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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El precio de emprender siendo mujer

El emprendimiento femenino no es una moda ni una tendencia pasajera; es un termómetro del desarrollo democrático y económico de una sociedad.

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Hay una escena en 'Erin Brockovich' en la que Julia Roberts, con los pies en la tierra y la mirada encendida, responde a quienes dudan de su capacidad: “Yo no tengo un título, pero tengo algo mejor: tengo hambre”. Hambre de justicia, de autonomía, de hacer que las cosas cambien. Esa misma hambre —mezcla de necesidad y deseo, de obstinación y esperanza— es la que sigue moviendo hoy a miles de mujeres emprendedoras en Aragón. Mujeres que levantan negocios, cooperativas, proyectos culturales o sociales sin más red que su convicción, a menudo sorteando los mismos obstáculos que llevan décadas enquistados: la desigualdad estructural, la precariedad, la soledad emprendedora y una falta de reconocimiento que todavía pesa como el cierzo cuando sopla en contra.

El emprendimiento femenino no es una moda ni una tendencia pasajera; es un termómetro del desarrollo democrático y económico de una sociedad. Según los datos del Informe GEM Aragón 2023, elaborado por la Universidad de Zaragoza y el Instituto Aragonés de Fomento, las mujeres representan algo más del 37% de la actividad emprendedora en la comunidad. La cifra crece despacio, pero aún está lejos de la representación igualitaria. La brecha no se mide sólo en números: las mujeres acceden a menos financiación externa, tienen menor presencia en sectores tecnológicos e industriales y disponen de menos redes de apoyo consolidadas. Mientras tanto, los discursos institucionales se llenan de palabras como “innovación”, “sostenibilidad” o “emprendimiento en femenino”, pero la realidad demuestra que, sin políticas de conciliación reales, sin corresponsabilidad y sin formación adaptada a las nuevas economías digitales, el emprendimiento femenino se sostiene sobre un esfuerzo desmedido y una resiliencia que, por sí sola, no debería ser virtud sino síntoma.

En Aragón, la brecha se percibe con especial nitidez en el medio rural. Las mujeres que emprenden en pequeños municipios presentan, si cabe, mayores dificultades. Lo confirman los informes de la Red Aragonesa de Desarrollo Rural y los programas de Emprendimiento Rural Sostenible impulsados por el Gobierno de Aragón: el acceso a servicios financieros, a conectividad digital o a apoyo técnico sigue siendo insuficiente. Y, aun así, allí están, reinventando la tradición con la paciencia de quien hila despacio, pero firme. Como canta Rozalén, “la belleza está en lo pequeño, en lo que nadie ve”.

No se trata sólo de aumentar el número de mujeres emprendedoras, sino de transformar el modelo económico que las acoge. Desde hace muchos años tenemos constancia de informes y estudios que señalan que las empresas lideradas por mujeres tienden a tener estructuras más horizontales, mayor compromiso con la sostenibilidad y una visión cooperativa del liderazgo. Es decir, aportan innovación social. Pero el sistema financiero y fiscal sigue premiando el crecimiento rápido, no la estabilidad; la acumulación, no el impacto. Y ahí reside uno de los grandes retos: repensar qué significa “éxito” cuando se emprende desde la igualdad.

El relato heroico del emprendedor solitario, tan presente en la cultura popular, se desdibuja cuando la protagonista es una mujer que, además de impulsar su negocio, sigue asumiendo la mayoría de las tareas de cuidados. La mitad invisible de su jornada no aparece en las estadísticas ni cotiza, pero sostiene la economía real. Hablar de mujeres emprendedoras, por tanto, es hablar también de corresponsabilidad masculina, de infraestructuras públicas de cuidados, de educación económica con perspectiva de género y de políticas que conciban el emprendimiento no como una salida individual, sino como una opción colectiva de desarrollo social y económico.

La cultura también ha querido ponerle voz a esta ambición de existir por derecho propio. En Mujercitas, Greta Gerwig hizo que Jo March gritara: “No quiero que mi vida sea insignificante”. Esa frase podría tatuarse en la piel de tantas emprendedoras aragonesas que luchan por trascender los márgenes impuestos. Desde Zaragoza hasta el Matarraña, desde el Sobrarbe hasta Teruel, hay mujeres creando nuevas formas de economía circular, plataformas tecnológicas, talleres artesanos o proyectos artísticos con impacto social. Lo hacen sin pedir permiso. Lo hacen porque saben que emprender, cuando se hace desde la libertad y el propósito, es también una forma de emancipación.

Conviene, sin embargo, no romantizar el fenómeno. No todas las mujeres quieren emprender, ni deben hacerlo para demostrar nada. La libertad pasa también por poder elegir un empleo digno, estable y protegido. Por eso, el fomento del emprendimiento femenino debe ir acompañado de una crítica estructural al mercado laboral que sigue penalizando la maternidad, la edad o la diferencia. Si no se corrige ese desequilibrio de base, el emprendimiento puede convertirse en una salida forzada, no en una oportunidad elegida.

En tiempos de incertidumbre, de crisis climática y tecnológica, las mujeres emprendedoras de Aragón son un faro. No porque lo tengan todo resuelto, sino porque lo están repensando todo. Su forma de liderar introduce un nuevo lenguaje en la economía: el de la cooperación, la equidad y la sostenibilidad. Un lenguaje que suena menos a “yo puedo sola” y más a “podemos juntas”.

Y quizá, como escribió María Zambrano, “la libertad no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres”. A las mujeres, podríamos añadir, las hace visibles. Y en esa visibilidad, en ese acto de ocupar el espacio con voz propia, reside el verdadero emprendimiento: el de reinventar el mundo desde otro lugar, más justo, más humano y, sobre todo, más nuestro.

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