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Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Es posible parar la ola conservadora

Congreso de los Diputados de la XIV legislatura de España

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Creo que muchas personas hemos respirado con alivio al conocer el resultado de las elecciones en EE.UU. Después de que la suma de las derechas, todas muy radicalizadas, se hiciesen con el gobierno en Italia, la victoria de Lula en Brasil y el resultado obtenido por los demócratas estadounidenses, aunque hayan perdido la mayoría en la Cámara de Representantes, ha sido un bálsamo. Demuestra que el avance de las derechas extremas se puede parar. 

Evidentemente, cada país tiene sus particularidades, pero hay un denominador común: la radicalización de las derechas, con los mismos objetivos, la misma ideología y una estrategia muy similar. Es una tendencia universal a la que no escapan las derechas españolas: la utilización por parte de Isabel Díaz Ayuso, la líder de las derechas extremas, de la demagogia, la mentira, el negacionismo y el rechazo a aceptar los resultados electorales la hace digna discípula de Trump y Bolsonaro.

El principal problema de la deriva del Partido Popular no es que baje los impuestos a los ricos, que no sea capaz de plantear un proyecto alternativo al del  Gobierno o que apueste por fortalecer la sanidad privada en detrimento de la pública -ojo, la famosa colaboración público privada está bien dependiendo de quién controle el proceso y cuanto más peso logren las empresas privadas sanitarias, mayor capacidad tendrán para imponer sus condiciones a los Gobiernos- el principal problema es, como en los casos de los expresidentes de EE.UU. y Brasil, que la política de la presidenta de Madrid pone en cuestión la democracia, alienta el golpismo y el enfrentamiento social: si el Gobierno es ilegítimo y quiere convertir a España en una dictadura, cualquier forma de impedirlo es lícita; si acusa a los médicos de ser unos vagos y estar boicoteando la sanidad, está incitando a la violencia contra ellos.

En EE.UU., el partido Demócrata no ha recurrido a grandes promesas para confrontar con su extrema derecha, centró su campaña en la necesidad de defender la democracia y recuperar el derecho al aborto, limitado en numerosos Estados de mayoría republicana. La movilización de las mujeres para defender sus derechos y de los jóvenes -cansados del bipartidismo, pero preocupados por cuestiones concretas como el estado de la democracia o el cambio climático- ha sido clave en el resultado electoral. El presidente Biden, ha felicitado a los republicanos por su victoria en la Cámara Baja, en un claro intento de tender puentes para disminuir la importante brecha producida por el trumpismo en la sociedad estadounidense.  

En Brasil, Lula ha vencido a Bolsonaro, pero el presidente electo es consciente de sus limitaciones, los acuerdos políticos necesarios para formar la coalición que encabezó, la composición del Congreso y la polarización social -tan grande o mayor que la de EE.UU.- van a limitar mucho su capacidad de maniobra. Sus prioridades son la defensa de la democracia, la lucha contra la pobreza y el cierre de la brecha social. Seguro que avanzará todo lo posible en otros terrenos, pero ya ha advertido a sus seguidores que no podrá desarrollar el programa del Partido de los Trabajadores.

En Italia, el centro Izquierda fue incapaz de alcanzar un acuerdo electoral, lo que puso en bandeja a la coalición de derechas su victoria. Veremos cuales son las consecuencias.

Es posible ganar electoralmente a las derechas, pero no va a ser fácil. Para ello habrá que hacer gala de una gran dosis de inteligencia política, de pragmatismo y de generosidad. Los ejemplos de los tres países citados nos tienen que servir para reflexionar, para acercarnos a la complejidad de los procesos en situaciones de gran polarización, con una derecha más interesada en recurrir a todos los miedos y fantasmas posibles que en presentar un proyecto de país. Probablemente porque su proyecto lleva, irremediablemente, a debilitar el Estado del Bienestar, a incrementar las desigualdades y a debilitar la democracia, restringiendo derechos y libertades (excepto algunas como beber cerveza cuándo y cómo te apetezca en plena pandemia, construir/destruir sin restricciones de ningún tipo o despedir a los trabajadores sin motivo justificado).

En España, los próximos comicios, especialmente las elecciones generales, también se van a dar en un clima de gran enfrentamiento y estarán en juego, entre otras cosas, la calidad de nuestra democracia y Estado del Bienestar. Pero para defenderlos, como para luchar contra la desigualdad o el cambio climático, no son necesarias las solemnes declaraciones, las consignas rimbombantes o los grandes principios alejados de las inquietudes de la ciudadanía.  Para inclinar la balanza del lado del progreso basta con ofrecer alternativas a los principales problemas y, sobre todo, con ser honesto con los ciudadanos, tratarlos como adultos, acercarse a ellos con empatía, escucharlos… Y comprometerse a explicar las causas de cualquier incumplimiento del programa. 

Además, todo apunta a que el resultado será ajustado. Lo más probable es que los Gobiernos sean de coalición y, en el caso de la izquierda, dada su fragmentación territorial, con acuerdos parlamentarios múltiples. En este escenario sobran los programas de máximos, la acción de gobierno estará condicionada por los pactos a los que se llegue en cada momento. Como va a suceder en EE.UU. y Brasil y ya pasa en Colombia o Chile, donde sus presidentes, Petro y Boric, tiene que modular sus programas en función de la correlación de fuerzas. 

En España, como en Italia, el sistema electoral penaliza en muchos casos la dispersión del voto. En las circunscripciones pequeñas solo dos, o como mucho tres, candidaturas pueden obtener representación. También hay que tener en cuenta el mínimo exigido, 3% o 5%, para que puedan entrar en el reparto de escaños. Sí no se ajustan las estrategias electorales a estos condicionantes, miles de votos se pierden. Los acuerdos pueden ser múltiples, muchas las maneras de sumar, desde la coalición electoral hasta el pacto para no hacerse competencia en determinadas circunscripciones. Es urgente encontrar espacios de discusión y de colaboración entre diferentes opciones de izquierda y, por supuesto, evitar el ruido, los debates a través de los medios de comunicación y las descalificaciones.

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