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Madrid capital
Estamos en pleamar postelectoral; tendrá que bajar la marea para conclusiones algo más definitivas. Los pactos, las reflexiones y las decisiones sobre gobiernos de todos los cortes pero, sobre todo, del Estado, en el que van a influir los datos de este domingo, configurarán la urdimbre de un análisis más detallado de esta nueva etapa.
Pensaba haber titulado esta columna Barcelona capital, pero los resultados me han dejado con el molde. La victoria de ERC en la ciudad catalana la ha privado de convertirse en el centro político del Estado. Pero tampoco es que pueda considerarse que los resultados digan de manera pacifica que es la capital de la república catalana; en todo caso, un fiel reflejo de la complejidad de la sociedad catalana.
Pero Madrid es Madrid. Poco ha durado el Madrid Central, habrá que ir a la Casa de Campo el Día del Orgullo Gay; poco ha durado el nietismo, bien criado en los medios capitalinos; poco las músicas y líricas de la izquierda cuqui. Pasqual Maragall escribió hace muchos años que Madrid había renunciado a ser la capital de España para ser la capital de otras cosas. Así parece. No creo que, siendo la capital administrativa, aspire, y de hecho sea, capital de algo más. Madrid no lidera los cambios profundos que necesita el Estado; es más, es su freno. Madrid se ha ido o quedado, si quieren, en su ensimismamiento.
Es también la imagen de una izquierda festera y caminante por lo que sea, pero infantil y contagiosa. Los devaneos de la autodenominada verdadera izquierda, al salir de clase, han causado el único desastre reseñable (muy mediático) para una izquierda consolidándose en la moderación, con vocación de ser la respuesta moderada a los delirios y añoranzas del pasado, dispuesta a hacer frente al auge de las políticas más reaccionarias y ultras. Solo Cádiz, fiel a su estilo, a veces, resiste, como dijo su alcalde Kichi, nombre ya consolidado, a las bombas que tiran los fanfarrones.
El socialismo de Pedro Sánchez se consolida, la derecha de Pablo Casado se salva por Madrid, porque no hay sorpasso y porque no queda alternativa viva, véase la Galicia de Alberto Nuñez Feijóo. Albert Rivera sólo queda de muletero, con vocación de apuntalar o arriostrarse, si hiciera falta, con la extrema derecha de Vox. Sin fatiga ni vómitos. Podemos se ha quedado sin 15M y sin voz, a esta hora a la que aún no ha hablado Pablo Iglesias. A Iglesias se le ha quitado la cara de ministro aunque no sé si lo entenderá.
Esta noche se verán Pedro Sánchez y Emmanuel Macron. Sobre la mesa, construir Europa, hacer frente a la extrema derecha, a los eurófobos, construir nuevas mayorías en las instituciones de la UE, convencer a Angela Merkel. Y, cómo no, tratar de entender, o frenar, la deriva a contrapié de Albert Rivera y su disposición, no sólo a no hacer frente a la extrema derecha sino, incluso, a apoyarse en ella.
Los resultados en las elecciones europeas son los únicos que no precisan la bajamar. Ha ganado con holgura el PSOE. No solo. Además está en condiciones de liderar la socialdemocracia europea y aspirar a un protagonismo en Europa que, tal vez, se refleje en puestos relevantes en sus instituciones. El PP ha sido ampliamente derrotado, aunque los Populares europeos hayan vencido en una amalgama poco fiable. Ciudadanos y Podemos han dado su dimensión, ni más ni menos. Nada de alardes.
Punto y aparte para los independentistas catalanes. Han obtenido buenos resultados. En Catalunya, sin voto de fuera, Carles Puigdemont saca pecho. Con los votos de toda la circunscripción, única en las europeas, gana Ahora Repúblicas y Oriol Junqueras tendrá acta de eurodiputado. Otro problema para el saínete judicial del proces. ¿Contra quién va a ir ahora el juez Marchena?
La derecha clásica sobrevive, dispuesta a seguir buscando, si hace falta, la vuelta al pasado de la mano del neofranquismo. Rivera sigue sin sobrepasar a nadie; será ya un señor mayor en la próximas elecciones. Y Podemos, o se refunda o se acaba de fundir.