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Gracias Tibi ago, Antoni
- Nadie se atreverá a celebrar su marcha, muy al contrario, todo el mundo querrá empatizar con una mayoría que ve en Antonio al mejor orador del Parlamento andaluz, al de mayor altura de miras
Antonio Maíllo ha dimitido. Se va de la política tal y como llegó: sin hacer ruido.
Así fue en 2013, cuando su nombre ya circulaba entre los corrillos de periodistas como el nuevo coordinador y se mantuvo detrás, callado, disciplinado, hasta que la Asamblea de IU le dio el atril y pudo tomar la palabra. Así ha sido ahora, de nuevo sin ruido, solo cierto eco en los corrillos de periodistas que dicen desde hace semanas que Antonio está cansado y que quiere irse. Pero la prensa andaluza, como Antonio con su organización, también ha sido profundamente respetuosa con él y ningún periodista se ha tirado al agua para anunciar su más que evidente marcha.
A Antonio le sacó del armario –también en términos políticos– Lourdes Lucio en mayo de 2013, apenas un mes antes de ser elegido. En un artículo titulado El hombre que sabe latín, Lucio ya dio en el clavo: “Antonio Maíllo no es un hombre de aparato”. Y acertó: ni lo era, ni lo es seis años después.
Porque Antonio Maíllo ama profundamente la Política en su acepción más noble, pero detesta, con la misma intensidad, las luchas internas de las organizaciones políticas. Si ha aguantado seis años es porque se ha visto a sí mismo capaz de contribuir a que IU sea hoy mejor. Llegó como un hombre del Renacimiento trayendo al presente las virtudes clásicas del ser humano en la política: la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza. Se va parafraseando a Hobbes en la intimidad: Homo homini lupus (las organizaciones políticas –cuando sólo son estructuras de poder– sacan lo peor del ser humano).
Antonio ha estado al frente de IU durante seis años profundamente duros en términos políticos y profundamente difíciles en términos organizativos. Y no sólo porque el mapa político de España ha implosionado. Cuando Antonio se sentó por primera vez en el sillón del coordinador y vio el estado de las cuentas de IU, se echó a temblar pero no salió corriendo. ¿Se puede hacer así política? Pero él vio ahí la primera contribución que iba a hacer al común e inició una etapa de sobriedad financiera, por otro lado, acorde con la forma de ser de un cordobés de la subbética, hijo de un lucentino talabartero, por mucho que haya estudiado en Sevilla y hecho vida en Sanlúcar y Aracena.
Maíllo hoy se despide dejando saldada más de la mitad de la deuda que heredó y haciendo pedagogía de ello. Se va y deja una nueva cultura en la organización en la que las finanzas, la buena gestión de los recursos comunes, también son motivo de debate democrático.
Antonio es un tipo de carácter fuerte pero no todo el mundo lo vio así al principio y los hubo que a su llegada le intentaron tutorizar. Algún dirigente destacado le llegó a decir, en sus primeros días, que la voz de IU residía en el anterior coordinador y no en él, e intentaron impedirle que su renovada e incipiente dirección tomara las riendas en un momento de auténtica catarsis política: aquel famoso conflicto de la Corrala La Utopía, donde la ‘ética de la convicción’ se impuso al tacticismo de quienes pretendían mantenerse en el poder de la Junta a cualquier precio.
‘La ética de la convicción’ y sus cientos de visitas a las asambleas de IU llamando a la “audacia” le llevaron a hacerse con el cariño de una militancia con la que siempre ha tejido una alianza que le ha mantenido estable, apuntalado e incuestionado, sin opción alguna a que alguien siquiera pensase en moverle la silla.
Un cariño arraigado que se ha ganado a pulso, hablando con cada militante que se ha encontrado en los pueblos, escuchando, haciendo decenas de miles de kilómetros en su coche. Antonio les conoce a todos y por todos se interesa. Les pregunta por su salud, por sus trabajos, por sus estudios, por sus padres. De ahí un afecto que ha trascendido las propias paredes de la organización.
Nadie se atreverá a celebrar su marcha, muy al contrario, todo el mundo querrá empatizar con una mayoría que ve en Antonio al mejor orador del Parlamento andaluz, al de mayor altura de miras. A quien es capaz de ganar un debate sin subir la voz, sólo con el buen uso de un verbo fino y afilado, lleno de referencias literarias, refrán popular y discurso de clase sin folclore.
Su marcha debilita la muy raquítica talla política de Andalucía. Si el nivel medio lleva años bajando considerablemente, su ausencia reduce aún más la marca de la cámara andaluza. Por eso cuando no estuvo se le echó de menos. Nadie podrá olvidar la calurosa bienvenida que dedicaron propios y ajenos, amigos y adversarios, cuando volvió de enfrentarse a una gastrectomía que le salvó la vida, ni cómo convirtió su lucha contra el cáncer en una reivindicación política para la defensa de la sanidad pública andaluza.
El cáncer es un antes y un después en la vida de cualquier persona y en su caso, no sólo por la cantidad de sesiones de quimioterapia que vinieron y que le mantuvieron débil durante meses, sino que fue un punto de inflexión a partir del cual siempre tuvo presente la vulnerabilidad humana, tan necesaria como ausente en la política. “Hoy es siempre todavía”, repitió una y otra vez para llenar de esperanza sus ideas para una Andalucía mejor.
Las elecciones generales de 2015 se las perdió hospitalizado en el Virgen del Rocío. Pero se repitieron meses después y, cuando todos pensábamos que daría un paso al lado, se puso un sombrero de ala ancha para cubrirse del poco recomendable sol de junio de 2016 y se echó a la campaña electoral de la mano de Teresa Rodríguez, inaugurando un tándem netamente andaluz que tenía como fin llenar de amor sincero la fría e incipiente confluencia de Podemos e IU pactada en Madrid.
Con una mano cogió a Teresa y con otra mano a la militancia de IU Andalucía; y con ellos –no sin pensárselo mucho– decidió acudir nuevamente a la asamblea andaluza que le reeligió líder en 2017 con mayor apoyo que en 2013. Allí se comprometió con los suyos a no repetir los errores de Unidos Podemos. En Andalucía, decía, se iba a conformar una confluencia que no dejara a nadie atrás, que no situase a una organización por encima de otra; y a eso se dedicó durante casi dos años.
Fuera cual fuera el resultado de ciclo electoral, la decisión estaba tomada antes de que empezara todo. La única razón por la que se hubiera quedado es porque Alberto Garzón se lo hubiera pedido. Pero no lo ha hecho, porque como Antonio, Alberto es una persona noble y entiende perfectamente que estos niveles de estrés son incompatibles con una vida sana. El cierre del ciclo, dijo, no sería hasta la constitución de los nuevos ayuntamientos. Eso fue el pasado sábado 15 y esa era la fecha marcada en rojo.
Por eso, como las proporciones en el arte clásico, como quien persigue la simetría, ayer domingo 16 de junio por la tarde, cuando comunicó a su Partido (al Partido Comunista) que la tarea que se le había encomendado había concluido, justo hacía seis años desde que un domingo 16 de junio por la tarde, en un hotel de Bormujos, un desconocido militante acabara de ser nombrado coordinador general de IU en Andalucía.
Ni uno de los capítulos que aparecen aquí –y casi ninguno de los que no aparecen– me he perdido. En todos he estado detrás de Antonio, en su retaguardia, siempre intentando hacerle la tarea lo más fácil posible; por eso comparto su sensación de cansancio; y por eso, con su marcha, también yo cierro un ciclo. Han sido seis años de muchísima intensidad en la que he ejercido con él como jefe de prensa, alumno, hijo, hermano, amigo, según el momento, según las necesidades de cada cual. Por tantas cosas, por tantos momentos, por tanto aprendido… gratias tibi ago, Antoni.
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