las torturas después de pasados los años, cuando se han liberado en parte de los miedos paralizantes que dejaron en silencio; lo hacen para que no vuelva a ocurrir –ese latiguillo que tanto se repite–, y porque les remuerde la conciencia saber que los abusadores impunes pueden seguir delinquiendo y partiendo la vida a niños y niñas de su edad, como antes se la partieron a ellos.

Esto ha pasado en Irlanda, en Estados Unidos, en Bélgica, en Alemania, en Francia… y en España. La joven víctima de Granada escribió primero a los jerarcas de la iglesia de su ciudad y a los de España, con el silencio ensordecedor como respuesta. Ante semejante actitud, se lanzó y le escribió al papa, que, en un golpe de marketing que es de agradecer, le ha llamado por teléfono y le ha pedido perdón.

Históricamente la iglesia ha ocultado a estos delincuentes, cuando no los ha entronizado, caso del mexicano Marcial Maciel, que aunaba en su biografía todo el catálogo de los horrores, hasta el abuso de sus propios hijos, nacidos cuando él era sacerdote; abusador de niños y niñas, saqueador de viudas a punto de testamento, cocainómano... Maciel era recibido por el anterior papa, Juan Pablo II, que le mostraba su cariño y le ponía como ejemplo para captar más y más legionarios de Cristo.

He tenido ocasión de entrevistar a algún antiguo legionario, también víctima, y su relato habla de una practica de abusos sexuales sistemática, concienzuda, organizada, devastadora desde luego para las víctimas y, lo peor, ¡impune durante años!

La denuncia de abusos afecta ahora a una decena de jóvenes granadinos, víctimas –algunas recientes– de una decena de curas granadinos. En Granada hoy ejerce de arzobispo Francisco Javier Martínez Fernández, sujeto al que hace tiempo que se ha renunciado a encontrar alguien que esté más a su derecha.

El tal Martínez editó el libro Cásate y sé sumisa, una especie de apología teórica de los caminos del maltrato a la mujer. El tal Martínez fue llevado al banquillo acusado de acoso moral a otro sacerdote, práctica por la que tuvo que pagar una multa de 3.750 euros. Respecto de los casos denunciados por el joven granadino no ha abierto la boca.

No hemos escuchado tampoco, ni creo que lo hagamos, ni una sola palabra de Reig Pla, el de Alcalá de Henares, que a tenor de cómo los describe parece manejar información precisa sobre los caminos que llevan a los menores a la homosexualidad. No creo que este arzobispo, que comparó el autobús de las mujeres que demandaban igualdad y ser dueñas de su cuerpo con el Holocausto, emplee no ya semejante munición para atacar a los sacerdotes que abusan de menores o adolescentes, siquiera unos perdigones de crítica.

Mientras todo esto se conoce, ¿cuántas personas víctimas de abusos, sufridos cuando eran niños o adolescentes, estarán no sólo actualizando su dolor, quizás también pensando en contarlo?

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