El año empezó con unas campanadas mundiales: los seguidores de Trump asaltaron el Capitolio ante una vergonzosa y cómplice pasividad policial, provocando no sólo la muerte de cinco personas, sino una gran conmoción mundial. ¿Una sorpresa? Sólo muy relativa. El discurso incendiario de Trump ha alentado la violencia durante meses profundizando y radicalizando la división de la sociedad norteamericana.
El intento de golpe de Estado ha puesto de relieve la radicalización y extensión de la extrema derecha en todo el mundo; es patente la complicidad de los grupos de las derechas tradicionales con la nueva ultraderecha en EE.UU. y en otros lugares del planeta como España, en la que se ha instalado su discurso intolerante, antidemocrático y negacionista, además de sus prácticas de enfrentamiento social.
El asalto al Capitolio también ha puesto sobre la mesa la fragilidad de la democracia, que nada está asentado y que, como en El cuento de la criada, todo puede pasar. Sobre todo, allá donde los límites democráticos son tan evidentes tanto en cuanto a los procedimientos formales (un sistema electoral pensado para una sociedad agraria del siglo XVIII sigue vigente en plena era de la digitalización) como en cuanto a los valores profundos que la alimentan. En los EE.UU., la discriminación racial es un hecho que se expresa a través de la violencia policial contra las minorías y la existencia de bolsas de millones de personas en situación de extrema pobreza sin apoyo ni cobertura del Estado, entre otras muchas injusticias y desigualdades insostenibles.
Empezamos pues 2021 con una parcial derrota de la ultraderecha ‘trumpiana’ fascista, pero no olvidemos que esa extrema derecha con diferentes caretas sigue gobernando también en países como Turquía, Israel, Polonia, Hungría o Brasil, por poner unos ejemplos que nos son cercanos.
El ascenso de estas organizaciones y la creciente influencia de su discurso en todo el mundo, también en España, es una de las principales amenazas para los derechos humanos que deberíamos tener en cuenta para este año 2021.
No olvidemos que allí donde gobiernan -o tienen suficiente peso para arrastrar a las derechas tradicionales y condicionar las políticas que se desarrollan- se están produciendo importantes retrocesos democráticos y de derechos humanos.
Hungría y Polonia
Es el caso de Hungría, liderada desde 2010 por la extrema derecha de Viktor Orbán, que avanza cada vez más hacia un Estado autoritario, en el que la independencia judicial se diluye, se concentra el poder y se practica una política alimentada por un discurso racista y xenófobo contra las minorías. De forma semejante en Polonia se revalidó la presidencia Andrzej Duda al frente de su partido Ley y Justicia (PiS), que desde 2015 está socavando aceleradamente los fundamentos del Estado de derecho. La principal oposición ha estado en la calle de la mano del movimiento feminista - aglutinado en Strajk Kobiet (Huelga de Mujeres)- que se ha movilizado masivamente contra el PiS y la Iglesia Católica por sus intentos de limitar el derecho al aborto.
Israel y Oriente Medio
La extrema derecha sionista en Israel perpetúa y profundiza la opresión de un pueblo, el palestino. Para 2021 es preciso romper la losa de silencio sobre el lento genocidio del pueblo palestino. La realidad que se vive en los territorios ocupados es cada vez más terrible e inhumana en todos los sentidos, agravada por la pandemia de la COVID-19. El ocultamiento y la complicidad de la comunidad internacional es directamente criminal.
Israel es uno de los actores clave en los conflictos y las alertas que provoca la existencia de un inestable y permanente polvorín en Oriente Medio. El enfrentamiento regional Irán y Arabia Saudí, apoyada por EE.UU. e Israel, con incidentes recurrentes y cuyas consecuencias pueden desatar en cualquier momento otra guerra más cuyas proporciones y consecuencias serían devastadoras. La guerra silenciada en Yemen, alentada también por EE.UU. y Arabia Saudí, está provocando una tremenda y continua catástrofe humanitaria sobre la que poco o nada se dice. Al igual que la situación en Siria, que sigue siendo muy inestable y en la que se siguen violando los derechos humanos de forma grave. Derechos humanos que son vulnerados y violentados en Irán, estando además institucionalizados y convertidos en leyes propiamente medievales en Arabia Saudí, uno de los países con mayor impunidad en sus acciones debido a sus reservas petrolíferas y su papel estratégico en el tablero de la guerra y la geopolítica occidental.
No podemos dejar de lado las ignoradas agresiones del gobierno turco al pueblo del Kurdistán que reflejan a un país con cada vez mayor deriva autoritaria, pero que goza asimismo de la tolerancia que le proporciona su poder militar, su papel estratégico y el control migratorio hacia Europa.
En 2020 se ha cumplido el tercer año de exilio de la población refugiada Rohingya en Bangladesh tras su huida por las persecuciones y asesinatos masivos en Myanmar en 2017. Sin posibilidades para volver, ahora afrontan el proyecto del Gobierno de Bangladesh de reasentarlos en la remota y deshabitada isla Bhasan Char, azotada con frecuencia por graves inclemencias climatológicas y que surgió del mar apenas hace 20 años, claramente inviable para convertirse en una alternativa mínimamente digna.
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