¿Es simplemente pobreza la pobreza energética?
La respuesta corta es que no, en absoluto. La pobreza energética no es simplemente pobreza. De hecho, cuando en los países desarrollados hablamos de pobrezas, en plural, estamos tratando de visibilizar cómo nos encontramos conviviendo con determinadas carencias materiales respecto a bienes que ya nos parecen absolutamente básicos e irrenunciables, dentro de un contexto en el que -según nos habían dicho- la pobreza total, esa pobreza con mayúsculas y en singular, se encontraba totalmente superada.
Por eso, hablar de pobrezas en plural, y en concreto hablar de pobreza energética, no es solamente referirse a pasar mucho frío o mucho calor, o no tener condiciones adecuadas para el estudio, o para lavar la ropa… sino hablar de la dignidad de las personas y de cómo esto afecta a la cohesión social.
Y por eso es tan triste -aunque sea tan habitual- leer las palabras Andalucía y desigualdad en un mismo titular. La pobreza habitacional se extiende por Andalucía debido a las presiones de un urbanismo especulador y un turismo salvaje. Asistimos a diario a lanzamientos de personas vulnerables de viviendas en propiedad de bancos, o inquilinos de renta antigua. Y lo normalizamos mientras intentamos seguir creyendo que la pobreza total, en mayúsculas, se encuentra superada en nuestro país.
No es casualidad que Andalucía sea la 4ª comunidad con mayor gasto energético por hogar.
La brecha de acceso a los recursos básicos tiene una relación directa con la calidad de nuestras viviendas, con la forma en que se encuentran acondicionadas climáticamente. Muchas pobrezas hacen pobreza en mayúscula. Calentar una vivienda antigua, con cierres deficientes, con electrodomésticos poco eficientes, es obviamente más caro. ¿Y quiénes tienen las viviendas peor acondicionadas? Los que tienen menos recursos económicos, que tendrán que gastar mucho más para calentarlas y enfriarlas. Como dice mi madre: lo barato sale caro. Lo que pasa es que mucha gente solo puede permitirse lo barato y eso significa pagarlo caro.
No es casualidad que Andalucía sea la cuarta comunidad del Estado con mayor gasto energético por hogar. Tampoco es casualidad que, en las viviendas de familias en situación de desempleo, de personas mayores solas de más de 65 años, o de inquilinos de viviendas de renta antigua, ocupen un índice altísimo de esas viviendas con gasto energético desproporcionado. La vivienda de mala calidad nos empobrece. Por eso, deberíamos tener un debate acerca del reacondicionamiento de viviendas. Son muchas las posibilidades que tiene la Junta de Andalucía para llevar a cabo un plan para la rehabilitación de viviendas que permita que las familias con rentas más bajas mejoren su situación habitacional. Este plan generaría empleo atacando a una de las pobrezas cuyas consecuencias se traducen en una grave pérdida de recursos justamente para aquellos que menos tienen. Necesitamos dedicar todos nuestros recursos a mitigar los efectos que la crisis climática tendrá sobre la desigualdad y, por ende, sobre la cohesión social de nuestra tierra. Por eso es tan importante limitar el gasto energético en los hogares mediante un plan de rehabilitación y reacondicionamiento de viviendas que nos permita estar preparados. No podemos continuar con el actual gasto energético: la disminución de la demanda es urgente.
Es urgente democratizar el acceso a la energía, apoyar las iniciativas de cooperativas de consumo y producción energéticas (como es el caso de la andaluza Candela), o agilizar trámites para el autoconsumo. Estas son medidas concretas, que junto a un plan de rehabilitación de viviendas ayudarían a Andalucía a afrontar una transición ecológica más justa. Una tierra donde no sea necesario elegir entre pagar facturas de luz o gas o comer, donde la brecha de la desigualdad se cierre un poquito más.
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