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¿Qué pasa con la policía?

Policías antidisturbios se enfrentan a taxistas galos y de otros países europeos que intentan bloquear el tráfico en hora punta en París (Francia) hoy, 26 de enero de 2016, durante una manifestación contra la plataforma Uber.

Santi Fernández Patón

11 de julio de 2023 20:07 h

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No hay palabras para describir lo que uno siente cuando ve el espeluznante vídeo en el que un agente de policía de la ciudad francesa de Nanterre mata de un disparo a bocajarro al joven Nahel, de tan solo 17 años. No nos pueden extrañar los disturbios que ha provocado, sobre todo cuando, en virtud de una polémica ley que facilita y legitima el uso de las armas de fuego por parte de los agentes franceses, se han elevado de forma notable las muertes por disparos de la policía. Ya sabemos, además, en qué entornos golpea más la violencia policial.

Si en Francia hay un problema evidente con la policía, en España no somos menos. Solo en estos últimos días, y con una simple lectura superficial, he recopilado una buena cantidad de noticias relacionada con la apabullante corrupción que infecta tanto a la policía española como a otros cuerpos de seguridad.

Ya en 2021, Asuntos Internos reconocía en un atestado que “Hay un grave problema de corrupción policial en la zona sur de España”. Lo hacía a raíz de la caída de Ojos de loco, un guardia civil de Tarifa que trabajaba, con otros más, para el narco.

La corrupción y colaboración con el narco ha llegado a tales extremos que en Mérida incluso se heredan los cargos, como en el caso de Javi el Canario, quien cuenta con 29 imputaciones como líder de una “organización criminal”. Ahí, en Mérida, no parece raro que desaparezca la cocaína custodiada por la propia policía. Lo que sí parece más raro, a ojos de un ingenuo como yo, es que se archive esa causa.

Claro que tampoco cabe asombrarse, cuando sabemos que en Alicante era el propio jefe de la Unidad de Droga y Crimen Organizado quien asesoraba al narco y le hacía de blanqueador. Tengo por ahí un libro antiguo de Escohotado en el que, a modo de apéndice, recoge unas cuantas páginas con titulares sobre policías implicados en el robo y tráfico de estupefacientes. Es decir, que esto viene de muy lejos. La sensación de impunidad en ciertos estamentos de la policía alcanza límites como para que el cabecilla del sindicato Jusapol no sea capaz de justificar en qué se ha gastado 13.000 euros con la tarjeta de crédito corporativa.

“Las fuerzas de seguridad nunca han evitado la delincuencia, pero ese es uno de los secretos mejor guardados desde sus orígenes”. Eso se lee ya desde la contraportada de Qué hace la policía y cómo vivir sin ella, el ensayo de Paul Rocher traducido ahora al castellano por la editorial Katakrak. A fin de cuentas, la policía no nació para garantizar la seguridad y el bienestar de la población, sino en todo caso para reprimirla. Hasta en pleno confinamiento teníamos a subinspectores de Ávila montándose fiestas salvajes.

No he visto, ahora que estamos en campaña, a ningún partido denunciar el gravísimo problema de credibilidad, violencia y corrupción de nuestra policía. Lo primero para reconocer un problema es nombrarlo, y si lo están esquivando, quizás se deba a que ningún gobierno pretende atajarlo. Después de todo, son las fuerzas de seguridad las que hacen el trabajo sucio en nuestras fronteras mientras nos tiramos de los pelos por lo que sucede en el Jónico y Grecia. Incluso se permiten chistes sobre apuñalar a menores extranjeros.

Esa cobardía gubernamental nos acaba por afectar a todas y todos. No en vano, en este país, viniendo de donde venimos, la policía provoca más temor que seguridad. Y quizás no sea justo del todo, pero mientras todas las semanas leamos un nuevo caso de arbitrariedad y corrupción policial, sabremos que los gobernantes hacen la vista gorda, y que, en definitiva, son cómplices.

Vuelvan a llamarme ingenuo, pero espero que antes del fin de la campaña algún partido hable a las claras de este problema.

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