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El toque de queda de los que no tienen casa: “no tienen reuniones familiares, no hacen juergas, están solos”

Persona sin hogar en las calles de Zaragoza.

Madalina Panti

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La pobreza no es un fenómeno nuevo, pero en los últimos años se ha visto incrementada, sobre todo para colectivos como las personas sin hogar. Además, este año los índices de pobreza mundial han aumentado por primera vez en más de 20 años a causa de la pandemia del COVID-19 según indica el Banco Mundial. Aseguran que casi con toda seguridad los efectos de la crisis se harán sentir en la mayoría de los países hasta 2030.

El sinhogarismo derivado de esta pobreza supone un factor de exclusión social significativo en nuestro país donde, según el último informe de Cáritas, 40.000 personas se encuentran sin techo. Según el censo de Cruz Roja Zaragoza, el año pasado había alrededor de 120 personas en Zaragoza en esta situación, el 85% de ellos hombres. Aunque Concha Giménez, de Cáritas Zaragoza, añade que el perfil de varón de mediana edad y de nacionalidad española se está dejando de lado y aumenta la cifra de “mujeres, jóvenes ex tutelados por la administración que al cumplir la mayoría de edad tienen que salir de los centros de menores, víctimas de violencia, familias con menores, familias solicitantes de asilo y refugio y personas mayores de 65 años”. 

La crisis del coronavirus no ha supuesto un respiro para estas personas, a las que ahora se suman las que se encuentran en ERTE o sin trabajo, sino todo lo contrario. La diferencia más notable ha sido la falta de un hogar, aunque muchos de ellos lograron permanecer en alojamiento temporales o de emergencia (pabellones, refugios, albergues). También en la imposibilidad de acudir a centros públicos, bares o comercios para satisfacer necesidades básicas, “comidas si que cubrían pero duchas no tuvieron hasta un mes más tarde, baños tampoco, y estar así un mes te destroza psicológicamente sobre todo durmiendo en la calle, viendo las calles vacías y sin poder moverte de tu sitio” explica Pedro Casanova, coordinador de la ONG Bokatas Zaragoza

Posibilidad de un segundo confinamiento

En esta segunda oleada de contagios donde se implican nuevas restricciones como el toque de queda, se ha acordado no aplicar sanciones pero la opción de vivienda vuelve a verse limitada por la falta de plazas. Por ello el Ayuntamiento de Zaragoza prevé un aumento en el albergue y el refugio y la coordinación con Cruz Roja para camas en otros recintos. 

No obstante, hay requisitos difíciles de cumplir, “se les pide una PCR negativa de ese mismo día, pero el resultado tarda dos días y tienen que permanecer confinados, ¿dónde se confina a una persona que vive en la calle?” recalca Leyre Bernad, psicóloga de la Fundación de San Blas. Asimismo algunos prefieren seguir viviendo en la calle por la posibilidad de moverse libremente o por  adicciones y problemas mentales, tal y como aclara Mar Albertos, trabajadora social del mismo centro, “en estos sitios solo pueden salir dos horas al día y a muchos no les gusta estar encerrados, prefieren dormir en la calle pero tener libertad de movimiento”. El alojamiento es una de las carencias que se intenta suplir, donde por lo pronto se prevé el aumento de las plazas del albergue municipal o del refugio o 40 camas junto a Cruz Roja Zaragoza en otros recintos de la capital aragonesa.

Aunque la gran mayoría poseen teléfono móvil o acuden a alguna entidad para estar al día, en muchas ocasiones la información no llega o llega distorsionada por la barrera idiomática, la dificultad de acceso a prensa o el aislamiento, según cuenta Lucía Conde. Bernad, destaca que, aunque conocen las medidas, falta conciencia del peligro en gran parte por no poder llevar las medidas de higiene o protección al día. Muchos llevan mascarillas desde el principio de la pandemia o no tienen para comprar geles hidroalcohólicos ya que no lo consideran de primera necesidad. A pesar de ello se intentan cuidar, “se protegen súper bien, son unos buscavidas, saben salir adelante hasta el punto de que cuando se hacen PCR dan negativo” recalca Albertos. 

La falta de vida social en terrazas o bares y la ausencia de familiares hace que la posibilidad de contagio de estas personas se reduzca considerablemente. “No conocemos ningún usuario que haya pasado el coronavirus, porque esta gente vive muy sola, el punto de encuentro es éste. Están al aire libre todo el día, no tienen reuniones familiares desgraciadamente, no hacen juergas, están solos” incide Antonio Borraz, presidente de la Fundación.  

Las entidades sociales, el punto de apoyo

Tras el parón a causa de la pandemia, muchas asociaciones y organizaciones vuelven a iniciar su actividad e incluso a incrementarla ante la  llegada de la temporada de frío o la posibilidad de un segundo confinamiento. Lucia Conde, responsable en esa área de Cruz Roja, destaca que se trabaja en horario diurno para ofrecer ayuda a aquellos que decidan iniciar procesos de intervención y en horario nocturno donde se realizan rutas con la Unidad de Emergencia Social (UES) de lunes a viernes. Ahora intensifican esa intervención sobre todo los fines de semana. 

El lema de la campaña de Cáritas este año es “No tener casa mata. ¿Y tú que dices? Di basta. Nadie sin hogar” como sensibilización. A parte del acompañamiento, la intervención en las calles y gestiones administrativas, “estamos apoyando con temas de medicación, ya que la mayoría tiene problemas de salud y no disponen de medios económicos” explica Giménez. Además, disponen de cuatro pisos de acogida, dos para hombres y dos para mujeres y un acuerdo de colaboración con dos comunidades religiosas que ofrecen cuatro plazas residenciales. 

Un bocadillo se agradece, pero la labor de los voluntarios de Bokatas reside mayoritariamente en la escucha o el acompañamiento. En la capital aragonesa cerca de 80 voluntarios acuden cada martes y jueves a su encuentro en diferentes puntos de la ciudad siendo su fuente de comunicación más cercana, “somos uno de los contactos más directos que tienen, intentamos darles ánimos, hacer un seguimiento de que estén bien y en caso de que haya algún problema derivarlos a algún sitio” explica Casanova, coordinador de la ONG. Si bien las circunstancias empeoran, se proponen seguir saliendo al menos una vez a la semana, “nosotros estamos activos todo el año, no paramos aunque el cubrir unas necesidades más básicas lo tenemos más complicado, repartimos mantas, el bocadillo, pero nuestros recursos son muy limitados” añade.  

No son los únicos que a pesar de tener pocos recursos ofrecen su ayuda. La Fundación de San Blas, aparte de ofrecer un sitio donde dejar sus pertenencias, también proporciona un bocadillo diariamente (antes de la pandemia eran dos) a cerca de 65 personas. Aunque reconocen que en junio estuvieron a punto de cerrar por las dificultades económicas, entregan sacos de dormir y mantas y para este invierno  han comprado tuppers para poder ofrecer una comida caliente. 

La reinserción en la sociedad es uno de los puntos a conseguir por las entidades haciendo que tengan una documentación, accedan a un alojamiento y consigan una ayuda económica o trabajo. Cristina Marco, técnico social de Cruz Roja Zaragoza, realza la importancia de “creación de más puentes sociolaborales que les permita una inserción laboral más rápida, o que al menos, ese primer contacto sea de más fácil acceso”. Aunque hay muchos que buscan cambiar su condición, otros se resignan, “llegan a un punto que se acomodan, nosotras intentamos solucionar, te implicas tanto que al final te preocupas más porque ellos se han cansado” incide Bernad. 

El mayor problema en estos casos son las dificultades burocráticas. “Ahora todo funciona con cita previa y no tienen ni los medios ni los conocimientos para poder hacerlas y en extranjería son imposibles” explica Albertos. Bernad señala la poca flexibilidad con los usuarios, “intentamos pedir un informe de vida laboral pero como no tenía móvil no podíamos vía SMS, al no tener acceso a ordenador no podíamos con certificado digital, como no tenía domicilio no se le puede enviar una carta. Son protocolos muy cerrados y esta gente no cuadra en ellos”. 

Las organizaciones, a la vez que se preparan también piden apoyos institucionales, esenciales para crear soluciones colectivas y  luchar contra la precariedad económica, social y residencial para propiciar el cambio. 

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