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Pedro Sánchez y Susana Díaz vuelven a jugarse el futuro del PSOE en las terceras elecciones generales juntos y divididos

Susana Díaz y Pedro Sánchez en la última visita del presidente del Gobierno a Sevilla.

Daniel Cela

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No se sabe si la trayectoria política de Pedro Sánchez forma parte de un plan milimétricamente pensado o si responde a impulsos imprevisibles del destino. Ningún socialista consultado, ni entre los más veteranos, ha encontrado una respuesta racional para explicar el insólito acontecimiento de este sábado en la capital andaluza: El viernes, Pedro Sánchez anunció la disolución de las Cortes y la convocatoria elecciones generales para el 28 de abril, y el sábado viajó a Sevilla para iniciar la precampaña electoral junto a Susana Díaz, su némesis en el PSOE. La historia regresa a la capital andaluza, donde los socialistas lo ganaron todo y lo perdieron todo.

Este último ciclo electoral -generales en abril, municipales, autonómicas y europeas en mayo- vuelve a empezar con la foto de los dos dirigentes socialistas que se han disputado a tumba abierta el liderazgo del partido. Las grietas aún están ahí. La precampaña arranca en Andalucía, un territorio clave para adivinar el futuro del país y del PSOE. Aquí se acaban de celebrar unas elecciones que proyectan una nueva realidad política al conjunto del España: el PSOE de Díaz ganó en las urnas, pero ha perdido el Gobierno donde llevaba instalado 36 años y medio. Éste fue el resultado de una carambola insólita: una derecha fragmentada en tres partidos -PP, Ciudadanos y Vox- que sumó más escaños que una izquierda desmovilizada.

Y esa es, también, la proyección que arrojan todas las encuestas para las generales del 28 de abril. Andalucía va a capitalizar la estrategia electoral de los candidatos: la carambola que ha permitido formar el primer Gobierno andaluz de PP y Ciudadanos, apoyado en el partido de extrema derecha de Santiago Abascal, será parte del relato de campaña de unos y otros. La izquierda lo usará como advertencia para reunificar a los suyos y movilizar a una aletargada base social progresista; y la derecha lo usará como acicate para extrapolar el modelo andaluz hasta la Moncloa. El futuro Gobierno de España no dependerá del partido que gane las elecciones del 28 de abril, sino de si suma más el bloque conservador o el progresista. Así ha ocurrido en Andalucía, con la salvedad de que ahora, como siempre, el factor que incline la balanza serán las fuerzas nacionalistas catalanas y vascas, más el enredo añadido del independentismo. 

Por mucho que se repelan mutuamente, a Pedro Sánchez y a Susana Díaz les une el partido y el alambicado calendario electoral que no cesa, y que les hace corresponsables de sus victorias y de sus derrotas. La ex presidenta que ayer hablaba del invicto PSOE andaluz como pieza clave para apuntalar a los socialistas en la Moncloa, hoy habla del derrotado PSOE andaluz como “acicate” para movilizar a la izquierda española y evitar que “el tripartito de derechas” se extienda al resto del país. 

Ahora Díaz y Sánchez vuelven a afrontar las terceras elecciones generales en tres años y cuatro meses, siempre con el madrileño como candidato. Siempre juntos por necesidad y mal avenidos. En diciembre de 2015, Sánchez perdió frente a Mariano Rajoy con un 22% del escrutinio (90 diputados en el Congreso, 20 menos de los que tenía). Díaz obtuvo un mejor resultado en Andalucía, donde el PSOE fue la fuerza más votada con el 29% del escrutinio (22 diputados). En junio de 2016, Sánchez volvió a perder frente a Rajoy, con un 22,63% de votos (85) diputados, y Díaz también fue desplazada en su territorio, un 31,24% del escrutinio (20 escaños). La rivalidad entre ambos hacía interpretar estos números, pésimos para el PSOE, en clave interna: ¿Qué liderazgo estaba más consolidado? ¿Quién era más fuerte, quién era mejor candidato?

Pánico entre los alcaldes

El nexo que les vuelve a juntar este sábado es la presentación de la candidatura a la reelección del alcalde de Sevilla, Juan Espadas, que sin quererlo (el acto lo organizó Ferraz y se lo comunicó al PSOE de Sevilla) se ha encontrado dentro del escenario más complicado posible. Ningún alcalde del PSOE quería compartir una campaña electoral con Pedro Sánchez y Susana Díaz, así se lo trasladaron destacados sanchistas andaluces al presidente del Gobierno para disuadirle del superdomingo de mayo: la coincidencia de las generales, municipales, autonómicas y europeas el próximo 26 de mayo. No querían que la agenda nacional (Cataluña, Venezuela...) eclipsara el debate electoral sobre sus calles y sus plazas, como ocurrió en las elecciones andaluzas del 2 de diciembre; y tampoco querían que el “divorcio tóxico” de Sánchez y Díaz relegara su propio protagonismo. “En las municipales se vota más a la persona que al partido, pensando más en la limpieza de las calles que en las siglas. Esto siempre ha sido así, y esta vez además los partidos no pasan un buen momento”, dice un veterano regidor sevillano.

Los secretarios provinciales del PSOE andaluz y algunos alcaldes consultados preferían las generales lejos de las municipales. La cita del 28 de abril -las generales un mes antes de las municipales- ha descolocado a todos. Unos creen que puede ayudar a que los alcaldes tengan un debate propio, una vez se rebaje la intensidad del pulso nacional en las generales. Pero la mayoría de dirigentes socialistas consultados han entrado en pánico con la nueva fecha: “El PSOE es un partido muy anímico. Si el 28 de abril perdemos, llegaremos a las municipales del 26 de mayo con el ánimo por los suelos”, dice una persona próxima a Susana Díaz.

Juan Espadas ha visto este sábado cómo su puesta de largo como candidato a la reelección mutaba en el primer gran acto de precampaña para las generales. El regidor hispalense, de natural templado, lo ha aceptado con resignación, enmarcando la visita del presidente en la “normalidad orgánica”. El secretario general del PSOE ya había iniciado la ruta de visitas a los alcaldables socialistas (Madrid, Valencia...). Ahora recala en Sevilla, talismán del socialismo y también de Sánchez y de Díaz en tiempos distintos e irreconciliables. La capital andaluza es, hoy por hoy, la ciudad más grande de España en manos del PSOE y la única donde gobiernan en solitario (algo que no les ocurría desde 1991, cuando fue alcalde Manuel del Valle).

Es una buena carta de presentación para el partido, incluso para Pedro Sánchez, pero en realidad se lo ha trabajado Espadas. El regidor sevillano, un desconocido de perfil gris hace cuatro años, se ha cultivado una imagen de alcalde transversal capaz de contentar a votantes de izquierda y de centro derecha, de reunirse con el tejido social más progresista de la ciudad y el más arraigado a las costumbres sevillanas. Todas las encuestas publicadas le dan ganador. Así que Espadas perfilaba una campaña centrada en su imagen personal, sin hacer ostentación de la marca PSOE (en horas bajas). Este sábado ha quedado fuera de foco, sepultado por la convocatoria de las elecciones generales y la escena siempre shakespeariana del reencuentro entre Sánchez y Díaz, siempre forzando una sonrisa etrusca.

Sevilla como talismán

Se dice que Sevilla es el corazón del socialismo español por muchas razones: es la provincia con más afiliados del país, la que más se moviliza en los mítines, la que más se sube a los autobuses que el partido fleta cuando es necesario exhibir músculo orgánico fuera de Andalucía. El primer presidente del Gobierno socialista tras la dictadura franquista y el que más años consecutivo ha gobernado fue el sevillano Felipe González. De Sevilla han salido dos presidentes del PSOE: Manuel Chaves y José Antonio Griñán, ex presidentes de la Junta de Andalucía. 

El 28 de enero de 2017, un Pedro Sánchez que había sido forzado a abandonar la secretaría general del PSOE por una rebelión interna de barones territoriales y dirigentes históricos del partidos encabezados por Susana Díaz regresó a Sevilla para anunciar su candidatura a las primarias para volver a liderar el partido. Se abrió una crisis interna sin precedentes en el PSOE, se habló de “bandos” dentro del partido, susanistas y sanchistas, socialistas escorados a la derecha y nuevos socialistas de la vieja izquierda.

El terremoto se saldó cuatro meses después con una ostentosa victoria de Pedro Sánchez y la primera muerte política de Susana Díaz (la segunda llegaría la noche electoral del 2 de diciembre de 2018). Un año año y medio después, el renacido líder socialista impulsaba una moción de censura y arrebataba la presidencia del Gobierno a Mariano Rajoy. Sánchez ha estado ocho meses en Moncloa, lo suficiente para plasmar una hoja de ruta de políticas progresistas en un proyecto de Presupuestos Generales que han sucumbido esta semana en el Congreso. El diálogo frustrado con los independentistas y el atolladero catalán ha terminado por acabar con el Gobierno de Sánchez, igual que contribuyó a tumbar el Gobierno andaluz de Díaz. Ahora afrontan el último ciclo electoral juntos en el que está en juego el futuro del PSOE.

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