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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

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Cifuentes y La Manada, impunidad e indignación

Carlos López

Cifuentes, como Al Capone, ha caído por uno de sus asuntos menores. Rodeada de corrupción por todas partes, ya no era creíble su discurso de honestidad y de adalid anti-corrupción.

El que fuera destapado el escándalo de un máster que nunca hizo pero cuyo título poseía, destapa, a su vez, tres grandes déficits de nuestra democracia.

Como se ha ido descubriendo, en la Universidad pública Rey Juan Carlos, el Partido Popular había organizado una trama que incluía empresas privadas que hacían negocio con el prestigio de una universidad pública contraviniendo, de paso, las obligaciones fiscales (el verdadero dios de las élites españolas); se contrataba a amistades con fraudulentos procesos de selección; se buscaban “clientes” para hacer los máster y cobrar subvenciones o a cargo de presupuestos públicos, aunque no fueran a clase ni cursaran las asignaturas y, finalmente, se concedían títulos incumpliendo la ley y falsificando actas (un delito) presionadas, las personas, por devolver los favores previos prestados. Es una red mafiosa a la sombra de la impunidad que permite una red de amortiguamiento mediático y judicial creada para defender los privilegios de una minoría.

El segundo déficit es el informativo. El escándalo sobre la honestidad de Cifuentes y de un Partido Popular que la ha apoyado y jaleado hasta el final (lo que demuestra su connivencia si no participación en la corrupción) ha sido destapado por un medio minoritario como eldiario.es. La gran prensa española, conocedora de las sospechas de corrupción de casi toda la cúpula política tradicional, ni ha investigado ni ha publicado, hasta que se ha visto rebasada por la propia sociedad. Pertenecen a la red de silencio que sostiene al sistema corrupto.

Por otra parte, la sociedad ha sido enseñada (es verdad que desde hace muchos años) a ser muy tolerante con los casos de corrupción. Las élites económicas, que no intelectuales ni honestas, han hecho grandes campañas para convencer al país de que cualquiera es susceptible de ser corrupto, porque “nos tira más el dinero que la patria”. Precisamente las mismas élites que roban y nos convencen de que son las más patriotas, bandera mediante. Aquí es donde Cifuentes y toda la cúpula del PP (y parte de la del PSOE, CIU, PAR, etc) han sido absueltos socialmente de corrupción a pesar de los indicios, porque “si vienen otros será peor; estos son profesionales, al menos”.

Es, en esta última acepción, donde podemos encuadrar el caso de “la manada”, que no es tan distante como parece. Hablamos de educación y propaganda. Hablamos de dictadura y democracia que no quiso romper con lo anterior. Hablamos de que los altos puestos de la Administración, Justicia, Ejército, policías, etc. siguen en manos de los sucesores (familiares e ideológicos) de aquellos mismos que ganaron una guerra incivil (que trajo represión, odio, imposición y violencia selectiva). Impunidad.

Represión, odio, imposición y violencia selectiva. Justo lo mismo que se vive cada vez con más intensidad en la España actual. Algunos sociólogos lo definen como franquismo sociológico. Ciertas personas pueden hacer lo que quieran, aunque sea ilegal … porque son las autoridades, los patriotas (los que ganaron la guerra). Quién ose oponerse será castigado ejemplarmente. Pero, ¿por qué ahora es tan evidente lo que hace pocos años no lo era?

La gente se ha cansado de la Justicia y la economía selectiva que siempre favorece a los mismos. De los gobiernos que defienden a las grandes fortunas y no a las personas. La crisis ha sido una escuela intensiva. Los que ostentan el poder se han puesto nerviosos al descender su margen de ganancia y el resto han visto como descendían sus ingresos para pagar los desmanes que han cometido los primeros. Han visto como Rato o Urdangarin son condenados (a pesar de la presión elitista para evitarlo) y no entran en prisión, mientras que cantantes o humoristas son detenidos por cantar y hacer chistes que se habían entendido, desde la Transición, como libertad de expresión.

6 años de cárcel por robar millones de euros, 4 años por 5 homicidios imprudentes en el Madrid Arena o 4 años también por romper una luna de autobús, tirar un bote de pintura a una piscina, rapear o dar un tortazo (por no hablar de los 62 años pedidos por una pelea de bar). En los primeros casos por pertenecer a las élites y en los últimos a la plebe. No hay proporción. En España hay dos países y a la mayoría nos han encerrado en el que no tiene derechos.

Esa mentalidad reinante en las élites, ese miedo a que se desmorone su mundo de privilegios (que estaba bien atado) les lleva a usar la policía y la justicia contra todo disidente. 1984 de George Orwell, una profecía indeseable.

La sentencia de “la manada” no es grave por la pena impuesta, más que benevolente. Es grave por lo que dice. Los jueces consideran casi normal que cinco hombres (por ser finos y evitar la represión), tengan relaciones sexuales con una joven que nunca dijo sí, ni quiso, en un lugar ignominioso y de una forma inefable. Para terminar de mostrar sus buenas intenciones, los cinco, la dejan tirada, desnuda y le roban el móvil para que no pudiera avisar a nadie (lo ha confesado uno de ellos que es guardia civil y que fue preparado para atender casos de violencia de género y no está inhabilitado tampoco). Impunidad.

Los jueces han dictado sentencia con la mentalidad de hace 50 años, pero la sociedad ha cambiado. La indignación nos está llevando a la intolerancia con la impunidad. 1.300.000 personas han firmado ya para que los jueces que han dictado la sentencia sean inhabilitados. Deberían serlo. Y es que los jueces deben interpretar las leyes para procurar la felicidad y seguridad de toda la población, no para defender a las élites o ciertos comportamientos tolerados o practicados por ellas mismas.

Recordemos la famosa frase de “volquetes de putas” tan habitual en ciertos ambientes. Y con esta sentencia han venido a ahondar la crisis de credibilidad en la Justicia, ganada a pulso. La regeneración debe ser inevitable, por eso estos comportamientos. Enroque político y sentencias injustas intentan evitar el derrumbe de un sistema controlado férreamente por las élites.

Cifuentes ha sido socialmente condenada por lo mismo. Toda la sociedad intuye su coqueteo con la corrupción después de los años que lleva viviendo de la política y dirigiendo su partido. No han sido sus errores los que han hundido su carrera. Ha sido la intolerancia social, la repugnancia ante la mentira y la falta de honradez.

Es la intolerancia social ante la corrupción, ante la injusticia, la única que puede llevar este país hacia un puerto de dignidad y orgullo. Va a ser muy difícil porque implica expulsar a las actuales élites políticas, económicas y judiciales del poder. Está en nuestras manos. Seamos intolerantes con la impunidad.

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