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Es hora de espantar las golondrinas: releer a Bécquer 150 años después

Retrato del poeta Gustavo Adolfo Bécquer.

Alejandro Luque

Sevilla —

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Lo dijo hace ya muchos años Rafael Montesinos, uno de los grandes divulgadores de la obra becqueriana: “A Bécquer habría que quitarle un montón de golondrinas que se le han posado en todo lo alto”. La celebración este año del 150 aniversario de la muerte del autor de las Rimas y leyendas se presenta como una ocasión tan buena como cualquier otra para releer su obra y, tal vez, despojarlo de una vez por todas de sus sambenitos de poeta sensiblero y empalagoso.

Para el profesor Rafael Roblas, fiel seguidor de Montesinos, “afortunadamente, 150 años después de su muerte, muchas de esas golondrinas ya han volado, despejando la obra y dejándola diáfana y en todo su esplendor, muy lejos de tópicos melifluos”, comenta.

“No obstante, hay que seguir insistiendo: Bécquer es no sólo uno de los puntales de la lírica española junto a San Juan, Garcilaso y Lorca, sino también el autor que inaugura la poesía moderna”, agrega Roblas. “Sin él, las voces de los dos Machados, de Juan Ramón o de gran parte del 27 sonarían de manera diferente. Sin su herencia, no me cabe ninguna duda de que incluso la poesía más rabiosamente contemporánea sería otra. Por eso, no sólo por un aniversario, Bécquer es un personaje de actualidad. Y su poesía sale al encuentro de sus lectores más viva que nunca, ya sin tanto lastre de tantas golondrinas tópicas a su alrededor”.

Borracho, mujeriego, derrochador

Más tajante si cabe se muestra Javier Salvago, a quien el llorado Fernando Ortiz señaló como el último eslabón de la llamada Estirpe de Bécquer.  “A Bécquer se le ha leído fatal, se le ha recitado peor todavía y se ha dado una imagen de él que muy poco tiene que ver con el personaje real”, asevera. “Sus amigos se encargaron de endulzar su biografía y sus rapsodas de almibarar su poesía, una poesía mucho más dura de lo que en sus bocas sonaba y suena. Porque hay rimas de Bécquer –la mayoría, si se leen tal como están escritas, sin añadirle sentimentalismo– de una dureza muy seria”.

“Bécquer”, prosigue el autor de Variaciones y reincidencias, no era ese angelito, ese espíritu etéreo y puro que se nos ha vendido o que hemos querido comprar.  Fue un poeta tocado por la gracia, con la grandeza de expresar como nadie las profundidades del alma humana con una sencillez admirable, pero también fue un hombre con todas sus miserias, como cualquiera. Un tipo borracho, mujeriego, sifilítico, derrochador cuando podía permitírselo, lleno de complejos y obsesiones aristocráticas, reaccionario, oportunista, protegido del ministro de Gobernación González Bravo que lo nombró censor de novelas con un sueldo de quinientas pesetas mensuales –o sea, que no siempre fue un pobrecito-, cornudo (Casta Esteban, su mujer, parece ser que lo engañaba con un notario de Noviercas, según algunos, o con un rufián apodado ”El Rubio·, según otras versiones), cronista de sociedad, señorito andaluz con pretensiones, orgulloso, estirado y hasta antipático“.  

“Pensemos en un solo detalle, Los Borbones en pelota, el libelo satírico-pornográfico, atribuido con bastante fundamento a los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, para entender que ‘el ángel de la verdadera poesía’, como lo llamó Antonio Machado, humanamente de angelical tenía más bien poco. A Bécquer hay que leerlo sin blanduras, como se lee a Rimbaud, a Verlaine o al Manuel Machado de El mal poema”, concluye Salvago.

'Llevadme con vosotras'

Más joven pero con un considerable palmarés a sus espaldas, el también sevillano Carlos Vaquerizo concuerda con esta idea: “El público de a pie, el lector superficial, ha interiorizado una poesía becqueriana coloquial, directa, sencilla, que a veces raya lo sensiblero o sentimentaloide. Ese Bécquer al que aludía, por ejemplo, Rafael de León en su copla La niña de la estación (que magistralmente interpretó Concha Piquer) y que equiparaba al prescindible Ramón de Campoamor. Así, alcanzaron gran éxito, que aún perdura, sus rimas más accesibles a un lector poco ducho en escudriñar lecturas más proteicas, con más matices, con más implicaturas”.

“Por tanto”, apostilla, “reivindico la necesidad de difundir y defender las virtudes líricas del Bécquer que reflexiona sobre la creación y el acto poético, que conoce ‘un himno gigante y extraño’ que agita y conmociona a todos los seres; al Bécquer que expresa arrebatadoramente su desesperación e implora a las olas ‘llevadme con vosotras’; al Bécquer que ansía conocer los misterios del mundo y profesa como un sacerdocio, abnegadamente, una devoción visceral al proceso creativo. Afortunadamente, a este Bécquer menos conocido podemos encontrarlo magistralmente redivivo en los versos de poetas tan importantes como Cernuda, en Donde habite el olvido, o Rafael Montesinos, por ejemplo”.

Por su parte, Victoria León, último premio Hermanos Machado con Secreta luz, define a Bécquer como “uno de los grandes, sin duda, sin el que la tradición poética hispánica a ambos lados del Atlántico no habría sido la misma, por su enorme influencia en tantos otros poetas fundamentales a su vez... Quizá una popularidad que ha puesto más énfasis en lo sentimental que en lo intelectual y que ha dado una imagen falsamente edulcorada del autor le haya perjudicado en ciertos ámbitos y frente a ciertos prejuicios”.

Más allá del lamento

“Yo creo que la poesía clásica se alimenta también de la magia del propio anacronismo que somos cuando nos sumergimos en ella”, explica la sevillana. “Desde ese punto de vista, a mí me parece un poeta mucho más moderno que Bukowski, por poner un ejemplo. Sigue hablándonos por momentos desde algún misterioso lugar que siempre es contemporáneo”.

Francisco José Cruz, poeta y editor de la revista Palimpsesto, recuerda por último con cierto rubor que, siendo alumno de BUP, redactó un trabajo titulado Propósito de desterrar a Bécquer del Parnaso, “imbuido como estaba hasta las trancas de la poesía surrealista”, se disculpa. “Naturalmente, hace ya muchos años que considero a Bécquer uno de esos poetas nutricios de nuestra lengua, estemos o no cerca de él en un momento determinado. Maestro del hipérbaton, del equilibrio estrófico y de la rima asonantada, su elegancia, su sencillez y su sobriedad expresivas son para mí lecciones imperecederas que mis versos procuran no olvidar nunca”.

Y sin embargo, como sucede con esos poetas que trascienden su condición minoritaria para ser leídos incluso por quienes no leen poesía, “su compleja figura ha sido a veces simplificada, identificándose con el poeta desgraciado o de sentimientos banales. Los mejores poemas de Bécquer van mucho más allá del lamento amoroso hasta tocar el dolor, la incertidumbre, la fantasmagoría y el misterio de todo con una delicadeza irrepetible”, concluye Cruz. 

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