Qué feo está el panorama. Vivimos expectantes bajo el síndrome de la cuerda que se estira, vemos cómo se tensa, pero nunca sabemos hasta dónde aguantará su flexibilidad. A muchos espectadores no nos gusta este espectáculo. Y es así porque somos conscientes de asistir a un juego de nulo raciocinio o de intercambio de ideas. Se trata de un puro ejercicio de fuerza bruta, yo tiro más que tú, voy a hacer que en este juego de la sokatira os estrelléis contra el barro. Pero hay muchas más razones por las que numerosos ciudadanos estamos hartos de este espectáculo inacabable, agotador en su desesperanza, insultante en sus modos, escasamente defendible en sus fundamentos.
Junts estira la cuerda una y otra vez, tantas que ya hemos perdido el porqué de esas continuas vueltas de tuerca en el último minuto, la conocida táctica de las malas novelas de detectives. Hay quien cree que para hacer un buen análisis objetivo de la realidad deberíamos ser capaces de ponernos en la piel del otro. No lo sé, pero este Ojo no lo ha conseguido jamás. Por mucho que lo intente, jamás conseguirá situarse en la mente de Carles Puigdemont o de Míriam Nogueras. Ni de Pedro Sánchez. Tampoco de Santiago Abascal, si a eso vamos. Así que déjenle ejercer de espectador. Y de ahí ese sentimiento de degradación a la vista de la fiesta a la que asiste, asombrado ante las maneras y la escasez de argumentos de los implicados, encerrados en su minúsculo mundo de mesa camilla.
No tiene sentido añadir jeribeques jurídicos a cada auto que se le ocurra emitir, o simplemente anunciar, a cualquier juez del territorio patrio. Las leyes hay que hacerlas como las sopas de Arguiñano, con sustancia y fundamento. El perejil se admite exclusivamente como adorno. Ahora me tiemblan las canillas por delitos de terrorismo y mañana por traición a la patria y desmedido amor a la madre Rusia. Quién sabe qué nos depara la semana próxima, que por cualquier lado nos asoma una toga justiciera y todavía no sabemos quién mató a Prim. Pues qué le vamos a hacer. No sirve tampoco la trampa de todos o ninguno, porque el respetable no se traga la bufonada y cuando oye semejante frase sólo escucha “quiero librarme yo, a como dé lugar, a ver si nos enteramos”. Y un añadido más. Seguro que en el Gobierno y en el entorno independentista cuentan con juristas notables, acaparadores de títulos, másteres y hasta cátedras. Pero recuerden siempre que los señores togados andan de vuelta de filigranas jurídicas, y cuando ustedes van, ellos ya han vuelto, que a triquiñuelas, fullerías y disimulos es difícil, pero que muy difícil, ganarles. Cuidado, pues, con querer ser el más listo de la clase y colar la reformita por donde no se debe.
Todo el mundo ha entendido que decir no a esta ley es un sindiós de Puigdemont. Razones variadas, pero dejemos que hable en primer lugar Esquerra Republicana de Catalunya -¿les aceptamos el pedigrí de catalanes, catalanes?-, varios de sus militantes con la cárcel asomando a sus vidas. Recuerden lo que han dicho: acusamos a Junts de destrozar a mil familias con su no a la amnistía. ¿Les da igual a los cinco de la negativa? Contamos con que la gobernabilidad de España se la trae al pairo, pero hasta el más tonto del cuartel sabe que sólo con un gobierno como el actual tienen los implicados en la vaina posibilidades de una ley de amnistía, sea cual sea. Y ésta, de nuevo lo corrobora ERC, ha sido elaborada con mimo y es amplia, muy amplia, y generosa, extraordinariamente generosa. ¿No se les mueve un pelo de votar junto a PP y Vox, aquellos que quieren verlos en un agujero cuanto más profundo, mejor? ¿Confían, quizá, en la generosidad de Feijóo o aún mejor, de Abascal?
Ya se sabe que a los dirigentes de Junts todo lo que ocurra debajo del Ebro les interesa más bien poco. Bueno. Pero ocurre, y el problema se agudiza con cada vuelta de tuerca del exprimidor de limones de Puigdemont, que está empezando a salirles a los ciudadanos de estas tierras inhóspitas un sarpullido cada vez que algún analista o politólogo intenta explicarnos, por ejemplo, que estas cosas ocurren porque están en una guerra electoral importante en Cataluña con Esquerra. ¿Me está usted diciendo que me ha torcido el brazo y en ocasiones hasta el cuello porque quiere robarle unos votos a Oriol Junqueras? No sé si se imaginan cómo sientan tales constataciones en Villafranca del Bierzo, recia urbe castellana, o en Chiclana, amigable villa andaluza. Los llamados españoles me importan un bledo, que yo cuido mi terruño, parece que dicen ustedes. ¿Pero alma de cántaro, qué terruño intenta conservar el señor Puigdemont si no va a poder volver a su país en la vida y si lo hace le van a meter en chirona? No exija más de lo que puede.
Aquí, quizá equivocadamente, hemos defendido hasta la saciedad que no es el vecino de Waterloo quien tiene encadenado a Sánchez. Es al revés. Y ahora podemos tener la oportunidad de comprobarlo. Hemos llegado a un momento importante en esta estúpida pelea. Alcanzado el borde del moderado precipicio, tampoco hay que ser alarmistas, los socialistas, el Gobierno, Pedro Sánchez, no deberían ceder ni un milímetro más en esta guerra de desgaste. Hasta aquí, basta. Que se rompa la cuerda. Saque pecho y presuma de que no se aceptan más chantajes. Siéntense frente a los dirigentes de Junts y recítenles este hermoso cuento. Observen mis queridos exsocios el panorama: no hay amnistía, ni corta ni larga, ni ancha ni estrecha, y ustedes solitos, tan rígidos, tan exigentes, tan dignos, se enfrentan al terrorismo de García-Castellón, al Putin de Aguirre y a lo que les queda por llegar. Se acabó. Expliquen en el estrado de los acusados aquellas transmisiones de ánimos a los gamberros de los disturbios y los destrozos de escaparates, coches y contenedores, e incluso narren de corrido aquellas divertidas sesiones de alta diplomacia por el día con enviados políticos del Kremlin y las reuniones de espías por las noches con raros enviados de Putin. Pasen ustedes, que a mí me da la risa. ¿Y la cárcel? Ahí, al fondo. Son más de mil, ¿se acuerda? Ya sabemos que ahora mismo estará buscando Sánchez salidas ingeniosas o imaginativas al atolladero, pero no descarte, por favor, el ahí te quedas, mundo amargo, y si te he visto no me acuerdo, que de casta le viene al galgo ser rabilargo.
¿Problemas de gobernanza para Sánchez sin mayoría? Por supuesto. Pero se puede tirar con la prórroga de los Presupuestos, pregunten a Rajoy, todo un experto, y luego ya veremos, que la vida sabemos que es dura, pero nosotros nos acoplamos con maneras de contorsionistas. Y estaremos más libres, más ágiles sin la pesada mochila de Junts ni el constante asedio de Puigdemont, que para el resto de la Cataluña independentista contamos con Esquerra. Disfrutamos, además, de una oposición inane, incapaz de arbitrar políticas serias y atractivas, que todavía va a estar más perdida sin el mantra de la amnistía y el Sánchez pelele de Puigdemont. ¿Dónde agarrarse, qué puede vender Núñez Feijóo, simple apéndice de ese potente acorazado que constituyen los jueces, ese Partido Judicial como le ha bautizado con acierto Ignacio Escolar?
Toparse con la realidad. ¿Qué harán el PP y Vox ante el embrollo catalán que se les avecinaría tras esta catarata de futuribles? ¿Piensan en dinamita o en acercamiento? Porque hasta ahora la doctrina sobre la materia sólo la ha dictado esa gran estadista que responde al nombre de Isabel Díaz-Ayuso, que ha asombrado al mundo entero con una más de sus sublimes teorías: “Al cierre de la plaza de toros [de Barcelona] le ha seguido la sequía, el control político, el adoctrinamiento”. La reina del vermú sí que sabe. Una enciclopedia viviente. Vastos y profundos conocimientos.
Adenda. Los grandes bancos españoles, permitan que no tenga que citarlos, conocidos como son de todos ustedes, lograron un beneficio el año pasado superior a 26.000 millones, un 27,2% más que el año 2022. ¿Están contentos? A medias, porque en España hay un Gobierno comunista que les quiere robar sus magras ganancias con un deleznable impuesto confiscatorio. Ana Botín nos ha dado las cifras: “Santander pagará 338,5 millones por el impuesto especial”. ¿Mucho, poco? Recordemos: este banco obtuvo unos beneficios de 11.076 millones de euros, un 15,31% más que el año pasado. Pobres gentes, que nos muestran tan orgullosos esas cuentas -¿por qué sonríen?- sin hacer el mínimo esfuerzo de pagar mejor a sus depositarios, o mantener abiertas sucursales para atender a las gentes del campo o a los jubilados, orondos y felices tan sólo poniendo la saca al sol para que le lluevan los millones por el alza de los tipos de interés. ¿Un impuesto especial? Tres, y de cuidado, les ponía yo.
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