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Enfermero en el Clínico de Zaragoza: “Tenemos equipos de protección, pero estiramos su uso porque el ritmo es insostenible”

Una enfermera limpia la pantalla protectora a su compañero del Clínico.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

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Este 1 de abril Aragón contaba 452 casos confirmados de profesionales sanitarios con coronavirus, 142 más que en la jornada previa, lo que supone un incremento del 45% entre los dos días. Una de las afectadas, auxiliar de enfermería, es la pareja de un enfermero del Hospital Clínico de Zaragoza, que cuenta a este medio su testimonio a condición de no publicar su nombre. Él sigue trabajando con normalidad, en una planta ya dedicada en exclusiva a atender pacientes de la COVID-19. Considera que el alto porcentaje de sanitarios afectados sobre el total (suponen un 18,15% de los aragoneses con positivo) obedece a su alta exposición al patógeno, no a que tengan un mayor acceso a pruebas diagnósticas.

“No nos hacen pruebas de forma masiva. Antes nos las hacían a las 48 horas de presentar síntomas -que si ocurre, nos mandan a casa-, ahora es a las 72 horas. Una vez que has dado positivo y te repones de la enfermedad, dejan pasar tres días, te hacen la prueba, y si da negativo, al día siguiente entras a trabajar; para el personal no sanitario, se sigue manteniendo la recomendación de 14 días en cuarentena después de dar negativo”, relata este enfermero con años de experiencia. En su caso, a pesar de convivir con una positivo, solo se le someterá al test si empieza a mostrar indicios de la COVID-19.

Sobre la disponibilidad de mascarillas, batas desechables, etc., asegura que “yo me siento protegido, pero lo cierto es que hacemos uso del material con cuentagotas, haciendo apaños para estirar el uso de los EPI (Equipo de Protección Individual), porque el ritmo es insostenible: en cada turno bajo una caja entera de guantes. Vemos que aunque aún tenemos, se van a acabar en algún momento”.

Este enfermero opina que la estabilización del incremento diario de contagios “se dejará notar” en el Clínico, aunque tardará: de momento el hospital “está abrumado y aquí siguen llegando casos sin parar”. Eso sí, puntualiza que “las urgencias normales, las relacionadas con otras patologías, han experimentado un enorme descenso: la gente no acude, quizás se aguantan más cosas por las que antes venían, y eso que hay un circuito 'limpio' para pacientes sin síntomas de coronavirus”.

El trato con los pacientes, en estas circunstancias, es muy complicado. Agradece que “las familias son comprensivas con la situación, tienen paciencia teniendo en cuenta que estás acostumbrado a tener información a menudo sobre tu familiar ingresado”. “Llaman a menudo a planta; nosotros no les podemos dar información médica, pero sí les transmitimos que les hacemos llegar su ánimo. Hay pacientes que están mejor y pueden hablar por sus móviles, pero la enfermedad les deja tan tirados que les cuesta atender llamadas”.

El personal de enfermería tiene que optimizar al máximo las entradas a las habitaciones, y cuando lo hacen “es complicado dar conversación, porque con las mascarillas tenemos que hablar a gritos”, por lo que “les llamamos también mucho por los interfonos para darles ánimos”.

Las circunstancias personales de este enfermero complican su día a día más allá del trabajo: “Mi hija de 10 años ya ha tenido que aprender a quedarse sola, porque su madre también es enfermera y le han cambiado los turnos para atender la emergencia sanitaria”.

“Escuchamos los aplausos desde el hospital”

¿Cómo anda de moral, en estas circunstancias? “Hay mucho compañerismo, vamos todos a una”, dice. Y sobre los aplausos diarios, “al principio me lo tomé como algo anecdótico, pero cuando vi que día a día la gente salía a aplaudir me emocioné. Desde el hospital escuchamos los aplausos que llegan de las casas cercanas, nos da mucho ánimo. Y hay mucha gente solidarizándose con el personal sanitario, desde churrerías que a las 06:00 nos traen el desayuno a fábricas de dulces que nos mandan chocolatinas, pasando por la Universidad, que nos deja su parquin para evitarnos dar vueltas con el coche”.

¿Tiene miedo? “Al principio, sí. Pero una vez te metes en faena, se te pasa. No soy un héroe ni nada parecido, pero veo que todas mis compañeras están igual, que la situación cambia a cada momento... Llevaba doce años en la misma planta, salí una mañana y cuando volví por la noche ya no tenía nada que ver con lo que hacíamos antes. Todos estamos aprendiendo sobre la marcha, ayudándonos entre todos”.

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