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Abuelos y nietos, los reencuentros más esperados en la primera fase: “Estaban nerviosos perdidos. Y nosotros también”

Nati, Loren, Leo y Martín | Jorge García

Néstor Cenizo

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Este lunes fue un día especial en casa de Martín y Leo en Las Matas (Madrid). A la hora del paseo su padre les dio la noticia que había evitado durante el domingo, por miedo a que algo se torciera: los abuelos vendrían de visita. Los críos, de cinco y tres años, pasaron el resto de la mañana ajenos a cualquier noción del tiempo. “No han parado: '¿Cuándo vienen?, ¿cuándo vienen?, ¿ya? ¿ya?'”, explica Jorge García, el padre. El reencuentro ha puesto fin a más de dos meses de distancia obligada y una mañana de nervios. “Ha sido muy emocionante. Estaban nerviositos perdidos. Y nosotros también”, relata por teléfono Loren, el abuelo.

Es la tónica de los reencuentros: niños nerviosos por volver a ver a sus abuelos, una figura familiar cuyo rol de cuidadores se ha reforzado en las últimas décadas; y abuelos también inquietos, después de semanas que han vivido con angustia. “Los abuelos tenían mucho miedo. Les ha podido incluso para ver a los nietos, que es posiblemente lo que más les preocupe. Han entendido que la relación necesitaba un standbye”, explica Jerónimo González-Bernal, director del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad de Burgos y autor de varias publicaciones sobre la materia.

El temor no ha aguado el reencuentro, pero obligará a tomar precauciones. Cuenta Loren García que sus nietos se han lanzado a abrazarle, hasta que él ha puesto el codo a modo de saludo. Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, recomendó el pasado 30 de abril que los niños no abrazaran “por el momento” a sus abuelos. “La sensación de no poder besarse o abrazarse en condiciones ha sido rara, así que hemos tenido que hacer del codazo una aventura divertida”, cuenta Jorge, el padre de los críos.

“Los niños se adaptan rápido; los abuelos lo pasan peor”

Escenas como las de Leo y Martín y sus abuelos Loren y Nati se han repetido en las últimas semanas, a medida que los distintos territorios iban pasando a la fase 1, en la que se permiten los reencuentros familiares de hasta diez personas.

Chelo Álvarez vio a sus cinco nietos la semana pasada. Vive sola en Málaga y ha pasado estos dos meses “con muchísima pena”, aunque disimulara. Cuando se permitieron los paseos con niños pudo ver a dos de ellos, pero desde un sexto a la calle la única comunicación posible es por gestos. Así que Chelo cuenta que la primera reacción al verse frente a frente fue de parálisis, antes de que el pequeño se le echase encima.

Su caso demuestra también que sobrellevar esta lejanía forzosa ha sido más duro para los abuelos. “Nos preocupamos mucho de los niños, pero tienen una gran capacidad de adaptación. Como están con el papá y la mamá, que es lo que quieren, se acostumbran”, explica Carme Triadó, catedrática emérita de psicología evolutiva de la Universidad de Barcelona y una de las grandes especialistas en relaciones intergeneracionales. “Los abuelos lo pasan peor. Sobre todo, los primerizos. Están acostumbrados a atenderlos, cuidarlos, verlos, a estar con ellos”.

Para los mayores, los niños aportan “ocupación, sentido de utilidad y alegría”, explica González-Bernal. Es un rol en el que se eximen de la responsabilidad de educar, “aunque estén educando sin saberlo”. De los abuelos, los niños y niñas reciben valores, conocimientos e, incluso, un conocimiento de la historia familiar que no van a encontrar en otro sitio. También son una fuente de autoestima. “La figura del abuelo consentidor facilita al niño ser querido por ser quien es y no por lo que hace. Los padres ponen límites, y parece que quieren al niño solo cuando se porta bien. Eso el niño no lo sabe interpretar”, explica el profesor.

Las videollamadas como sustitutivo

En estos dos meses, ha quedado suprimido a la fuerza el papel de abuelos cuidadores, que era el que asumían, por ejemplo, los abuelos de Candela y Leo, que viven en Málaga. “Tenían una relación muy constante que perdieron de buenas a primeras. Así que han sufrido un cierto desgarro, porque se habían acostumbrado a estar con ellos, a ser necesarios”, cuenta Regina, su madre.

Candela tiene dos años y medio. Desde que subió al coche comprendió que iba a ser un día especial. “Todo le llamaba la atención, porque era la primera vez que hacía ese camino en mucho tiempo. Iba repitiendo lo que les iba a decir: 'Primero un abracito, luego un besito y luego un te quiero'. ¡Pero luego cuando los vio se cortó!”, explica su madre.

A su hermano Leo, que tiene cuatro meses, los abuelos lo han conocido más en pantalla que en persona. Durante estos dos meses, hicieron videollamadas cada tarde. Candela se acostumbró a un espectáculo diario de música o danza, y Leo se acostumbró a la voz de sus abuelos. “Mi madre al principio lloraba, porque quería olerlo, tocarlo. Pero creo que él no los ha extrañado, porque la voz ya le era familiar, y al bebé le llega sobre todo el sonido”.

Durante días, una pantalla ha sustituido a la piel, los abrazos, los olores. Para Chelo, ha sido su primer contacto con esta tecnología. Cada día, Carmen le contaba sus tareas, igual que Leo y Martín pedían los deberes de su abuelo Loren, maestro jubilado: “¡Les encantaban los deberes que yo les ponía!”.

“Vamos a recuperar el tiempo perdido”

Los dos meses de ausencia no impedirán retomar las relaciones entre abuelos y nietos justo donde se quedaron. “Si durante un año un niño pequeño no viera a los abuelos, ni se acordarían, pero con dos meses no ocurrirá nada”, explica Triadó. Si acaso, pasarán unos minutos de desconcierto.

Pero volver a la normalidad todavía llevará tiempo. Los niños pueden regresar a casa de los abuelos, pero seguirán sin clases al menos hasta septiembre. Para muchos, estas semanas han servido para estrechar lazos familiares. González-Bernal asegura que ha observado casos de niños con discapacidad que han salido reforzados de esta experiencia. También Loren cree que a sus nietos les ha venido bien: “Yo he notado mucha más afectividad entre ellos”.

Aun así, el pequeño lloró este lunes al despedirse otra vez de sus abuelos. Loren se llevó de casa de sus nietos un dibujo de la “cueva de los gusanos” en la que juegan en cada visita, y que pegará en su propia habitación a la espera de que sean Martín y Leo quienes vayan a verles. “Cuando están aquí ni preguntan por sus padres”, dice. Regina también lo tiene claro: “Vamos a recuperar el tiempo perdido. Tienen mucho mono de nietos, y es una liberación compartir a los niños con los abuelos”.

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